El equipo de fútbol de las Malvinas se prepara para los Juegos Isleños
Serán en Gotland, Suecia e intentarán lograr un mejor resultado que en sus anteriores participaciones, en las que ocuparon los últimos lugares; la meteorología y la geopolítica atentan contra sus entrenamientos
Joshua Peck juega con el 11 en la espalda y un escudo de las Falkland Islands en el pecho. Es el lateral derecho de la selección de fútbol de las Malvinas y acaba de tirarse al piso para detener un avance del equipo de Bermuda. Cansado, tarda en levantarse y un delantero rival se le escabulle a su espalda, recibe solo y el centro termina en gol. Joshua se tapa la cara con la camiseta azul y camina resignado hacia la mitad de la cancha.
Ese día, el 15 de julio de 2013, el equipo de las Malvinas terminó apabullado: perdió 8 a 0 contra Bermuda, el local en esos Juegos Isleños, una especie de Juegos Olímpicos para islas que se realiza cada dos años y en el que las Malvinas suele presentar equipos en varias disciplinas.
"Bermuda y Groenlandia [otra de las islas que participa en el torneo] tienen jugadores profesionales en sus equipos. Son muy buenos", explica Joshua al recordar esa experiencia tres años después, mientras combate el frío del último mayo en Puerto Argentino, Malvinas.
Joshua tiene 24 años y se está preparando para su cuarta participación en los Juegos Isleños, que serán en junio del año que viene en Gotland, un isla que queda al sur de Suecia, en el mar Báltico. "Tenemos que ser realistas: tratamos de ganar, pero nuestro objetivo más claro es no salir últimos", concede.
La historia reciente atenta contra mayores ambiciones deportivas. Desde 2009, la selección de las Malvinas ganó sólo cuatro de los 16 partidos que disputó en los Juegos Isleños, en los que suelen terminar últimos, o en el pelotón del fondo.
Tierra de viento
Más que impericia o falta de entrenamiento, una combinación de geografía y política es lo que les impide obtener resultados más honrosos. Perdidas en la soledad del Atlántico sur, las islas Malvinas cuentan con pocos futbolistas, y están aislados.
Excluyendo a los soldados de la base militar, que no juegan en la selección, la población de las Malvinas es, según el último censo, de 2012, de apenas 2841 habitantes (la nada misma comparados con los 67.000 habitantes de Bermuda). Ése es el pequeño universo al que tienen que recurrir para conseguir los 11 varones jóvenes atléticos y habilidosos que salen a la cancha.
Además, están obligados a aprovechar las escasas semanas de buen clima que les permiten jugar y, por culpa del conflicto territorial, no pueden medirse contra equipos de su vecino más cercano y potencia futbolística: la Argentina.
Pocos y subsidiados, los malvinenses disfrutan de servicios de salud y educación de alta calidad y provistos por el gobierno, pero tienen una gran dependencia de la pesca: el sector emplea apenas el 3,4% de los isleños y aporta el 34% del PBI. Gran Bretaña y su base militar financian su seguridad. El número de habitantes tuvo un ligero crecimiento luego de la guerra, pero ahora se estabilizó y hasta tuvo una leve caída. Esa insularidad y dependencia es la que mantiene a los malvinenses alertas ante cualquier cambio político en Gran Bretaña o la Argentina y también les dificulta armar un equipo de fútbol competitivo.
Kyle Biggs es un poco más alto y fuerte que su primo Joshua, con quien comparte la defensa de la selección de las Malvinas. Juega de central y es el capitán del equipo. "Me gusta el juego físico, tirarme al piso y poner el cuerpo, pero también tratar bien a la pelota y salir jugando del fondo", explica antes de citar a los defensores brasileños David Luiz y Thiago Silva como sus referentes. Castaño, de ojos claros y corte de pelo con pequeño jopo ladeado, como se usa ahora, es de los más experimentados del equipo: los de Gotland serán sus sextos Juegos Isleños.
Ambiciones políticas
"Algún día me gustaría ser legislador y hacer una diferencia en las islas", se entusiasma. Hoy trabaja en el departamento de Turismo de Malvinas y aprovecha las tardes para ir al gimnasio o salir a correr por Surf Beach, una playa que queda a 15 minutos de la ciudad y es pura arena blanca, médanos y mar turquesa. Algo así como el Caribe, pero bastante más fresco.
Vive con su primo Joshua, que también trabaja en el gobierno, en una casa amplia en las afueras de la ciudad y los dos son un claro ejemplo de la generación de isleños de posguerra de las Malvinas: educados en Gran Bretaña, volvieron a las islas, tienen un empleo estatal bien pago y viajaron (y siguen viajando) por el mundo. Acaban de volver de un viaje a Las Vegas y ya están planeando el próximo, pero su casa son las Malvinas.
A Kyle le gusta que en las islas todo sea fácil y esté cerca, no hay problemas de tráfico ni largas distancias en la vida diaria. También disfruta de la naturaleza. "No creo que haya un lugar en el mundo que se compare con las Falklands [Malvinas] en términos de naturaleza y paisajes", dice. Lo mismo opina Joshua, que viajó por Islandia, Europa, África y América, pero volvió a las islas. "Acá hay libertad para hacer lo que quieras. Después del trabajo podés ir a pescar, a hacer surf o jugar al fútbol. Y todo eso en el mismo día. En Londres, donde viví, es difícil encontrar tantos espacios abiertos y libertad", explica.
Los primos pertenecen a las primeras familias británicas instaladas en Malvinas hace más de cien años y se imaginan globalizados y viajando por el mundo, pero las islas siempre serán su hogar. "Esta es mi casa, donde vive mi familia, donde crecí. Siempre terminás volviendo a tu lugar", dice Joshua.
Los primos son amables con los argentinos y en eso se distinguen de varios de sus coterráneos. Michael Betts es compañero de equipo de Joshua y Kyle y dudó antes de hablar con LA NACION por miedo a la reacción de los argentinos en las redes sociales. Aceptó con la condición de que sólo conversáramos de fútbol. La guerra de 1982 y la hostilidad del anterior gobierno suman a su condición de isleños para generar desconfianza hacia los visitantes con pasaporte argentino que llegan una vez por mes, cuando el vuelo semanal de LAN hace escala en Río Gallegos.
En el mismo avión que el equipo de LA NACION viajó un grupo de veteranos argentinos, que festejaron el aterrizaje en Mount Pleasant, la base militar de las Malvinas, con un sonoro "¡Viva la Patria!". "Fuck off!", le respondió desde el fondo una muy británica mujer. Esa misma noche, la primera en las islas, un policía local se acercó al hotel donde parábamos los periodistas argentinos y nos citó en el lobby para explicarnos las reglas de comportamiento locales. Éstas incluían no responder a los gritos y provocaciones, como la que sufrimos un par de días después, al volver de un restaurante.
"Nos conviene cuando los gobiernos argentinos son agresivos, así no quedamos nosotros como los malos de la película", dice, un poco en chiste, un poco en serio, Lisa Watson, editora del Penguin News, el diario local. Al igual que Joshua y Kyle, viajó por el mundo y ahora volvió a las islas.
Más allá de la desconfianza, Lisa dice que le gustaría que el gobierno de las Malvinas se llevase bien con el de la Argentina -"un país hermoso", según su definición-. Le serviría incluso para poder incorporar en la Patagonia como uno de los destinos que elige para sus viajes deportivos. Lisa y su novio son fanáticos del boulder, un sistema de escalada libre en paredes bajas que prescinde de los mecanismos de protección, y están preparando una excursión a Yosemite, la meca de los montañistas en los Estados Unidos.
Chilenos bienvenidos
A diferencia de los argentinos, los chilenos son muy bienvenidos en las Malvinas. Según el último censo, hay 181 viviendo en las islas. Representan el 6% del total de la población y el segundo grupo más numeroso de inmigrantes, después de los habitantes de Santa Helena.
Jean Paul Izeta -23 años, de Santiago- es uno de ellos. Morocho, con físico de futbolista, más bien retacón y ancho, aterrizó en las Malvinas un sábado hace dos años y medio con un contrato de trabajo y la idea de juntar plata para continuar con sus estudios. Ypronto se dio cuenta de que iba a tener que encontrar algo para hacer o los días se le volverían eternos. El mismo lunes entró en el gimnasio del colegio, se quedó mirando a un grupo que jugaba al fútbol, lo invitaron y así comenzó su carrera de futbolista en las Malvinas.
Juega de volante central en el equipo de las islas y está ansioso por viajar a Gotland y, luego del torneo, aprovechar el verano nórdico. Es uno de los cuatro chilenos en el equipo de lasMalvinas y aporta un poco de pausa y buen pie al vértigo del juego británico. "Acá son de un juego muy físico, corren mucho y llegan por las bandas. No es tanto como el fútbol sudamericano, que todos la tocamos y nos movemos de acá para allá", dice sentado en el living de la casa amplia y con un gran ventanal sobre el canal que comparte con una italiana, una escocesa y un inglés.
Es mozo en el Malvina House Hotel, el más tradicional de la ciudad y cuyo nombre -se aclara en un cartel muy visible en su lobby- es un homenaje a la hija de su fundador y no tiene nada que ver con la denominación que los argentinos le damos a las islas. Cuando no trabaja ni juega al fútbol, Jean Paul va al gimnasio o sale a recorrer el campo en su moto de enduro KTM 250.
El 15 de mayo pasado fue domingo y Puerto Argentino amaneció con sol y sin viento, una rareza y el escenario ideal para que el equipo de las Malvinas jugase su último partido al aire libre antes de que el frío los obligase a guardarse hasta la primavera. Al mediodía, luego de lo que parecía todo el pueblo se pusiese disfraces para participar en una carrera de caridad, la selección se midió contra un combinado integrado por soldados de la base y algunas ex glorias locales.
El partido fue en una cancha que queda al lado de la casa del gobernador, en una elevación al borde del pueblo y con una de las mejores vistas de la bahía. Después de marcar con cal los límites de la cancha y de una entrada en calor muy profesional, Kyle, Joshua y sus compañeros de equipo se reunieron en ronda para arengarse. Enfrente, sus rivales perdían el tiempo entre bromas. La actitud y la juventud auguraba un triunfo de la selección, pero los soldados impusieron el físico, los veteranos algún gol y vencieron al combinado de las Malvinas por cuatro a dos. "En este clima político es imposible, pero sería muy bueno si pudiésemos jugar contra equipos de la Argentina, nos ayudaría a mejorar", concluye Kyle.
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