La placa de metal gastado, atornillada sobre la tumba de cemento, dice que las entrañas de General Lavalle, en Buenos Aires, cobijaron a los cuerpos golpeados y maniatados que aparecieron en las playas de la costa atlántica, desde la zona de General Conesa hasta Villa Gesell. Durante la última dictadura, los militares los arrojaban desde aviones o helicópteros y el mar devolvió algunos de los cuerpos desde la profundidad de sus aguas. El oleaje los arrastraba hasta la arena y alguien los encontraba, enrollados sobre sí mismos y, a simple vista, irreconocibles.
Abajo, la tierra es fría, mientras que en la superficie hace un calor insoportable, húmedo. Los moscardones, que van y vienen, desprenden un ruido eléctrico. El predio tiene una hectárea, no mucho más. El suelo está cubierto de césped, que apenas tapa el zócalo de las lápidas, aunque los pasillos principales del cementerio de General Lavalle están hechos de piedras blancas. El corredor central tiene bóvedas familiares de roca sólida, con rasgos góticos, mientras que en la periferia hay osarios comunes. El lugar habla de aquellos que habitaron el pueblo y también de sus desigualdades.
Según Hernán Vizzari, un investigador de cementerios destacado por la Legislatura porteña, la Cruz Mayor del cementerio, que suele ser la piedra fundacional, es una donación que llegó en 1904, aunque hay lápidas que datan de 1894.
El cementerio está a unos 500 metros de la Ruta 11, no atrae al turismo, tampoco es muy visitado por los deudos de los fallecidos. Eso dice Ricardo Montenegro, de 46 años, el cuidador. El hombre lleva puesta una chomba azul, algo decolorada, pantalón y zapatillas de trabajo. Cuando camina por el lugar sus pasos hacen crujir las piedras del suelo, y ese es casi el único sonido que se oye a cierta distancia.
Los Montenegro hace décadas que recorren y mantienen el cementerio de General Lavalle, de hecho, él aprendió el oficio de su padre y eso lo lleva a decir "yo nací y me crié acá", mientras está rodeado de lápidas.
En uno de los extremos del predio, el más cercano a la ruta, hay un corralón. Cuatro maderas forman un rectángulo casi al ras del suelo, como si un grupo de peritos hubieran marcado la escena de un crimen. Y algo así pasó.
En diciembre de 2004 Montenegro vio como unos autos llegaron a la puerta del cementerio. De ahí descendieron un grupo de hombres y mujeres con un plano del lugar. Le dieron instrucciones precisas. "Éramos cuatro compañeros y ellos nos dijeron ´hagan un pozo acá, así y así´. Ellos hablaban y uno escucha ¿No? Vinieron con mucha información, sabían exactamente dónde estaban los cuerpos", dice, y señala el sitio con su dedo índice. "Nosotros destapamos nomás. Hicimos dos o tres paladas y ya aparecieron las bolsas de plástico. A partir de ahí ellos empezaron a limpiar con la escobita. Lo que yo me pregunto es quién los puso dentro de esas bolsas".
Las personas que bajaron de los autos y se dispusieron a desenterrar donde se suele hacer lo contrario fue el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Este equipo relevó los cementerios del país y recuperó más de 1000 cuerpos enterrados como NN. Como muchos estaban en un osario común, el EAAF buscó las causas judiciales originales donde estaban las huellas dactilares que registró la policía cuando encontró el cadáver, y cotejaron esos datos con las huellas que figuraban de la persona desaparecida en el Registro Nacional de las Personas. Gracias a este método, también pudieron identificar a 119 desaparecidos sin haber encontrado el cuerpo.
En el caso del cementerio de General Lavalle, el EAAF pudo identificar a ocho mujeres y 10 varones, muchos de ellos eran miembros del grupo de la Santa Cruz, una iglesia en el barrio de San Cristóbal donde se autoconvocaban familiares de desaparecidos para coordinar distintas acciones.
Bajo tierra estaban los cuerpos de algunas Madres de Plaza de Mayo y una monja francesa. Estas fueron identificadas como Azucena Villaflor, una de las fundadoras de la organización, María Eugenia Ponce De Bianco, Esther Ballestrino de Careaga, Angela Auad de Genoves y la religiosa, Léonie Duquet. El acusado por estos casos es Alfredo Astíz, que se había infiltrado en la organización.
"Se había formado un grupo que se reunía en la Santa Cruz. Esta era una comunidad religiosa muy solidaria. Todas las madres que ahí se reunían eran muy activas, creo que por eso pusieron el ojo sobre ellas. Azucena fue la madre que propuso ir a la Plaza de Mayo. Secuestraron a los hijos y luego secuestraron a las madres, era una cosa indiscriminada, terrible", relata Nora Cortiñas, una de las Madres de Plaza de Mayo, línea fundadora.
"A los hijos de Ballestrino de Careaga los liberaron, y luego ella los mandó a Suecia. Le recomendaban que haga lo mismo, que se vaya al exterior, pero siguió luchando. Decía que no se podía quedar sentada si no aparecían los hijos de los otros. Me acuerdo cuando secuestraron a Azucena, ella gritaba su propio nombre para que las personas que por ahí pasaban supieran que se la estaban llevando. Nosotros fuimos en ese entonces a General Lavalle para pedir que identifiquen a los cuerpos que aparecían en las costas. Nos miraban como bichos raros, nosotras no hacíamos otra cosa que llorar", agrega Cortiñas.
Todas ellas fueron secuestradas en 1977 y trasladadas a distintos centros de detención clandestinos, como la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), El Olimpo y las comisarías 5° y 8° de La Plata. Para cerrar el circuito de secuestro, tortura y desaparición del cuerpo, los militares utilizaban los llamados vuelos de la muerte, en los que tiraban los cuerpos al Atlántico o al Río de la Plata. Si bien el objetivo era lograr la desaparición de la persona, la corriente marina hizo que varios aparezcan en la costas argentinas y uruguayas. En total fueron 71 cuerpos los que aparecieron en ambas costas, 44 en la Argentina y 27 en Uruguay.
En 1984, el informe Nunca Más, de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), mencionaba este método basándose en el testimonio de algunos sobrevivientes de los centros de detención.
"Identificar significa comparar", dice Luis Fondebrider, director ejecutivo del EAAF desde el 2000. Ellos se encontraron con los huesos envueltos en bolsas pláticas por una inhumación previa que se hizo en 1983. "En General Lavalle había fosas individuales y los cuerpos fueron puestos en bolsas. En esa exhumación las cosas se hicieron mal y se mezclaron los cuerpos", explica Fondebrider.
Los restos óseos le daban forma a un cuerpo que ya no existe. Sin embargo, los dientes, el cráneo y las huellas genéticas que pudieron encontrar en esos bolsones aún conservaban los vestigios que los llevaron a reencontrarse con la persona, cuando lo que tenían entre manos no era más que un montón de huesos.
"Identificar significa comparar cómo era la persona en vida desde el punto de vista físico, cómo era la ropa que usaba, sus efectos personales, el contexto en el que vivía. Luego eso lo cotejas con el cadáver que tengas bajo análisis. Se analizan las huellas dactilares en la ropa, se ve si el cuerpo sufría alguna enfermedad, se estudian los dientes, etcétera. En el caso de las madres, comparamos las huellas con las de las personas que estuvieron en el mismo período en la ESMA, y el resultado dio positivo. A partir de ahí sabíamos que, como hipótesis, esas mujeres estaban relacionadas a las otras que desaparecieron en el mismo episodio", señala Fondebrider.
"Esta es la sección B", dice Montenegro. "Allá es la sección A", agrega, mientras parte el cementerio al medio con su mano derecha. "Dicen que allá hay más desaparecidos, pero para romper los nichos tenes que estar seguro porque ahí hay otros cuerpos, viste. Me acuerdo muy bien de aquel día en el que vinieron los forenses. Esos días quedan en la memoria ¿No? Yo el pasto que está dentro del corralón de madera no lo piso. Cuando tengo que cortarlo meto la máquina, pero yo me quedo afuera. Por respeto ¿No?".
El 29 de noviembre de 2017 en la megacausa ESMA III fueron condenados a prisión perpetua algunos de los pilotos y tripulantes que participaron en los vuelos de la muerte. Entre los condenados también estaba Astiz, por considerarlo coautor de los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada por ser funcionario público durante la última dictadura militar.
Los cuerpos identificados fueron devueltos a sus familiares, mientras que los otros aún se encuentran en el laboratorio del EAAF. Ahí esperan que surjan nuevas evidencias que les permitan ponerle un nombre a los huesos.
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