Gualeguaychú ya no elige reina de la belleza: la historia de Alejandro, el nuevo "representante cultural" de la ciudad
El joven fue propuesto por el centro de recuperación de adictos “Hogar de Cristo”; “Es posible dejar atrás a la droga”, aseguró
A sus 27 años, Alejandro Gallay ocupa en Gualeguaychú desde el 10 de diciembre el lugar que antes tenía la Reina local del Turismo: fue votado por sus vecinos como “Representante Cultural”. Desde 2016, la ciudad no tiene más reina de la belleza, sino que elige a quienes se destaquen por su trayectoria, sensibilidad social y cultura general.
Este año, los votados fueron Alejandro Gallay y Leonel Bentancourt, ambos jóvenes y solidarios con mucho espíritu de superación. Alejando fue propuesto por el centro de recuperación de adictos “Hogar de Cristo” y Leonel por la ONG “Creo”. Discusiones mediante, la idea de contar con “representantes culturales” fue adoptada hace un año por la ciudad. De esta forma, se “cuestiona la legitimidad de lo estético como único criterio de selección o parámetro de representación de la ciudad” y tomar “una imagen de la mujer como objeto y no como sujeto”, sostiene el responsable de Derechos Humanos de la Municipalidad, Matías Ayastuy.
"En una sociedad donde todos abren el corazón y brindan oportunidades, se tejen redes de esperanza", dice Alejandro. Él y Leonel han trabajado ya en tareas solidarias en común. “Formamos un grupo para ayudar a afectados por inundaciones, compartimos las noches solidarias y salimos a repartir alimentos. E hicimos la campaña ‘Vamos a la escuela’, con la cual conseguimos 200 mochilas para los chicos que no pueden comprarlas”, explica.
Llegar a este punto no le fue nada fácil. Hubo un tiempo en que el cóctel de necesidades económicas (viene de un hogar de 10 hijos) y trabajo nocturno en boliches y barras terminó volviéndose complicado para él. Una mañana,despertó y se encontró solo, cercado por la droga.
“Al principio creés que podés manejar el consumo y dejar cuando quieras. Pero a medida que crece, el consumo te tiene a vos”, dice Alejandro. “Consumir es sólo el emergente. La falta de oportunidades es el fondo; un sistema que excluye, la carencia de educación de calidad, los problemas familiares, sin trabajo digno para padres o hijos, hacen que un chico termine con drogas”, agrega. “Y yo caí. Pero me levanté. Llegué al Hogar de Cristo en busca de ayuda. Y terminé a la vez ayudando en las noches donde se reparte comida a los vecinos del barrio”.
Durante su recuperación, hizo un curso de huerta y otro de reciclado. Encontró manos tendidas y abrió las suyas. Quiso formarse. Estudió protocolos de emergencia y terminó egresando como Operador socio-terapéutico en adicciones (CPSA). Se casó con Evangelina Tapari. "Ella fue el impulso de mi recuperación; ha superado muchas pérdidas y le pone fuerza y alegría a todo”, dice. Con ella tuvo a Felicitas, que hoy tiene un año y medio. Sigue siendo voluntario en el Hogar y trabaja como operario en una fábrica metalúrgica. Además, le encanta escuchar rock nacional y cumbias, compartir los ravioles de los domingos, pasear por la ciudad con Felicitas y sentarse en alguna plaza a matear con Evangelina.
Romper estereotipos
Alejandro se propuso romper estereotipos. “Quería mostrar que el trabajo que hacemos sirve y que se puede salir de las drogas”, explica. Por eso, desde hace más de un año, comenzó a difundir el avance de recuperación de sus compañeros y el suyo propio. “Para que la comunidad y los pibes que no han llegado todavía al Hogar se animen –dice-. El Hogar es una familia grande que me hizo crecer. Desde el límite de lo inhumano vamos viendo cómo alguien se recupera. Y cuando salimos en las noches a repartir comida a los asentamientos de casas de madera, y veo a la gente que pasa frío… vuelvo a mis cosas y todo me resulta más fácil, no me sale quejarme de nada por más dificultades que tenga”.
El Hogar de Cristo funciona de día. Tiene herrería, invernadero, carpintería. Hay mujeres y varones voluntarios, abogados, psicólogos, acompañantes, médicos, seminaristas, sacerdotes. “Ellos no son del barrio y ese gesto para nosotros no es insignificante –dice Alejandro-. Porque andan por todos lados sin miedo. Nos hacen sentir personas sin necesidad de discursos”.
Reconoce, sin embargo, que no todo es positivo: hay problemas que enfrentar, algunos recaen, hay gente que desconfía.
En estos tres años de recuperación, Alejandro aprendió a hacerse cargo de responsabilidades y a cuidar a otros. Fue coordinador de las noches solidarias y de la huerta, acompañante de otros chicos en gestiones y en visitas carcelarias, vendió los trabajos de los talleres, dio charlas en colegios. Ahora, recorre la provincia de Entre Ríos con el Movimiento Nacional “Ni un pibe menos por la droga”. Procura que más jóvenes se animen a dejar la droga.
Dice que sigue “los pasos del Hogar y de los curas villeros” y que está feliz. “En mi ciudad y a través del voto popular me declararon su representante cultural. Quiero seguir trabajando, porque noto la felicidad en la cara de mis padres”, asegura. "Y en la de Evangelina, quien me enseñó a sanar; ella es una constante militante del amor”, añade. Por eso, Alejandro quiere construir una sociedad “que haga lugar a los que más sufren”.
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