Fernando tiene esclerosis múltiple y sueña con ir al mundial de triatlón
La habitación está plagada de medallas de carreras y en el living lo primero que se ve es la imponente bici negra de competición. Tiene el asiento altísimo, adecuado a las piernas eternas de Fernando, que baja a abrir descalzo y vestido en ropa deportiva. El dos ambientes de Villa Urquiza no parece la casa de alguien al que hace quince años le diagnosticaron esclerosis múltiple.
Fernando Champomier es profesor de educación física, tiene 34 años y el físico magro y bronceado de quien parece tener una relación muy fluida con su cuerpo. También tiene, desde los 17, una enfermedad crónica y degenerativa que produce lesiones en la mielina, la sustancia que envuelve los axones de las células nerviosas, y que se manifiesta de formas impredecibles.
Cuando llega un brote, eso puede implicar dejar de sentir una pierna, insomnio, parálisis, una urgencia increíble para ir al baño o perder la vista de un ojo. Las lesiones pueden mejorar de modo parcial o por completo, en semanas o años y la enfermedad varía muchísimo de persona a persona.
"Lo peor de la enfermedad es la incertidumbre. Yo no sé ni cuándo ni dónde ni cómo va a ser, ni cuánto tiempo va a durar", explica.
Su esclerosis múltiple es del tipo recurrente-remitente, el más frecuente, en el que los síntomas ocurren en forma de brotes. Tuvo unos cinco desde que se lo diagnosticaron, frecuencia que disminuyó mucho con la medicación. Uno de ellos le provocó un signo de Lhermitte, bajaba la cabeza y le daba una descarga eléctrica en todo el cuerpo. Eso duró dos años. Hoy, producto de los brotes, ve mal de un ojo y no siente la pierna derecha. O siente distinto. "Es como que me quema. El viento me duele", intenta definir.
Fernando ya era un deportista apasionado cuando llegaron los primeros síntomas. Sólo que entonces el diagnóstico tardó en llegar, porque en Tierra del Fuego, donde nació, no había un especialista en EM.
A los 15, jugaba un partido de fútbol en Río Grande cuando empezó a ver raro. Miraba hacia atrás y veía lo que acababa de ver hacia adelante, como si fuera con unos segundos de retraso. Tenía diplopía, o visión doble, que al rato se fue. Unos años después estaba en una competencia de aventura, andando a toda velocidad en su bici cuando de pronto dejó de sentir el cuerpo, no tenía fuerzas. Pensó que había hiperventilado y lo mandaron a su casa respirando dentro de una bolsa de papel madera. Otro día estaba en un campo y no le salía caminar para el lado que quería. El cerebro daba la orden y las piernas no se enteraban.
La respuesta a las dolencias llegó a sus 19 años y con una resonancia magnética en Buenos Aires, que indicó que tenía 12 lesiones, "diez manchitas en el cerebro y otras dos en la médula", precisa. La médica que le dio el diagnóstico de esclerosis múltiple lo abrazó llorando.
Fernando volvió a su casa e hizo lo que no hay que hacer y hacemos todos, que es googlear la enfermedad. "Lo más leve que me imaginaba era en una silla de ruedas", cuenta. Él, que ya sabía que quería dedicar su vida al deporte, se desayunó el peor diagnóstico. ¿Y qué hizo? Igual dedicó su vida al deporte.
Fernando se quedó viviendo en Capital Federal, donde comenzó su tratamiento y en paralelo, la carrera de Educación Física. Hoy trabaja dirigiendo un club de running, en una pileta y en un salón de musculación. Y participa en triatlones. Tantos, que perdió la cuenta. A muchos va invitado por asociaciones o universidades.
"Cuando me enfermé vi el Ironman y pensé que nunca iba a poder correrlo. El primero que hice fue a los 23 años, me daba mucho miedo. Pero para el segundo ya quería bajar mi marca de diez horas. Lo terminé apenas unos minutos menos de las nueve horas cincuenta minutos", ríe.
Ahora se está preparando para el Mundial de medio triatlón (el llamado 70.3, que implica 1.9 km de natación, 90 de ciclismo y 21,1 de running) que se realizará en Nueva Zelanda el año que viene. Es el primero al que se animó a anotarse. Entrena unas tres horas por día, aunque le duela algo, entre natación, yoga, musculación y correr. Ir al mundial es un sueño caro. Por el sueldo de profesor (busca sponsors) y por la imprevisibilidad de la EM.
Poner el dinero de la inscripción por adelantado implica un voto de confianza en que su cuerpo no lo va a traicionar. Ya le sucedió hace unos años. "Estuve en el Campeonato Argentino de Duatlón (atletismo y ciclismo) y me estrellé, estuve internado una semana inconsciente. Me había quebrado unos dedos pero podía correr igual y decidí seguir entrenando para los Juegos Mundiales de Cali, que se acercaban. Al día siguiente tuve un brote. Yo tenía mil planes a futuro, pero los fui cambiando", cuenta. "Uno aprende a sobrellevarlo y a aplicarlo rápidamente a la vida. Así trato de llevar la enfermedad. Si pierdo un avión me voy en micro, no me estreso".
Uno de los síntomas especiales que le deparó la enfermedad: el carpe diem. "En general siento que se me incendia el tiempo en las manos, como si fuera una bola de fuego", explica si se le pregunta por su carácter hiperquinético.
De a poco Fernando se fue insertando en el circuito deportivo local. "No soy el mejor pero ahí ando, a veces meto algún podio. No me anoto en categoría especial por respeto a los que tienen una dificultad más marcada".
Ya participó en 20 medios Ironman y completó un maratón en menos de tres horas. Los próximos proyectos son el mundial de Nueva Zelanda y el Ironman de Brasil, al que fue invitado a competir el año que viene.
¿Y después de eso? "Más adelante, me gustaría poder participar algún día del campeonato mundial de duatlón de larga distancia y ahí casi que me quedé sin objetivos, aunque algo siempre encuentro. Bueno, en realidad ya estuve leyendo que hay unos triatlones que se llaman Norseman, y dicen que son los más duros del mundo. Puede ser ese".
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