Giro cultural: las razones por las que más jóvenes argentinos deciden no tener hijos
Rechazan la idea de ser padres o madres, mientras la tasa de natalidad argentina desciende año a año desde 2014; testimonios y especialistas explican la tendencia
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Valentina Casasnovas tiene 27 años y desde hace tiempo sabe que no quiere ni va a querer tener hijos. Según contó a LA NACION, los motivos son varios: su preocupación por la crisis medioambiental, el hecho de que no le gustan los niños, el miedo a la transformación corporal y, principalmente, porque no siente el deseo de ser madre.
“Me cuesta mucho atarme a algo y no quiero tener a una persona que ineludiblemente dependa económica y psicológicamente de mí por el resto de su vida. Es un compromiso al que no le veo la suficiente retribución como para asumirlo”, detalló.
Nicolás, un joven de 23 años que pidió preservar su apellido, agregó otra razón: “Tener un hijo en la Argentina me parece una locura porque no tengo posibilidades económicas de mantenerlo. En mi caso, las oportunidades para emigrar no existen y siento que tener un chico acá sería condenarlo a un infierno”.
Si bien los motivos siempre son personales, testimonios como los de Valentina y Nicolás se repiten entre jóvenes argentinos. Las explicaciones suelen girar en torno de no querer traer chicos a un mundo con crisis climáticas y económicas, falta de deseo maternal o paternal, y dificultades para asumir la responsabilidad que conlleva tener un hijo.
“Este fenómeno no se inició con la crisis económica argentina actual, sino que es un fenómeno cultural mundial que comenzó a mediados del siglo pasado y que está multideterminado”, explicó Mirta Goldstein, doctora en psicología, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora del libro Trans-formaciones.
Si bien Goldstein consideró que lo económico puede ser un factor determinante para algunas personas, especialmente para aquellas que viven en sociedades en las que reinan la desesperanza, la falta de proyectos y la dificultad para hacer planes a futuro, la tendencia tiene más que ver con una serie de transformaciones culturales como el cambio en la moral sexual, en la adhesión a las religiones, en las relaciones de parentesco y en la conformación de las familias. “Cuando se pensaba que lo único que quería una mujer era tener hijos, las revoluciones feministas revelaron que eso no siempre es así. Eso produjo un giro cultural muy importante. Hoy han caído o se han flexibilizado las tradiciones y los rituales, y la idea de trascendencia ya no pasa por tener hijos”, dijo.
Problemáticas generacionales
Celeste es una joven de 20 años que decidió no tener hijos por todas las responsabilidades y riesgos que conlleva la maternidad. “Se necesita estabilidad económica, un techo, compartir tiempo de calidad, tener paciencia y estabilidad emocional, y yo veo a diario veo cómo a padres y madres se les dificulta la tarea y me parece un poco triste. Ese hijo va a depender siempre de vos y cualquier malestar que uno sufra, lo sufre el niño”, describió a LA NACION.
Goldstein señaló la importancia de hablar de ciertas problemáticas sanitarias, económicas y sociales porque son generacionales, por ejemplo, la depresión juvenil. “Se escucha mucho a los jóvenes decir ‘No puedo hacerme responsable’ y eso puede ser porque todavía se es niño inconscientemente o porque las condiciones familiares y culturales actuales hacen que las nuevas generaciones apenas puedan hacerse cargo de sí mismas, no solo económicamente, sino por cuestiones psicológicas como depresiones, intentos de suicidio, drogadicción”, indicó.
Por su parte, el sociólogo y profesor de la Universidad de San Andrés Alejandro Artopoulos explicó que las nuevas generaciones que hoy están empezando su vida activa tienen una agenda de problemas diferente de la de las generaciones anteriores. “Uno de ellos es lo que se conoce como ansiedad ambiental. Los jóvenes hoy son muy conscientes de los problemas del cambio climático”, sostuvo.
Valentina, por ejemplo, es una de ellos. “Me desespera la idea de poner a un ser humano a pasarla igual de mal que yo sabiendo que están sucediendo cosas horribles en la Tierra y que su poder para cambiarlas es ínfimo. No quiero condenar a un hijo o hija a tener una vida que no le puedo garantizar”, admitió la joven.
Y por último, dijo Artopoulos, para entender el fenómeno también es necesario considerar la crisis económica generada por la pandemia y su consecuente inflación global, la búsqueda de identidades de género más fluidas y la crisis del patriarcado, que hacen que para muchos jóvenes no valga la pena “cargarse la mochila de tener hijos”.
Mandatos sociales
Según Valentina, muchas personas no pueden comprender que simplemente no sienta el deseo de ser madre. “Algunos consideran que es algo que debería ser intrínseco de la mujer, pero yo nunca tuve instinto maternal y pareciera que cuando no lo tenemos estamos rotas o falladas. Solo se nos perdona cuando decimos ‘No es que no quiero, es que no puedo’”, relató.
“Las generaciones mayores están acostumbradas a las familias de tres generaciones, entonces la perspectiva vital se les acorta cuando falta una generación. Sienten que no tienen cómo transmitir su historia, se preguntan quién va a contar la saga familiar, el relato que cada uno lleva dentro, y eso produce dolor psíquico en las generaciones más grandes”, explicó Goldstein.
Lo que aparece con esta transformación cultural, agregó, es una gran incertidumbre en relación al futuro. “Antes, cuando todo estaba tan delimitado había menos angustia. Hoy muchas mujeres manifiestan miedo a arrepentirse o a la supuesta soledad futura que puede implicar. La decisión de no querer tener hijos conlleva un duelo”, señaló.
Nora Koremblit, psicoanalista y exsecretaria del Departamento de Niñez y Adolescencia de la APA, agregó: “No todos los jóvenes se sienten realizados personalmente a través de ser padres. Antes mencionar eso era mal visto porque, al igual que el personaje Susanita de Mafalda, armar una familia y ser madre era el ideal de toda mujer, pero la capacidad de elegir permite que uno se sienta más libre y, en caso de ser madre o padre, realizar mejor su tarea”.
Envejecimiento poblacional
Las últimas cifras del Ministerio de Salud de la Nación dan cuenta de esta tendencia: en 2020 nacieron 11,8 bebés por cada 1000 habitantes, marcador que viene descendiendo abruptamente desde 2014, cuando la tasa de natalidad fue de 18,2.
Esto, según explicó Victoria Mazzeo, doctora en ciencias sociales y titular de la cátedra de Demografía Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), no es un fenómeno exclusivo de la Argentina, sino que se da en todo el mundo e impacta en el envejecimiento poblacional.
“Ya en 1970 la Argentina tenía un 7,2% de su población mayor de 65 años, siendo que se considera a una población como envejecida cuando ese porcentaje es mayor al 7%. Hoy tenemos un 10,2% de mayores. Es decir, en la Argentina estamos envejecidos hace cincuenta años”, aclaró.
En cuanto a la tasa de natalidad, mencionó que en 1980 era de 25 nacidos vivos por cada 1000 habitantes, lo que significa que en poco más de 40 años la tasa de natalidad se redujo a menos de la mitad, mientras que la mortalidad –el otro factor que interviene en el envejecimiento poblacional– se mantuvo bastante estable.
Una población sin jóvenes, dijo Mazzeo, se traduce en una falta de renovación generacional que impacta en los sistemas previsionales y sanitarios: “Los padres tienen que ser reemplazados por sus hijos para mantener la fuerza de trabajo activa. Si eso no sucede, se colma de personas que están jubiladas y el sistema de seguridad hace que no alcancen las cajas porque no va haber tantos aportes. También se complica el sistema de salud, porque es mucho más caro el servicio que hay que dar para que esta prolongación de vida sea con buena calidad”, sostuvo.
Para ella, una posible solución se encontraría en trabajar en políticas de población incentivadoras que no pongan restricciones, sino que beneficien a la población. Sin embargo, también dijo que si las políticas de planificación familiar no son acompañadas por políticas económicas “se hace agua. Si nacen chicos, pero después no consiguen trabajo o solo acceden a trabajos informales, no sirve”, concluyó.
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