Federico Andahazi: te cuento mi fracaso
El accidentado derrotero que convirtió a una novela iniciática en una derrota, o en un triunfo paradojal
El debut literario de Federico Andahazi fue el resultado de una ristra de frustraciones y rebeldías, maceradas a lo largo de gran parte de su existencia. Pero como para el escritor, según afirma, el hilo invisible que mueve todo triunfo suele esconder algún fracaso, su éxito también se cifró en un agrio traspié. Imposible refutarlo en este punto con la historia que comparte.
Andahazi admite haber fracasado en la antesala que guía a la buena escritura. Fracasó primero como alumno, luego como lector y, fugazmente, como novelista. Año tras año, sus transgresiones, especialmente en el secundario, lo dejaban libre por faltas. Por eso obtuvo su título de Bachiller especializado en Letras en un colegio nocturno –el Juan José Paso, en el Abasto–, donde se guarecían los estudiantes mediocres, haraganes y fracasados como él, revela.
"Odiaba la disciplina castrense del colegio durante la dictadura militar", dice. "Detestaba que me obligaran a cortarme el pelo a dos dedos del cuello de la camisa cuando, a la sazón, mi héroes eran Robert Plant y Jimmy Page. Era tal el sufrimiento, que en lugar de ir al colegio me escapaba a ese universo fascinante que resultó para mí, en la adolescencia, el extenso tramo de la avenida Corrientes que iba desde Callao hasta 9 de Julio. Extraña paradoja: abominaba el Cervantes que me obligaban a leer en el colegio, pero amaba al Cervantes de las librerías de viejo. Y gracias a esas visitas nunca más me habría de separar de Jack London, Dostoievski, Roberto Arlt, Kafka y de otros fracasados que me acompañaron durante mis rabonas".
La biblioteca del abuelo
Como en las capas de una cebolla, al fracaso estudiantil lo sobrevino el de la lectura. "Tras aquel encuentro iniciático con la literatura, me prometí leer todos los libros de la biblioteca de mi abuelo, Samuel Merlín, un editor que había comenzado su carrera como vendedor de libros puerta a puerta. Más tarde fue gerente de EUDEBA y, luego fundó la Editorial Merlín. La suya era una biblioteca tan imponente como peligrosa", evoca Andahazi. "Tanto, que el 24 de marzo de 1976, mi abuelo, consciente del riesgo, tomó la decisión más trágica de su vida: quemar todos los ejemplares. Desde el balcón del pequeño departamento de Ayacucho y Corrientes fui testigo de cómo, aquella misma madrugada, él quemaba las páginas de su vida en un terreno baldío frente a su casa. Fue como asistir a su inmolación. De hecho, sobrevivió pocos años a esa íntima y voluntaria inquisición. Nunca pude leer esos volúmenes. Fracasé. Pero hoy, cada vez que pongo punto final a un libro, tengo la recóndita ilusión de devolver un ejemplar a la biblioteca de mi abuelo".
Pero su fracaso más rutilante fue su estreno como escritor consagrado. "Luego de recibirme de Licenciado en Psicología, decidí escribir mi primera novela (publicable), El anatomista", cuenta y admite que hasta entonces nunca antes había encontrado tanto placer como el de la urdimbre literaria. Alternaba su trabajo como analista en el Hospital Alvear con las extensas escuchas terapéuticas en su consultorio, hasta que resolvió sepultar a la psicología para convertirse en escritor full time. "Cuando tuve la novela terminada con inocente entusiasmo me presenté en una editorial. No sólo no me recibieron el manuscrito, sino que el editor, ante mi insistencia, tomó el original de casi 400 página y lo depositó con enorme malicia en un cesto de papeles", recuerda.
Aquel concurso
En ese tacho quedó el manuscrito, pero no su orgullo. Andahazi no se dio por vencido y probó suerte en certámenes literarios. Entregó aquella primera obra casi de manera simultánea en el concurso de la Fundación Fortabat y en el premio Planeta, algo usual en un escritor novel que busca ver publicada su novela. La sorpresa llegó cuando se anunció que El Anatomista había quedado como finalista en el Planeta. Tenía firmes chances de abrazar la gloria. Pero el asombro mayor sobrevino al día siguiente cuando la Fundación Fortabat le notificó que había ganado el Primer Premio. "Estaba a punto de festejar mi primer éxito –desgrana– cuando recordé una cláusula del concurso de Planeta: la novela presentada no podía haber obtenido un premio anterior y con todo el dolor del alma retiré la obra de ese premio".
El mismo día de la ceremonia que lo coronaría como uno de los nuevos valores de la narrativa argentina, Amalia Lacroze de Fortabat le revocó el galardón. La empresaria y mecenas argumentó que El anatomista no contribuía "a exaltar los más altos valores del espíritu humano". "Cosa —dice con sorna Andahazi– que siempre había sospechado, pero que no estaba explicitada en las bases." El epílogo fue el fracaso en ambos concursos.
Aún sin respaldo consagratorio, "ese primer libro y los siguientes resultaron un éxito inesperado para mí", dice. "Por eso, cada vez que alguien me pregunta cuál es el secreto de una novela exitosa, sonrío y digo: No existen novelas exitosas sino escritores fracasados".
Kipling lo pondría en otros términos. Muy probablemente diría que "el éxito y el fracaso son dos impostores", y que por eso ambos deben ser tratados con indiferencia. Y más, en literatura.
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