Fue un chico grande, querido y querible, un profesional libre y sin ataduras
Hay un sinnúmero de imágenes y de anécdotas gratas que vienen a la mente cuando se recuerda a Clorindo Testa. Tras seis décadas de trayectoria, el arquitecto y pintor recibió, junto con premios y distinciones, la enorme satisfacción que supone el cariño y el reconocimiento de los alumnos, de cientos, de miles de seguidores, para los que el calendario no tenía ninguna importancia. Clorindo era un chico grande, querido y querible, según probó ayer la cadena constante de mensajes en las redes sociales. A él le hubiera gustado esta ola de afecto contemporánea. Siempre tan al día, sin perder de vista las tradiciones y las buenas costumbres. Como la de recibir a los amigos en su departamento de la avenida Santa Fe, de puertas abiertas los domingos por la noche, para comer pastas al dente preparadas por él mismo, con un pesto digno de un italiano de pura cepa. Las pastas del domingo congregaban a los amigos de siempre y a los amigos de los amigos, en una convocatoria tan generosa que la mesa se iba estirando a medida que llegaban los comensales. El asunto era sencillo: sumaba mesas de bar, las típicas cuadradas, tantas como fueran necesarias, con la complicidad de Teresa, su mujer, siempre dispuesta a seguirle la corriente.
Nacido en Benevento, cerca de Nápoles, en 1923, llegó a la Argentina en brazos de su padre, un médico atraído, como tantos, por la fantasía del sueño americano y, también, por los cantos de sirena de un tío cura que finalmente colgó los hábitos y tuvo dos hijos a los que llamó Eolo y Príamo. Nada menos. De esto y otras cosas hablamos con Clorindo en una de sus últimas muestras, que colgó en la galería Del Infinito, en la avenida Quintana. Estaba feliz. Era una buena oportunidad para traer la infancia al presente, porque los acrílicos sobre papel estaban inspirados en los primeros números, que aprendió de niño junto con la frase "Mamá me ama". Esa tarde me contó la experiencia en el jardín de infantes de la Escuela Montessori, un método de enseñanza admirable que enfadó a Mussolini y abrió las mentes de miles de chicos y jóvenes italianos y no italianos. Entre muchos otros fueron "alumnos Montessori" Gabriel García Márquez y los cofundadores de Google, Sergey Brin y Larry Page.
Inclasificable, Clorindo Testa fue un profesional sin ataduras. Un hombre libre que adhirió temprano a las enseñanzas del suizo Le Corbusier y desarrolló durante su carrera un estilo propio, siempre sorprendente en el manejo del espacio, en el uso del color y en la ausencia de estereotipos, algo demostrado de manera cabal en la casa que proyectó para Nelly y Guido Di Tella. Fue catapultado al estrellato por el edificio para el ex Banco de Londres, una imponente escultura de cemento, materia de estudio en la Facultad de Arquitectura, que aún hoy detiene el paso de quienes caminan desprevenidos por la calle Reconquista.
O la Biblioteca Nacional, proyecto compartido con su gran amigo Francisco Bullrich en los años sesenta, que terminó de construirse en 1992. Esa demora absurda explica mejor que mil palabras cuál fue durante todos esos años el lugar de la cultura en la agenda oficial.
Ganó su primer concurso en la década del cincuenta, con Rossi, Rabinovich y Gaido, para levantar el edificio de la Cámara de la Construcción. Ese mismo año colgaría su primera muestra en la Galería Van Riel, dirigida por el muy querido y recordado Franz, decano de los galeristas de Buenos Aires.
Iniciaba así dos carreras en paralelo, siguiendo la huella marcada por Miguel Ángel y Le Corbusier. Dibujar y pintar; dibujar y construir. Recibió en dos oportunidades el Premio Konex de Platino y, un año atrás, el Gran Jurado Konex le entregó una mención especial por su trayectoria en las Artes Visuales. La popularidad del más porteño de los italianos pudo medirse en el largo aplauso que acompañó su paso por el estrado, con sus clásicos mocasines color suela y la media sonrisa detrás de los anteojos enormes.
Tal vez el más radical de los arquitectos de su tiempo, abierto a lo nuevo y a los cambios, vivía en un departamento típicamente francés, con ascensor jaula y puerta de roble de doble hoja. Tenía su estudio en otro edificio de piedra París y techos altísimos en Santa Fe y Callao. Toda una curiosidad si se piensa en la audacia con que encaraba nuevos proyectos, campus, universidades y, más recientemente, los espacios expositivos en los Arsenales de la Bienal de Venecia. Ganador en la XV Bienal de San Pablo, Clorindo Testa encontró en el arte un camino expresivo ilimitado, libertad en estado puro que compartió con el Grupo de los Trece y con sus amigos informalistas.
La formación del arquitecto pintor era también "ítalo-argentina". Además del Jardín Montessori, estudió en la Escuela Argentina Modelo y en los colegios Roca, Regina Marguerita, Príncipe Humberto de Savoia y Champagnat. Se graduó de arquitecto en la UBA.
En los años ochenta, junto con Jacques Bedel y Tatato Benedit ,plantó la bandera de cambio en la Recoleta al transformar el antiguo Asilo de Ancianos Gobernador Viamonte en un Centro Cultural vital y magnético. La forma de exhibir las obras de arte y la relación con el público se modificarían para siempre desde su apertura. El espacio urbano como experiencia lúdica. De eso se trataba, ¿no, Clorindo?