Fernando Entín: te cuento mi fracaso
Cuando el actor abrió su galería en Palermo recibió una visita inesperada que marcó su suerte
Cada vez que el actor, conductor y galerista Fernando Entín piensa en la palabra fracaso, una misma historia irrumpe como una letanía con sabor un tanto traumático. Sucedió quince años atrás. Después de muchos meses de estudiar el mercado local, viajar a Nueva York, recorrer las galerías de arte de Chelsea, observar curadurías eficaces y empaparse con las últimas tendencias plásticas, Entín ya estaba listo para estrenarse como marchand.
En Palermo Viejo, un "revolucionario 14 de julio de 2000" abría su galería de arte Elsi del Río. El cubo blanco impoluto exponía objetos intervenidos y dibujos inspirados en zapatos –el objeto fetiche de la mujer– del artista José Luis Anzizar, su pareja. La muestra se titulaba: "Dime qué zapatos usas y te diré quién eres".
La jornada inaugural fue un éxito de asistencia regado por cientos de halagos: a las obras y al espacio. Levantada la persiana al día siguiente –"un día 15 a las 15"–, asomó la primera clienta. Para alguien que se estrena en el métier, ir al encuentro de un posible comprador, produce algo parecido a una revolución hormonal: endorfinas de alegría, y cortisol del estrés, en partes iguales. Cuando Entín se acercó a la señora, una mujer mayor, ésta saludó, extendió sus brazos y mostró una bolsa del supermercado Coto. Extrajo de ella unos zapatos viejos y exclamó: "Necesito que le haga taco y suela".
"Me bajó la presión", cuenta Entín. "Quedé petrificado. Tragué saliva. No sabía qué hacer ni qué decir. ¡Tanto esfuerzo, tanta apuesta al arte para que mi galería fuera confundida con un local de compostura de calzados! El golpe a mi autoestima fue certero, letal".
"Mi reacción –continúa– fue tomar la bolsa de Coto y, con una voz casi inaudible, decirle: Vuelva el viernes, señora, que estarán listos".
Mientras la clienta traspasaba la puerta, Entín sostenía la bolsa con el encargo. "Me pesaba como si sostuviera un piano. Y me preguntaba por qué y cómo había ocurrido semejante confusión. ¿Podían las obras generar semejante malentendido?".
"Esto es un fracaso rotundo —me dije—. ¡Primer día como galerista y recibo este pedido insólito!".
Como un autómata, todavía en shock, Entín caminó dos cuadras y le pidió a Alberto, su zapatero, que los arreglara muy bien para el viernes.
La señora regresó ese día con una sonrisa y preguntó por su encargo: "Acá están —se apuró Entín—. Pero tengo que explicarle algo importante: ¿Quiere sentarse...? Esto no es una zapatería para arreglos de calzado sino una galería de arte, donde el artista tomó los zapatos como icono fetiche de la mujer y con ese concepto desarrolló dos series de obras: una de dibujos en lápiz y otra de objetos intervenidos".
La mujer escuchó con atención. De pronto, reaccionó: "Ah, yo pensé que todo eso era la decoración de la zapatería". Cuanto más hablaba la mujer, más se deprimía Entín. Sus gestos de angustia deben haber sido tan visibles que, en un momento, empática, lo consoló: "Creo que te voy a comprar una obra. Los dibujos son muy lindos. Sos muy simpático y te ganaste mi confianza".
"Sentí —recuerda entre risas— cómo un fracaso rotundo de pronto mutó en lo opuesto: fue esa señora mayor, que nunca antes había entrado en una galería de arte, quien terminó comprándome mi primera obra. Pasé de la frustración a la alegría. No sólo por la operación. También por haber dado vuelta una historia que, como comienzo, se leía como el más perfecto de los fracasos".
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