Gemelos sin vínculo: no son familiares, pero sus rostros se parecen y también su ADN (e incluso sus hábitos)
Un estudio de investigadores españoles, ideado a partir de un trabajo del fotógrafo François Brunelle, muestra que los dobles desconocidos tienen un genoma cercano
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MADRID.– El rostro es nuestra carta de presentación, lo que fija –entre otras cosas– la identidad de uno y, de un vistazo, lo que nos diferencia de los demás. Pero incluso en las caras de unos y otros hay más parecidos de los que pensamos: algunos, a simple vista, como cuando uno se encuentra con los llamados dobles. Son personas idénticas, sin vínculo familiar posible, pero con los que también puede haber similitudes moleculares. Un grupo de investigadores españoles descubrió que detrás de esos “gemelos”, de esos desconocidos con caras muy parecidas, hay también similitudes genéticas. “Lo que más les une es su secuencia de ADN”, apunta el científico principal, Manel Esteller, que publicó hoy sus hallazgos en Cell Reports. Su epigenoma y su microbioma, eso sí, son diferentes. “La genómica los agrupa y el resto los separa”, sentencian los autores.
El trabajo reveló que esas similitudes genéticas no se traducen solo en parecidos faciales, sino también en hábitos o comportamientos semejantes. Los resultados de su investigación, sopesa Esteller, pueden tener a largo plazo implicaciones dentro de las ciencias forenses.
Los científicos reclutaron 32 parejas de dobles a través de las obras del fotógrafo François Brunelle, un artista canadiense que lleva más de 20 años tomando imágenes de personas parecidas en todo el mundo. Los pasaron por tres programas de reconocimiento facial para que estos algoritmos constataran su parecido –la mitad de los pares tenían un parecido en los tres sistemas de reconocimiento, con puntuaciones similares a las que obtienen unos gemelos idénticos– y tomaron muestras biológicas de los 64 participantes, además de someterlos a un cuestionario exhaustivo sobre sus hábitos y su estilo de vida.
“En 2005 descubrimos que los gemelos idénticos, llamados monocigóticos, tenían el mismo ADN y diferencias en el epigenoma. Así que decidí mirar el otro lado de la moneda: gente que se parecía, pero no eran gemelos. Quería saber cuánto [de ese parecido] estaba en la naturaleza o en el ambiente que los rodeaba”, explica Esteller.
Los investigadores miraron el genoma, pero también el epigenoma, que son esos elementos que se pegan a los genes y, aunque no modifican su secuencia, sí provocan cambios en sus funciones, como una especie de interruptores que, condicionados por el entorno o los hábitos de vida de cada uno, apagan o encienden la actividad de los genes. Los científicos analizaron, además, el microbioma de los participantes, esto es, el ecosistema de microorganismos que pueblan el ser humano. “Encontramos que lo que más une [a cada pareja de dobles] es su secuencia de ADN, su genoma. Por azar, se acaban produciendo genomas similares y eso es porque hay tanta gente en el mundo que se va repitiendo el ADN”, aclara el científico principal.
No son idénticos, pero comparten similitudes, concreta Esteller: “Similitudes en su genoma explican la similitud de estas parejas; la diferente composición de su epigenoma (la metilación del ADN) y el microbioma (el contenido y el tipo de bacterias y virus en sus organismos) ayuda a diferenciarlos”.
La investigación arroja pistas sobre el entorno genético asociado al aspecto facial. Por ejemplo, las variaciones genéticas que compartían los dobles estaban asociadas a características físicas como el labio, el color de ojos, la circunferencia de la cadera, la altura, el índice de masa corporal o el cabello, entre otros. Pero la cosa no se queda ahí. La investigación sugiere que esas similitudes moleculares halladas influyen más allá de la construcción del rostro y existe, sostienen, una correlación con ciertos atributos físicos, de hábitos o de comportamientos: “Vimos que hay más determinación genética en si eran más zurdos o diestros, o en la capacidad de ser adictos, por ejemplo: los dos eran fumadores o no fumadores”. A través del cuestionario de estilo de vida y parámetros biométricos, el artículo apunta que, en cuestiones como la altura, el peso, el nivel de educación o el hábito tabáquico, también los dobles parecidos están más cerca que quienes no se parecen.
Los autores admiten en el artículo que los pares, en su mayoría, “no comparten un microbioma”. Pero matizan: “El microbioma oral se relaciona con la obesidad y la grasa en la cara podría relacionarse con similitudes. Descubrimos que las diferencias de peso entre pares eran más pequeñas entre los pares ultraparecidos en comparación con los pares no ultraparecidos. Por lo tanto, es posible que el microbioma oral, a través de su relación con el contenido de grasa, contribuya a que los fenotipos se parezcan”. Asimismo, ejemplifica Esteller, el epigenoma, a pesar de sus diferencias, sigue siendo más parecido entre los dobles que en comparación con el resto de la población: “La edad biológica es similar si son pares, aunque tengan edades cronológicas diferentes”.
Implicaciones forenses
Queda mucha investigación por hacer en este campo y los autores asumen algunas limitaciones en su estudio, como el número reducido de participantes, que la mayoría eran europeos, que las fotos eran en blanco y negro, y falta definición de tonos de piel o rasgos muy concretos. Pero Esteller afirma que, aun así, este estudio abre una nueva puerta en la comunidad científica y apunta a dos derivadas posibles: “Puede tener implicaciones forenses porque a partir de un genoma desconocido, puedes empezar a hacer una cara. Por otra parte, a partir del rostro también podremos empezar a deducir el genoma de la persona y, por ejemplo, si tiene tal cara, tendrá más o menos riesgo cardiovascular”.
Ángel Carracedo, genetista del Instituto de Ciencias Forenses de la Universidad de Santiago de Compostela, que no participó en la investigación, asegura que el estudio es “interesante”, aunque no tiene aplicación directa ahora mismo en el ámbito forense. “Es un trabajo con una idea excelente: el ver si caras parecidas comparten características genéticas o epigenéticas similares. Aunque es un trabajo de ciencia básica, puede ayudar a la investigación forense para explorar los genes que encontraron asociados y ver si pueden ser útiles en la predicción”, dice.
Es, por lo pronto, un trabajo “exploratorio” –arguye– y están aún “lejos del retrato robot” a partir de los genes, pero el estudio “abre perspectivas” en el campo forense, que usa algunos biomarcadores como una especie de “testigos biológicos” en las fases de investigación policial (no en el proceso judicial) para facilitar las pesquisas. “En este momento, las características físicas que pueden ser determinadas con un buen nivel de predicción con fines forenses son la pigmentación (especialmente el color de los ojos y de la piel), la forma del pelo y poco más, por lo que nuevos genes o marcadores de metilación son muy oportunos para explorar otras características físicas faciales”, agrega.
El experto, que lidera un proyecto europeo para diseñar técnicas que determinen las características físicas, el origen biogeográfico y la edad de una persona a partir de su ADN, insiste, no obstante, en que todo ello hay que seguir estudiándolo y replicándolo, y validarlo con estándares forenses.
Para María del Carmen de Andrés, bióloga y líder de la Unidad de Epigenética del Instituto de Investigaciones Biomédicas de A Coruña (Inibic), la investigación de Esteller, en la que no participó, también resulta “interesante”, a pesar de las limitaciones que identificaron los propios autores. “Hay una determinación genética en los parecidos, y las implicaciones de esto en medicina forense están claras: cuando hacen la ruta de los genes [coincidentes], están relacionados con la morfología de la cara, así que podrías llegar a determinar, a través de una muestra de sangre, sus facciones generales”, detalla. La investigadora insiste, sin embargo, en que “hay que tomarlo con precaución, porque se necesitaría un tamaño muestral bastante grande” para consolidar los resultados y en este estudio la muestra es muy limitada.
Por Jessica Mouzo
©EL PAÍS, SL
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