Muchas escuelas privadas están reemplazando progresivamente esa prenda de los uniformes por pantalones o polleras-pantalones
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El cambio llegó antes de la pandemia. La pollerita de tablas se fue del uniforme y llegó su reemplazo: una pollera deportiva con calza abajo para los días de calor y equipo de gimnasia para el invierno ¿La razón? Aggiornar el uniforme al tipo de prendas que usan los chicos hoy. “Pero, hace un año, como no lograban ponerse de acuerdo sobre el largo, para evitar polémicas, se decidió sacarla totalmente del uniforme. Ahora van con equipo deportivo chicas y chicos, pero en verano es caluroso”, cuenta Vanesa, mamá de Victoria y Julieta Fernández Barrios, de 11 y 8 años, mientras sus hijas se prueban conjuntos en la casa de uniformes. “Está bueno el cambio, pero estaba buena la pollera. Se extraña”, dice la mamá.
Cada vez son más los colegios que deciden sacar la pollera, o al menos permitirse ese debate. Los argumentos dicen que marca una diferencia por género, que resulta fría en invierno y calurosa en verano, que es una prenda que no es cómoda para sentarse, participar de actividades ni subir escaleras. Hay otras razones que se esgrimen por lo bajo: que en muchos colegios hay chicas y chicos con cambio de género y que resulta imposible exigir un determinado largo. También hay quienes la defienden: dicen que es parte de la tradición, que el equipo de gimnasia o el pantalón largo resulta muy caluroso, que la actitud corporal de un estudiante cambia según como esté vestido.
En lugar de sacarla, algunos colegios optaron por reformar sus reglamentos y borrar la línea que diferencia prendas de varón y de mujer: así, tanto ellas como ellos pueden concurrir con pantalón, o short o incluso pollera, si quisieran.
“En 2018, los chicos de primaria hicieron un trabajo sobre la revolución industrial y la producción textil y nos plantearon modificar el uniforme. Los escuchamos y a partir de entonces, las chicas pueden venir con pantalón gris o pollera”, explica Elvira Gowland, vocera del colegio Northlands. “Y eso que veniamos de 80 años de colegio de mujeres (en el año 2000 se incorporaron varones) y de tradición inglesa, con un reglamento que permite asistir con polleras con cualquier tipo de escocés. Desde el cambio, un importante número de las chicas optó por el pantalón”, detalla.
“Yo llevé uniforme siendo alumna: 15 años de falda y pullover azul marino. Y lo viví muy bien. El uniforme borra las diferencias, se gana tiempo y dinero. Estoy a favor de esa medida. Pero con un uniforme simple y, sobre todo, que no sea triste”. Quien lo dijo hace 15 días fue la primera dama francesa, Brigitte Macron, quien además fue docente de su marido. Justamente, la polémica por los uniformes escolares dio que hablar en Francia, porque se presentó un proyecto en el parlamento, de la mano de legisladores de ultraderecha, para que se retornara al uso obligatorio de uniformes en todos los colegios. Lejos de lo que podía esperarse, la primera dama estuvo de acuerdo.
“La pandemia hackeó el sistema”, apunta Mariela Bialy, directora del colegio Estrada de Ituzaingó, con 1200 alumnos, que el año pasado reformó su uniforme. “Se generó un debate en torno a la validez de la pollera, lo trabajamos desde miradas transversales, hablando con los chicos. Entendimos que las prendas no son sexistas sino el uso que les da. Sacamos la pollera escocesa, sumamos un jean, un short y una pollera pantalón y que cada uno elija. Ya no hablamos de uniformes de varón y de mujer”, dice. “Que ellos se sientan representados y escuchados genera confianza y diálogo”, dice la directora.
También en el colegio Michael Ham, de Vicente López se dio el debate sobre el uso de la pollera, casi en simultáneo con la decisión de volver mixto el colegio, gradualmente, a partir del nivel inicial. (La sede de Nordelta ya lo era) Finalmente, desde el año pasado, las autoridades decidieron incorporar al uniforme un pantalón azul de gabardina para mujeres.
Algo similar ocurrió en el Oxford High School de Belgrano. “Ahora no tenemos más uniforme para varones y mujeres, hay una lista de prendas posibles; al tradicional kilt lo reemplazamos por una pollera pantalón, pero la gran mayoría elige el jean”, explica Gisel Mier, directora. " Preferimos dejarles elegir y no prohibir o sacar prendas. Hay quienes se sienten cómodas con la pollera y tiene que haber libertad de elección”, dice.
¿Para qué sirve el uniforme?
“El uniforme tuvo un fuerte peso simbólico representativo de la pertenencia a una institución y a una gestión educativa”, explica Martín Zurita, secretario de la Asociación de Institutos de Enseñanza Privada de la provincia de Buenos Aires (Aiepba). “Originalmente tuvo la pretensión de igualar estudiantes, diferenciarlos por género, y establecer una frontera entre el mundo adulto y el estudiantil. Los estudiantes cumplían un rol social valorado en una sociedad que apostaba al progreso y esto debía ser visible a los ojos de todos. Hoy encontramos que todo aquello ha perdido potencia y que han aparecido criterios de practicidad en el uso, indiferenciación por género, calidad de los materiales; en un contexto de familias con poco tiempo para sostener simbolismos y una educación que está buscando su sentido en un mundo cambiante”, apunta.
Juan Viazzi es propietario de la fábrica Chico Uniformes, en Avellaneda, que viste a 200 colegios. La tendencia, afirma, es no solo a prescindir de las polleras sino a reducir prendas. Si antes tenía 15 o 20 partes, entre el de gala y el deportivo, hoy se reduce a 5 o 6 prendas. Adiós al blazer, a la camisa y a la corbata. “Muchos colegios están rediseñando para que el uniforme sea más versátil”, explica Viazzi. Comprar un equipo completo cuesta entre 60.000 y 100.000 pesos. Una pollera, cuesta entre $7000 y $12.000.
Graciela Tajer es dueña de la casa Pibot, en Mataderos. “Varios colegios de la zona fueron sacando las polleras. Algunos las reemplazan por short pollera y otros dejan el uniforme deportivo. Aunque cuando tienen un acto, extrañan el uniforme más formal”, explica Tajer.
¿Una frontera sexista?
¿La pollera es una frontera sexista? Esa es la pregunta que a muchas instituciones las llevó a interpelar su uniforme, de la mano del pedido de los centros de estudiantes. En los últimos años, en distintos colegios, se hicieron reclamos en los que, por ejemplo, los varones acudían en pollera, como protesta para poder usar shorts los días de calor y las chicas, pantalón por el frío y denunciaban un trato diferencial. En medio de ese debate, no pocas escuelas decidieron abandonar preventivamente las fronteras que dividían géneros, como el uso de los baños y el uniforme. Ocurre que, según explican, en cada vez más instituciones hay estudiantes que atraviesan un cambio de género o que se identifican como no binarios.
“Cuando yo iba al colegio, hace 25 años, el cura nos medía con regla el largo de la pollera, cuántos centímetros arriba de la rodilla. Hoy, uno lo piensa y sería inviable. Si un colegio lo hiciera, podría recibir denuncias. Además, de lo incómodo para la chica y la familia”, apunta Mariana Vega, mamá de Sofía, de 13 años, alumna de un colegio de Villa del Parque en el que se sacó el uso de la pollera.
No son pocos los colegios religiosos que sacaron la pollera, para evitar conflictos de ese tipo.
“Nosotros no cambiamos el uniforme. Hay algo de los colores de la pollera escocesa que hace a la identidad, pero todavía estamos en una etapa de debate interno. De todas formas, hemos recibido pedidos de chicas que no se sienten cómodas en pollera o que hablan del frío y las autorizamos puntualmente a venir con pantalón. Por ahora lo manejamos así. Somos flexibles, pero creemos que el uniforme tiene una razón de ser”, explica Constanza Díaz, directora del colegio San Joaquín, de Villa Ballester.
“La pollera se acortó al ritmo de un centímetro por año. Y ya no podemos decirle a las chicas hasta dónde debe llegar. En otro tiempo, se usaba el argumento de las escaleras, pero hoy casi todas usan calza abajo. También se les decía que podía ser peligroso andar en la calle con falda muy corta, pero ese argumento no va más, porque es responsabilizar a la víctima de acoso por la forma de vestirse; ya nada de eso parece un argumento”, describe Díaz.
“Estamos en una época de cambios. Es difícil, porque la pollera no solo hace a la identidad del colegio, sino a la manera de sentarse en el aula, de pararse frente al docente. Algo de eso se pierde si están todo el día en jogging”, apunta.
“No podemos decirles a las chicas cuál es el largo de la pollera, puede herir la susceptibilidad, además es subjetivo”, dice Flavia Gallo, del Instituto Buenos Aires, de La Matanza, que cambió el uniforme, en 2021, después de hacer una larga encuesta entre padres y alumnos. “No lo enfocamos como un cambio por temas de género sino de comodidad. Los chicos juegan distinto si están confortables, y eso es lo que buscamos”, explica.
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