Fue condenada a la pena de muerte y luchó por su perdón: la dura historia de Karla Faye Tucker
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En junio de 1983, el caso de Karla Faye Tucker se hizo conocido por la frialdad con la que la texana relató un terrible crimen que había cometido, pero también por lo impiadoso de su sentencia, a la que se opuso hasta el Papa Juan Pablo II. Una década y media después, en febrero de 1998, la mujer se convirtió en la primera en más de 130 años en ser ejecutada en el estado de Texas.
Según describió Tucker durante el juicio, después de haber consumido drogas y alcohol con sus amigos fue a robar a la casa de su examante, Jerry Lyan Dean, para comprar más estupefacientes. En el instante en el que la mujer se vio descubierta asesinó a golpes con un pico a Dean y a su entonces novia Deborah Thornton.
Tras el doble crimen, la mujer fue detenida y sentenciada años después a la pena de muerte, un acontecimiento que no se repetía desde hacía más de un siglo en Texas; la última en ser ejecutada había sido Josefa Chipita Rodríguez en 1863. La decisión de la Justicia de Estados Unidos convirtió a Tucker en la primera mujer en 135 años en recibir la inyección letal en ese estado.
Se dice que Tucker asistió al juicio bajo la influencia de drogas y contó todos los detalles de cómo había perpetrado el delito. Por el estado de la mujer, estuvo a punto de cancelarse el juicio, pero las autoridades y el juez finalmente no lo hicieron. Entonces Tucker declaró haber sentido cierto “placer sexual” cuando mataba a su amante y a su novia.
Años después, la mujer pudo rehabilitarse y se convirtió en una referente para las personas que luchan contra las adicciones.
El caso de Tucker también posibilitó que la Corte Suprema accediera con el tiempo a cambiar las sentencias de condena de muerte por cadena perpetua.
Su abogado y familia le pidieron al expresidente de Estados Unidos y entonces gobernador de Texas, George Bush, que impidiera la ejecución, pero ni él ni el Tribunal Supremo accedieron. Bush, lejos de pronunciarse a su favor, sostuvo que no podía “hacer excepciones” y tenía que asegurarse de que “todos los delincuentes fueran tratados de igual forma ante la ley”. De esta forma, no intervino en la sentencia de la Justicia y la mujer de 38 años fue ejecutada con la inyección letal 45 minutos más tarde de lo programado, aquel 3 de febrero de 1998.
Pasaron 23 años desde que Tucker caminó vestida con un uniforme blanco por el corredor de la muerte de Hunstville. Había sido trasladada a esa prisión días antes, ya que la cárcel de Gatesville, donde estaba recluida, no estaba acondicionada para cumplir con la sentencia del juez.
En la habitación, Tucker fue atada de pies y manos con una correa que estaba adherida a una camilla que le impedía moverse u oponer resistencia. Antes de morir, pidió perdón por los crímenes que cometió: “Pido perdón por el sufrimiento que he causado. Espero que esto sirva para que Dios les de paz”, dijo.
Nacida en 1959 en Houston, Tucker era hija de una secretaria ejecutiva que ejercía la prostitución, Carolyn Moore. De su padre, Lawrence Earl Tucker, no atesoraba ningún recuerdo, según sus propias palabras. A los ocho años ya consumía marihuana y a los 10, heroína. Desde sus 14, siguió los pasos de su madre en las calles.
En sus últimos años de encierro, se había convertido en una celebridad. “No le temo a la muerte -le dijo a Larry King, por CNN-. Sé hacia dónde voy. Jesús me aguarda. Aunque ya no sea una amenaza para la sociedad”. También concedió entrevistas a los programas 60 Minutes, Charles Grodin, Court TV y, su favorito, The 700 Club, conducido por Pat Robertson, un predicador de gran audiencia que, antes partidario de la pena de muerte, había sumado su voz para pedir el perdón de Tucker. “Esto es un circo”, protestaban los guardias, según contó Beverly Lowry, autora del libro Crossed Over sobre el caso, en The New Yorker.
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