¿Fue este año o el año pasado? Por qué el estrés pandémico altera la percepción del tiempo
Una extraña sensación de atemporalidad entremezcla los acontecimientos y dificulta ponerlos en perspectiva
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“¿Fue el año pasado? ¿O este?” La duda existencial se instaló en la conversación de estas dos madres, en la puerta del colegio en el que estudian sus hijos. Mientras esperaban que los chicos salieran, Nadine Fourcade y Mariela Nozzi conversaron sobre la fecha en que Mariela se contagió de Covid y quedaron atrapadas en la misma nebulosa que hoy envuelve a miles de personas. Una extraña sensación de atemporalidad que entremezcla los acontecimientos de la pandemia y dificulta ponerlos en perspectiva. “Tenés razón, fue este año. Es que estoy tan agotada, este año fueron como tres años juntos. Y todavía falta para que se termine”, dijo Mariela.
Los especialistas apuntan que el impacto que produjo la pandemia en la vida cotidiana generó, entre otras consecuencias, una alteración de la percepción de la temporalidad, un efecto similar al que viven los astronautas en el espacio, cuando no saben si es de noche o de día o cuántos días hace exactamente que salieron de su casa. Este es uno de los síntomas del agotamiento físico y psíquico que protagonizan muchas personas en esta etapa, que se percibe como el final de la pandemia, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuándo realmente va a terminar. ¿Por qué se produce? Entre otras cuestiones, la necesidad de resetear tantas veces el sistema, adaptarse a tantos cambios de protocolo y reorganizar una y otra vez la vida cotidiana, que hacen que al final todo lo que ocurrió a partir de 2020 –desde la llegada de la pandemia– quede encapsulado en un paréntesis temporal con final incierto, se explica.
“La pandemia alteró nuestra percepción del tiempo”, advierte un estudio publicado en junio en la revista científica Time & Society. El trabajo de dos investigadores, la psicóloga uruguaya Tianna Loose y el investigador alemán Marc Wittmann, reveló que el sentido del paso del tiempo ha cambiado drásticamente desde marzo del año pasado. “La pandemia de Covid-19 afectó de manera importante muchos aspectos de la vida de las personas, provocando angustia psicosocial. Las actitudes temporales de disposición impactan en la angustia psicosocial porque desencadenarían cambios situacionales en nuestra percepción del tiempo y enfoque temporal”, afirma el trabajo.
Al evaluar la percepción del tiempo en un grupo de 144 estudiantes uruguayos encontraron que el 80% de las personas sintieron que el tiempo había pasado más rápido o más lento durante la pandemia. Muchos experimentaron la pandemia como “un tiempo vacío duradero que se prolonga sin un objetivo”, dice la investigación. Esto se debe a que, de la primera etapa de la pandemia (el encierro) habría poco que recordar, es decir, pocos marcadores temporales como festejos, encuentros, recitales, cumpleaños o casamientos, entre otros. Los especialistas los llaman “rastros episódicos” que se registrarán en la memoria a largo plazo. Por el contrario, en la etapa posterior al aislamiento, el cambio permanente en el presente y la dificultad para proyectar un futuro alteran la capacidad de ubicarse a uno mismo en una línea temporal.
“Creemos que este es el final de la pandemia, pero no lo sabemos. Esto genera tensión y angustia. Esta sensación de agotamiento extremo es una realidad para una gran parte de la población, después de casi dos años. Esto es parte de lo que nos va dejando la pandemia, que se suma al tipo de sociedad en que vivimos, la sociedad del cansancio, como dice Byung-Chul Han”, apunta Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Sin planificación
“Tenemos alterada la línea del tiempo; tuvimos muchos cambios y nos reseteamos varias veces. Ahora, que estamos en una cierta normalidad, nos seguimos adaptando todo el tiempo a distintas circunstancias. Esto nos demanda un esfuerzo psíquico muy grande. Existe un gran desgaste, el mecanismo de adaptación se empieza a agotar a medida que el procedimiento se vuelve repetitivo. Tenemos dificultad para ubicar 2020 y 2021 en una línea de tiempo porque vivimos forzando el psiquismo. Vivimos en un estado prolongado de incertidumbre que nos genera dificultad para planificar, ni siquiera las próximas vacaciones. Y la incertidumbre en la noción de futuro afecta la sensación de presente”, explica Cruppi.
El filósofo y psiquiatra José Eduardo Abadi acaba de publicar el libro Y el mundo se detuvo, sobre el impacto de la pandemia en la vida cotidiana. “El agotamiento psíquico que produjo la pandemia se tradujo en hartazgo, agobio físico y vivencia de ausencia de futuro”, sostiene Abadi. “Existe una dificultad para poder descargar la energía en proyectos. Quedó inhibido el soñar con el mañana. Hay mucha energía que no se pudo convertir en algo productivo y se tornó en angustia. El sentimiento y la vivencia de falta de futuro generaron un impacto enorme. Hubo que encontrar una nueva cotidianeidad, en la que el cambio fue la constante. La amenaza nos obligó a reconfigurar permanentemente nuestra realidad y esto demandó un gran esfuerzo no solo en lo físico, sino en lo psíquico. También produjo mucha rabia contenida, que es una sensación viscosa parecida al agotamiento y generó formas de depresión reactiva, que se manifiestan como desinterés, desgano, ausencia de motivación”, describe Abadi.
“Tenemos alternada la percepción del tiempo. De pronto, el mundo se detuvo y desaparecieron nuestra autonomía, nuestra libertad para movernos. Todo quedó suspendido en el tiempo y espacio hasta que algo suceda. El reloj y el tiempo interno ya no coinciden. La gran pregunta sobre qué va a pasar sigue sin respuesta, y eso genera mucha ansiedad”, agrega.
“La pandemia fue al principio una situación aguda, un cambio que duraba unos días y finalmente se volvió crónica”, explica Fernanda Giralt Font, subdirectora del Departamento de Psicoterapia de Ineco y directora del curso de posgrado Abordaje Cognitivo Conductual del Estrés de la Universidad Favaloro. “Esto significó que hubo que desplegar recursos adaptativos frente a una situación de alarma. Sin embargo, cuando la situación se prolongó, terminó provocando un estrés crónico y casos de burn out en el ámbito laboral. Este estrés generalizado produce síntomas cognitivos y fisiológicos, esa sensación de que la situación desborda los recursos que tenemos para afrontarla. También, en situaciones de trabajo, agotamiento, sensación de no dar más a nivel emocional; fatiga mental y emocional y un distanciamiento, una despersonalización de la tarea que realizamos. Más indiferencia y desapego, se reduce el compromiso y baja la productividad. Una sensación de ineficacia profesional”, enumera Giralt Font.
El nivel de estrés sostenido afecta la memoria y las funciones ejecutivas del cerebro, ya que el cuerpo segrega elevadas cantidades de cortisol. Esto impacta en la percepción temporal, se produce fatiga y cansancio muscular. “La pandemia generó una gran cantidad de estresores. La falta de predictibilidad, la sensación de amenaza, el aislamiento, la difícil situación económica, por mencionar algunos”, dice la especialista. “En la nueva normalidad, se superpusieron roles. Lo sabe quien trabajó todo este tiempo desde su casa. Todo transcurre en el mismo espacio, superpuesto. No hay escenarios variados y son pocos los estímulos. La percepción del tiempo y el espacio está afectada”, concluye.
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