Federico Fellini: "Mi trabajo se parece a una nave espacial o una bolsa amniótica: invita a explorar lo desconocido"
Del archivo: 16.02.1986
Bio
Profesión: cineasta
1920-1993
Considerado un artista clave de la historia del cine, su nombre es sinónimo de surrealismo. A lo largo de su producción ganó cuatro Oscar (La Strada, 81/2, Las noches de Cabiria, Amarcord) y, el año de su muerte, fue galardonado con un premio honorífico de la Academia de Hollywood.
BERLÍN.- El gran Fellini se encuentra en Berlín como cabeza de una importante representación concedida este año al cine italiano. Italia tiene mucho asegurado en esta 36a muestra berlinesa, quizá importantes premios. Hay unas cinco películas de ese origen y Ginger y Fred fue colocada en la apertura.
Fellini impresiona mucho, pero no es una pieza difícil en el tablero de las entrevistas. Accede a todos los reclamos de los periodistas con algunas condiciones: hablar sólo del trabajo y de sus ideas sobre el quehacer cinematográfico. Lo demás es una gran simpatía, varios guiños y la impresión de que un padre nos está palmeando la espalda. Fellini es quien toma la palabra:
–Si usted quiere, vamos a hablar de Ginger y Fred, el film que se me ha escapado de las manos.
–Bien, maestro.
–No, no me llame maestro. No soy para nada modesto, pero tampoco soy maestro. Llámeme Fellini o Federico, así me reconozco.
–¿Es usted optimista frente a las frecuentes caídas del cine?
–Sí, hace tanto que estoy en este trabajo y lo hago con tanto gusto, debo ser optimista. Soy optimista independientemente de mi identificación personal con el mundo del cine y con su lenguaje que, modestamente, sé que he contribuido a elaborar y a hacer progresar. Soy optimista también porque aun los más jóvenes de hoy han conocido el momento del extraordinario placer que produce el encuentro con las imágenes que salen de la pantalla, del sentir que la historia que se está viendo es como una llama que ilumina en las necesidades de cada uno, por entrar cada uno dentro de sí mismo mediante la anécdota que está compartiendo.
–¿Una situación solitaria?
–No siempre. Yo admito cada día más que el cine puede ser una experiencia compartida: con los otros espectadores por estar inserto en una situación colectiva o porque, simplemente, se ha ido a ver la película con una amiga. Ese momento de atención grata y juguetona que se produce como un prodigio o un milagro, cuando la luz abandona la sala y da paso a un rayo luminoso que comienza a contar una historia. Va a aparecer un rostro nuevo, un paisaje desconocido y una religión en la que nunca se ha esetado antes, se va a participar del amor de una jovencita abandonada y del esfuerzo del héroe por llegar. La llama que sale de la pantalla permite participar de un sueño común por la magia compartida en la penumbra. Claro que, a esa altura de los hechos, ya estamos metidos en el mundo privado del espectador, se ha abierto la llave que atranca un extraño mundo de misterio. Es el milagro del sueño privado concretado junto con los demás espectadores.
–¿Un sueño colectivo?
–Aunque propio de cada uno. Pero con imágenes evocadas en forma semejante. Con esta cualidad, con este ritual tan gratificante, el cine se recuperará de cualquier caída.
–En las notas con que se presenta su película dice que “satisface la sed cultural de Italia”.
–Siempre se satisface la “sed” cultural, como la sed fisiológica, pero pienso que es mejor decir que estimulamos la imaginación, la nostalgia o el presentimiento. Así la sed se atenúa porque bebimos un poco, aunque hayamos bebido mal. Descubro la ironía de la pregunta: la película Ginger y Fred es una crítica humorística a ese tipo de transmisiones culturales o de entretenimientos que no pueden aplacar ninguna sed cultural, que sólo busca atontar, adormecer u obnubilar.
–No parece tan optimista la propuesta.
–No claro, el optimista soy yo respecto del cine, porque gracias a él puedo decir estas cosas que frente a usted verbalizo tan mal. El cine deberá salir de este estado “catacumbal”.
–¿No le resulta fácil reconocer el origen de sus películas?
–Fíjese, me resultan útiles para ello las entrevistas con los periodistas. Siempre las concedo. Me gusta dialogar con los que escriben en la prensa. Con ellos voy hablando antes del rodaje, durante y ahora, con la película terminada. Los periodistas me obligan a pensar, a ordenar las ideas y a reflexionar. Y, a veces, a comenzar a escribir el guión definitivo.
–Así como así…
–Bueno, no tan así, hace falta la preparación, la investigación y una pregunta previa acerca de lo que se va a hacer. La pregunta varía según la película, el proyecto, pero, si no se puede dar una respuesta a la pregunta, o es inútil la pregunta o es inútil el film que se va a realizar. Si igual se sigue adelante, ya es tarde, aún al comenzar.
–Es notable cómo, desde su primera película, sigue ocupándose de Roma. ¿Es esta la misma Roma de Fellini o es otra?
–Esa pregunta tendría que respondérsela mi médico personal. ¿Qué pensaría él si comprobara que, después de 30, 40 o 50 años mi punto de vista no cambia? El punto de vista debe cambiar porque yo cambio. Mi punto de vista actual es el de un hombre que ha vivido 67 años, que tiene una distancia larga por detrás y otra imprevisible por delante. La perspectiva futura de trabajo debe ser muy cuidada en el sentido de no perder el tiempo. Las distancias son más cortas y no dan lugar a las cavilaciones no entendidas como proyectos o como investigación. Perdone esta melancolía. Fíjese que, además, esta perspectiva me exige una calidad de trabajo mayor. Sólo una cosa me identifica ahora y cuando era joven: la curiosidad. Estar atento, observar lo que sucede y rescatar lo interesante, misterioso o excitante. En este itinerario laberíntico e imprevisible lo que me ayuda muchísimo es mi trabajo. Un trabajo que se parece a una nave espacial o a una bolsa amniótica, ya que me invita a explorar lo desconocido y a darle vida por más extraño que resulte. También mi trabajo es una gran coartada, una gran protección.
–¿Nunca se propuso hacer cine social?
–No, no tengo un temperamento preparado para expresarme con violencia o decir cosas a los gritos. Mi tono, que también es crítico, tiene un color espirituoso, cómico, bufonesco. Aunque se exprese por la ironía y la broma, entiendo que la busquen, aunque no sean esos los modos habituales en el cine, para modificiar costumbres.
–Pero usted no se propone modificar constumbres.
–No, sólo presentarlas irónicamente. Cada uno que haga lo que quiera.
–¿Se siente una voz solitaria en su cinematografía?
–No, porque no creo en las voces solitarias. Todos los de esta generación del cine somos productos de una misma educación y formación intelectual y emocional. Individualmente, me reconozco como un contador de historias, un narrador formado como los otros de mi tiempo, con los mismos libros y las mismas experiencias y si mis películas gustan es porque al mismo tiempo, coincide mi voz con la experiencia propia del público, que me sigue con simpatía.
–¿No le molesta que Ginger y Fred no haya sido elegida para representar a Italia en el Oscar?
–Yo mismo le indiqué a mi productor que no se moviera más cuando vi que hacía esfuerzos para que mi película fuera en lugar de la de Ettore Scola. “No vale la pena –le dije–, la otra es una producción con capital norteamericano; responde a lo que los Estados Unidos quieren ver y Scola necesita abrirse un camino de trabajo sólido en un momento en que la cinematgorafía italiana no está en la mejor situación”. Me parece justo no discutirlo cuando yo ya recibí un Oscar en otras oportunidades.
–Por lo que vi usted no siente mucho amor por la televisión.
–La amo, sin embargo. Es un medio que ya ha andado por la Luna, que muestra todo al momento de ocurrir. Es la conquista más extraordinaria de los últimos 50 años. La preferiría más educadora. Pero para eso la TV necesita tener un punto de vista, manifestar una ideología coherente, expresar una experiencia aprendida en años de educar. Hasta ahora, nadie ha confiado en quien pueda transforarla en un medio que proponga la curiosidad y avive el gusto por lo extraño para sorprender y educar
Claudio España
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