Fútbol entre mujeres: la lucha feminista desde un potrero de la Villa 31
Mónica Santino, ex jugadora de All Boys y actual DT, lidera La Nuestra, una Asociación Civil abocada al empoderamiento de jóvenes vulneradas
Un silbato verde cuelga de su cuello y ese accesorio basta para distinguirla entre la multitud que se mueve en las veredas de la terminal de micros de Retiro. Con una remera blanca de manga corta, un jogging negro y zapatillas blancas, Mónica Santino espera. Hace tiempo que este lugar no le es ajeno: lo recorre todos los martes, jueves y sábados desde hace una década, antes de adentrarse en los pasajes de la Villa 31. Pasadas las 17:30 se produce el encuentro con esta cronista de LA NACION y el fotógrafo, Mauro Alfieri. Oye ese apellido y se sorprende. Lo reconoce enseguida: Alfieri es heredero de una dinastía de fotógrafos deportivos que retrataron momentos emblemáticos del fútbol para El Gráfico en las mejores épocas. Es su mundo y ella lo conoce a la perfección.
Escaleras abajo y 100 metros a la izquierda conducen a la Avenida de los Inmigrantes, una arteria ancha que delimita la 31 con el barrio de Retiro. La entrenadora y fundadora de La Nuestra, el equipo de fútbol femenino del barrio Güemes, da pasos firmes y guía a sus dos visitas por los pasillos angostos esquivando niñas y niños que, recién salidos de la escuela, corretean arrastrando sus mochilas, perros errantes que vagan sin collar y algún que otro bache con agua estancada. “Por acá”, “por allá”, dice de tanto en tanto mientras señala con su dedo índice. Da la sensación de que lo podría hacer con los ojos cerrados e igual llegaría a destino.
Mientras avanza habla con LA NACION y sólo se interrumpe para repartir saludos. A un verdulero, a vecinos que toman mate con sillas en la vereda, a cada persona que la interpela en el trayecto que separa a la terminal de micros del galpón donde descansa la utilería que utiliza para entrenar a las “pibas” que se reúnen tres veces por semana en la cancha de pasto sintético, el potrero histórico del barrio. “Abrimos un espacio para que las mujeres pongan el derecho al juego en movimiento. Por cuestiones culturales y patriarcales las mujeres siempre hemos sido ciudadanas de segunda. El fútbol es un bien cultural enorme y nosotras no podemos quedar afuera”, enfatiza mientras mira fijo hacia el objetivo de la cámara de un celular que la filma.
Mónica jugó en All Boys y ahora es directora técnica. Conoce más que nadie las barreras impuestas a las mujeres para acceder a un espacio históricamente conquistado por los hombres. “La historia es más o menos igual desde 1991, cuando arrancó oficialmente el fútbol de mujeres. Nunca se contó con recursos, no tiene difusión y no hay estructura en los clubes para recibir jugadoras -se lamenta- siempre quedamos en el último rinconcito del club”. La penosa realidad del fútbol amateur, sin embargo, no se condice con la revolución que se viene sintiendo hace algunos años en los barrios. “Podés encontrar un proyecto de estas características acá, pero también hay torneos en countries y grupos de mujeres que salen de trabajar y alquilan una cancha. Eso antes no pasaba”, afirma. “Hoy respirás fútbol en todas las esquinas”.
“El fútbol descoloniza los cuerpos de las mujeres”
Adentro del galpón empieza el calentamiento. Desde la entrada se puede ver a Julieta y Enriqueta, las entrenadoras del equipo de las chicas más grandes (de 14 años en adelante). Concentradas en su tarea de organizar las pecheras rojas, celestes, amarillas y verdes y los conos y las pelotas dentro de bolsos negros, casi no se percatan de la llegada de LA NACION. Mónica se pone en sintonía. Deja todo de lado para ordenar la utilería y recién cuando los materiales están acomodados se relaja e indica el camino hacia la cancha.
Julieta Román -como Riquelme, aclara Mónica- toma la delantera y se monta en el hombro una bolsa de goma con unas 10 pelotas. Ella es cofundadora de La Nuestra y jugadora de fútbol profesional. A sus 9 años se fue a vivir a Suecia con la convicción de convertirse en una atleta. Cuando volvió, se dio cuenta de que en latinoamérica no había un espacio para las mujeres en la cancha. “El fútbol descoloniza los cuerpos de las mujeres. Desde chiquitas nos dan juguetes referidos a la cocina o a la maternidad y nos dicen que no tenemos que ser bruscas, que la fuerza y los músculos son para los hombres. El fútbol, por la técnica y porque es un deporte colectivo, tira por tierra un montón de esas cosas“, afirma, mientras acelera el paso para llegar cuanto antes a su lugar de pertenencia.
“Por nuestra experiencia en el barrio, las mujeres que se acercaron al proyecto y que han sido protagonistas de la toma de la cancha y de la constitución de un espacio seguro, se han parado frente a situaciones de violencia de una manera distinta y también encontraron en lo colectivo y en el refugio grupal un lugar de pertenencia y otra manera de abordar esas situaciones”, dice, agitada por la combinación del calor y el peso de las pelotas sobre su cuerpo.
“¡Ahora dejamos la vida a un costado y nos dedicamos al fútbol!”
Es un martes primaveral y entradas las 18 el sol todavía ilumina el rectángulo verde emplazado en la frontera entre Retiro y Güemes. Hay varones de varias edades que se acomodan en un rincón para seguir intercambiando pases. Saben que a partir de esa hora la cancha es de ellas. Casas de ladrillos a medio construir y de todos los colores; gradas para padres que se acercan a ver a sus hijas y una avenida que desemboca en la terminal completan el paisaje. Colitas altas, rodetes estirados, trenzas, pelos desaliñados, botines, shorts, canilleras y medias largas. Cada una a su manera llega, saluda a las “seños” y se suma a la ronda para planificar el entrenamiento.
“Hola, Eri, ¿cómo estás? ¿Vas a venir ahora o mil horas tarde?”, le pregunta Julieta a una de las chicas que parece estar de paso. “Voy a ver porque tengo tarea”, le responde ella. Mientras tanto, en la cancha se dividen en dos equipos. Las más chicas, revoltosas, abrazan a Mónica y a Majo, la entrenadora que completa el plantel técnico, y piden entrar en calor con una mancha. “¡Pulpo!, ¡cadena!”, gritan a viva voz, y lo someten a votación. Gana “pulpo” y se ponen a correr.
En el otro extremo de la cancha están las adolescentes, dirigidas por Julieta y “Queta”. “En 2012, una vez que el espacio estaba muy consolidado, empezaron a llegar más chiquitas y hubo que hacerles un espacio. Juli tomó esa posta y ahora son estas mismas que crecieron bajo esa dirección técnica y futbolísticamente crecieron un montón”, explica Mónica, mientras reta a sus alumnas para que se concentren: “¡Ahora dejamos la vida a un costado y nos dedicamos al fútbol!”. Las chicas a las que se refiere están disputando la Liga de Desarrollo de Fútbol Femenino de La Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol).
“La Nuestra es mi segunda familia”
Los cachetes rojizos de Yanina dejan entrever su dedicación. Frena la pelota, se seca la frente con el antebrazo y responde algunas preguntas: “Lo que más me gusta es cuando nos enseñan algo nuevo; algo que no sabemos y que tenemos que aprender”. Luci tiene 16 años, aclara que pertenece a la camada antigua y se suma a la charla: “Para mí son como mi segunda familia, me conocen desde hace un montón de tiempo y me enseñaron lo que vale una mujer”, dice y, antes de retomar el entrenamiento, agrega: “La Nuestra es amor, familia, pasión, compañerismo, amistad, un montón de cosas re lindas y agradezco que me hayan abierto las puertas”.
“En los barrios las pibas están acostumbradas a las tareas domésticas pesadas desde edad muy temprana y a tener una vida prácticamente de mujeres adultas -dice Mónica-. Jugar no está tan habilitado; lo juegan solo los varones que vuelven del colegio y tiran la mochila”. Aunque resumir 10 años de trabajo le resulta difícil, hace un esfuerzo: “Lo primero que atravesamos fue ocupar el espacio porque las mujeres acá no entraban y, a partir de eso, empoderarnos, pertenecer a un grupo, sentir que pueden hacer lo que quieran con sus cuerpos, romper mitos y prejuicios e ir armando red con otras”. Este año, Mónica ganó el premio de Mujeres Solidarias de la Fundación AVON, por el cual recibió, además del reconocimiento por su trabajo, una asignación económica y visibilidad del proyecto.
El momento más ansiado llega: las pelotas empiezan a rodar. Entre gambetas, pases cortos y jueguitos autónomos, demuestran sus habilidades y prestan atención a las indicaciones de sus entrenadoras, que siguen los movimientos de cerca y no dejan nada librado al azar. La revolución por la igualdad de género parece levantarse acá, en la canchita del barrio Güemes, que queda en penumbras pasadas las 19. Se encienden los reflectores y el partido sigue hasta las 20. Las mochilas que habían sido dejadas en los laterales vuelven a los hombros de sus dueñas, las que todas las semanas se paran erguidas en la cancha y reafirman su derecho a participar del deporte argentino por excelencia. “¡Nos vemos el jueves!”, repiten todas antes de encarar la vuelta a casa.
Contacto para colaborar: La Nuestra Futbol Femenino
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