Gabriel recibió una respuesta de su jefe 8 años después
Gabriel se había recibido de periodista hacía pocos meses. Aún tenía presente en su memoria todas las advertencias, avisos y recomendaciones hechas por sus profesores; pero como todo novato, estaba lleno de ilusiones de poder trabajar en la profesión que había elegido. Nadie le había enseñado cómo manejarse en el mundillo de los medios. Idealizaba al oficio y estaba lleno de entusiasmo.
Un día le escribió un mail al editor de su revista favorita. Su idea no era quemar etapas, pero sí tenía como objetivo escribir en la revista que había leído durante toda su adolescencia. Gabriel no tenía planeado empezar de a poco, sino todo lo contrario. En el mail se presentaba y le ofrecía un texto que, sin dudarlo, describió como “terminado y listo para publicar”. Novato e inexperto, intentó impresionar al editor aunque de la nota sólo tuviera la idea.
“Me encanta esa nota, Gabriel. Mandámela cuanto antes”. La respuesta del editor lo alegró y lo desconcertó a la vez: le había aceptado su texto para publicarlo, un texto que ni siquiera había empezado. En su respuesta le pidió un par de días para corregirlo y “retocar algunos detalles”, y se puso a trabajar. Suspendió todo lo que estaba haciendo y le quitó horas al sueño, pero en 48 horas envió la nota. Estaba feliz y conforme.
Después del envío se sucedió un ida y vuelta de mails en los que el editor le sugería algunos cambios y le pedía algunas correcciones. Gabriel los aceptó, no sólo porque ésa era la función del editor, sino porque eran correctos. Estaba aprendiendo el camino que recorre una nota desde una idea hasta su publicación, en un texto que llevaría su firma. Un sueño.
Una vez enviada la versión final del texto, Gabriel no paró de pensar posibles ideas para otras notas. Después de uno, dos, tres y hasta siete mails sin respuesta, Gabriel no entendía qué pasaba. Desconocía que la ausencia de respuesta es una negativa, algo que aprendió después en el trato con otros editores. No era algo bueno ni malo, pero era así. Gabriel dejó de escribirle, consiguió otros lugares donde trabajar y se alejó de la revista de sus sueños; pero siempre recordó aquella primera experiencia como una lección casi invisible. Y siempre le quedó la duda de si el editor le estaría dando, con esa falta de respuesta, una nueva enseñanza.
Ocho años después -con ocho años de experiencias buenas y malas encima- Gabriel recibió una propuesta laboral. Le resultó interesante y suponía un gran avance profesional. Después de ultimar algunos detalles y de completar varios formularios, Gabriel lo vio: quien firmaba su incorporación, ahí abajo de todo, era el editor. El mismo que le había hecho sus primeras correcciones y le había dado su primera lección profesional era, ahora con otro cargo, quien le daba su primer contrato.
En su primer día Gabriel se cruza con el editor por primera vez. Se dan la mano y el silencio se rompe con un recuerdo. “Bienvenido”, dijo el editor. “Nunca te respondí porque las otras ideas no eran tan buenas, pero sabía que nos íbamos a volver a cruzar”.
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