Bajo el sol caliente del verano del 24 pasado, en un descampado de Villa Lugano, miles de bolivianos y descendientes de esa comunidad se juntaron en la Fiesta de la Alasita, para rendirle culto al Ekeko, antiguo dios de la abundancia, la fecundidad y la alegría de los pueblos andinos.
Este año, la fiesta convocó a unas 10.000 personas. Organizado en el marco de BA Celebra, contó con stands de comidas típicas (salchipapas, pollo frito y bebidas como la garrapiña o chicha de piña). Matías López, secretario de Desarrollo Ciudadano de la Ciudad, sostiene que "esta celebración no para de crecer, la comunidad boliviana es una de las más numerosas de la Ciudad". Según el último censo, de 2010, hay 147.781 de bolivianos en territorio bonaerense y 76.609, en Buenos Aires.
Aunque según la Federación de Asociaciones Civiles Bolivianas estima que actualmente en el país viven alrededor de 2.000.000 de bolivianos. Según la Dirección General de Migraciones entre 2011 y 2017 se radicaron en el país 414.000 inmigrantes del país vecino.
Soñar, soñar
Julio Apaza lleva un paraguas para protegerse del sol, está junto a su mujer Mabel. Ambos son de La Paz y viven en la Argentina desde hace diez años. Hacen fletes entre el Mercado Central y las verdulerías de los barrios porteños. "Este año quiero cambiar de rubro, voy a abrir mi propio puesto en la feria de La Salada. Yo el trabajo lo pongo, pero necesito un poco de la ayuda del Ekeko", cuenta entusiasmado a LA NACIÓN. Para eso, Apaza compró un local y una miniatura de un toro cargado de billetes chiquitos para hacerlos bendecir. Ahora espera su turno en una cola de casi dos cuadras.
El público que se acerca compra las miniaturas: autos, casas, títulos universitarios y locales comerciales y los brinda al Ekeko para que las transforme en realidad en el futuro. Para eso hay que pasar por el rito de la ch´alla, que incluye un baño con alcohol o vino, pétalos de flores, sahumerios, adornos coloridos y oraciones que mezclan tradiciones prehispánicas y católicas. Al Ekeko se lo representa como un campesino al que se le ofrendan cigarrillos, alcohol, alimentos y billetes. Cuanto más cargado de elementos esté, más abundancia traerá.
A cargo de las bendiciones están los yatiris, sabios y líderes espirituales aymaras. Una de las carpas más concurridas es la del yatiri Gabino Asencio, quien le entrega a cada bendecido una tarjetita con sus datos. Sus servicios incluyen "mirar la suerte en la hoja de coca y unión de parejas, amores imposibles o infieles". Por cada trabajo, Asencio pide una colaboración de entre 300 y 500 pesos, dependiendo el tamaño de la ofrenda al Ekeko.
Ante Gabino se paró con un pequeño local de ropa, Gabriela Cutipa, una joven de 16 años que miraba nerviosa el trabajo del maestro espiritual aymara. "Estoy estudiando en un secundario de artes y después quiero seguir en la universidad con diseño de indumentaria –relata Gabriela, luego de la bendición-. Mi sueño es tener mi propio negocio y diseñar ropa para mujeres y hombres". Gabino le sonríe y se detiene unos minutos más con la joven. Le recomienda seguir estudiando con empeño que del resto se encargará el Ekeko.
Otras miniaturas protagonistas de la festividad son los toros, que simbolizan la fuerza, y los elefantes, que representan la salud. Cada miniatura en la veintena de puestos habilitados por el Gobierno de la Ciudad en el marco de BA Celebra, se vende entre 300 y 500 pesos. Después se le pueden agregar billetes de fantasía en pesos, euros o dólares por unos 100 pesos.
Maria Challco se refugia del sol en su puesto de miniaturas y atiende las consultas del cronista. "No toques nada, si no vas a comprar –advierte María-. Porque tu suerte se la va z quedar el que se lleve esa miniatura". Una pareja se acerca al puesto y pregunta por un toro cargado de billetes. El hombre intenta bajar el precio. "Acá está prohibido regatear –dice la vendedora muy seria-. Cuánto más inviertas, más deseos se te van a cumplir". Y el matrimonio se aleja con su animal cargado de "dinero".
Dos hermanas buscan suerte para sus hijos que estudian en la universidad. Son Mabel y María Flores. Le compran a Challco el título de gastronómico y otro de despachante de aduana. "Nosotras en Oruro (ciudad boliviana del Altiplano) no pudimos terminar el secundario, tuvimos que salir a trabajar – se emocionan las mujeres, que hablan a coro- . Llegamos a Argentina hace 15 años y estamos muy agradecidas de todo lo que nos brindó este país". Las hermanas ya tienen sus títulos en miniatura y ahora van a la fila a buscar la bendición para que el Ekeko le cumpla sus deseos.
Mi hija, la doctora
Gabriela Quispe tiene 21 años y usa una gorrita para cubrirse del sol. Lleva envuelto en un clásico paño boliviano sus miniaturas para pedir sus deseos al Ekeko. Atrás la custodian María, su madre jujeña que trabaja haciendo servicio doméstico, y Ernesto, su padre boliviano, obrero de la construcción. La joven está en segundo año de medicina en la UBA y carga su título de médica de fantasía, unos fajos de billetes y una casita.
El matrimonio está terminando de construir su casa en el Bajo Flores. "Solo nos faltan detalles de la cerámica en el piso y el segundo baño arriba –cuenta Ernesto-. Por eso compramos la casita para que este año cumplamos el deseo. Trabajamos los domingos y feriados con la ayuda de mi hermano".
Gabriela, la primera porteña de la familia, solo se dedica a estudiar. "Veo el esfuerzo que hacen ellos (señala a sus padres) y me tengo que poner las pilas para estudiar. Me costó un poco el ingreso hasta que me acostumbré al ritmo de la universidad –explica la chica-. Pero ahora ya voy bien".
La joven aún no tiene decidido qué rama de la medicina va a seguir. "Me encantaría primero trabajar en una ambulancia o en la guardia de un hospital para atender emergencias". La futura doctora se para frente al Yaitiris, escoltada por sus padres. El maestro espriritual aymara rocía las miniaturas con vino y agua bendita. Les pide a Dios y al Ekeko que cumplan los deseos de la familia.
Después se detiene en el título. "¿Vas a ser doctora?", le pregunta a Gabriela. La joven asiente con la cabeza. "Espero que te acuerdes de este viejito y lo vengas a curar cuando te necesite. Seguí estudiando que te va a ir bien. Lo puedo ver en tus ojos", le dice. Para terminar, Gabriela y sus padres abren sus manos para recibir el agua bendita del maestro espiritual.
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