"El mundo se puede terminar, pero la luz del faro siempre estará encendida", asegura con orgullo Omar Arrieta, suboficial mayor, a cargo de uno de faros icónicos de la costa argentina, situado a dos kilómetros de Claromecó, en la margen marina del partido de Tres Arroyos, en la provincia de Buenos Aires. "Muchos piensan que no sirven, pero los marinos se alivian cuando ven la luz, significa tierra cercana", afirma Arrieta. En octubre pasado el faro cumplió 98 años de servicio. Es uno de los más altos del país, con sus 54 metros y 286 escalones, ilumina y guía las derrotas de los buques que navegan por el mar argentino.
Dependen del Servicio de Hidrografía Naval de la Armada. Luego de cumplir 35 años de servicio, los torreros que trabajan en ellos se pueden retirar. En Claromecó no se relevan como los demás faros "tripulados", que rotan de dotación cada 15 a 20 días. "Estamos con nuestras familias por cinco años, luego cambiamos de destino", enfatiza Arrieta quien en su dilatada carrera prestó servicio en el Faro Rincón, Querandí y Ushuaia. "Me faltan tres años", se entusiasma. Y ya piensa en su vida lejos de esta torre luminosa. Oriundo de Salta, piensa vivir en Necochea con su esposa y cuatro hijos. "El mar te tira, no lo podés dejar", afirma.
Muchos piensan que no sirven, pero los marinos se alivian cuando ven la luz, significa tierra cercana.
"Estamos en un mundo aparte, el faro nos protege", confiesa al referirse a la vida que llevan en comunidad. Cinco torreros y sus familias son encargados de su mantenimiento, tres viven dentro del predio en casas independientes y dos en Claromecó. "Los sábados nos juntamos para comer un asado", asegura Arrieta. "El resto de los días después de terminar nuestros turnos, cada uno está en sus cosas", enfatiza.
Una vida diferente
"Es un trabajo que se elige por amor", sentencia el cabo principal Gonzalo Benítez, otro de los integrantes de la dotación. Tiene dos hijos y trece años de torrero, todavía no llegó a la mitad de su carrera. Su padre también fue torrero. "Es una vida totalmente diferente al resto de los especialidades. Aprendes muchas cosas", afirma. Antes de poder estar con su familia, pasó por uno de los destinos más inhóspitos, el temido faro Rincón, al que solo se puede llegar por agua o por aire. Ubicado en la Península Verde, al sur de la provincia de Buenos Aires, cuando sube la marea, la pequeña lengua de tierra y arena se convierte en una isla.
"Estás solo y debes convivir con situaciones de extrema supervivencia", coincide al recordar la vida en uno de los considerados "faros duros". "El contacto con el mar te abre la cabeza", reflexiona. "Por lo menos una vez al día tenemos que subir", se refiere a lo alto del faro. "Te tiene que gustar la soledad, a pesar de que estemos con nuestras familias. Hay una condición que, reitera, debe tener quien elige esta vida: "querer al Faro". Es una entidad que concentra emociones y vida laboral.
Estás solo y debes convivir con situaciones de extrema supervivencia.
"Le tomas mucho cariño, y cuando llega el momento de irte es como si te separas de alguien", agrega Arrieta. Estuvo cuatro años aquí en la década de los noventa. Ahora es su último destino. "Te encariñas con el faro", confiesa. "Cuando nos vamos y lo vemos desde lejos, sentimos un gran alivio", resume. Aunque la imagen del faro sobre la costa remita a una postal bucólica, los trabajos que se llevan a cabo son rutinarios y constantes y no existe ni un día feriado. Se trabaja los 365 días del año.
La actividad comienza a las 7.30, antes el torrero de guardia apaga (en verano) la luz del faro. Entre tamariscos y médanos, la torre, las casas y los diferentes galpones están dentro de un predio de tres hectáreas. Se reparten tareas que tienen como fin asegurar el funcionamiento del faro, pero también mantener la limpieza dentro de la imponente estructura. En su interior, la base tiene un diámetro de 8 metros, descansan los restos óseos de una ballena que se encalló en 1994. La visión en espiral de las escaleras hacia lo alto, es impactante. A las 13.30, culminan las actividades hasta la siguiente jornada. Queda en funciones el torrero de turno.
Luz de faro
La luz del faro ubicado en Claromecó se enciende todos los días del año cuando el sol baja en el horizonte y se apaga cuando amanece. Si hay niebla, lluvia o poca visibilidad, se deja encendido hasta que el clima mejore.
Entró en funcionamiento el 20 de octubre de 1922 (acaba de cumplir 98 años), es uno de los más grandes del país. Tiene una lámpara halógena de 400 watts y un alcance lumínico de 25 millas náuticas, unos 48 kilómetros.
Es una torre de hormigón de 54 metros, con franjas negras y blancas. Su interior tiene una escalera caracol con 286 escalones. Es igual al Faro Querandí, de Villa Gesell. Cada faro tiene una señal distintiva que lo hace único, por ejemplo su número de franjas y la intermitencia de su haz. El de Claromecó tarda 30 segundos en dar la vuelta completa. En los primeros años, la luz se alimentaba a gas, hoy está conectado a la red urbana. En el caso de un corte de luz, se enciende una baliza que funciona a batería.
En el país, hay 584 señales marinas, 62 faros en el continente y dos en la Antártida. De ellos, 14 están habitados. El más antiguo es el conocido como Faro del Fin del Mundo, que está en la austral isla de los Estados, inaugurado en 1884. En el continente, el primero fue el Faro Río Negro, en 1887. En la costa bonaerense existen nueve que son habitados, o que tienen "tripulación", el primero fue el de Punta Mogotes, en 1891. El más alto del país es el Faro Recalada, en Monte Hermoso, con 67 metros.
Navegación por carta
En la antigüedad, las embarcaciones se apoyaban con cartas náuticas, la posición del sol y las estrellas, accidentes geográficos y faros. Estas herramientas eran las únicas que tenían los navegantes para llevar a cabo sus derrotas (trayecto entre un puerto de zarpada y otro de desembarco) Las solitarias luces en la costa daban aviso de presencia de restinga (piedra debajo del lecho marino), bahía peligrosa, o bancos de arena, principales factores que producían naufragios.
En la actualidad, las embarcaciones se rigen por sistemas de navegación satelital (GPS) que se actualizan en tiempo real. Esto se ha traducido en viajes más seguros. Los faros, en este escenario, han dejado de ser tenidos en cuenta a la hora de hacer maniobras o racaladas (alcanzar un punto específico en la costa)
Las balizas, en cambio, continúan teniendo vigencia. Se trata de estructuras metálicas con señales o luces, algunas pueden ser boyas que flotan en el agua, que ayudan a la navegación en entrada o salidas de canales o puertos.
Sirven para advertir obstrucciones o peligros.
"Las faros continúan siendo útiles", afirma el Capitán de Fragata Hernán Niño Seeber, jefe del Departamento Balizamiento del Servicio de Hidrografía Naval. "Están ubicados en puntos destacados, altos y notables", describe. Estas luces solitarias que los marinos ven desde sus puentes de mando, "aumentan la eficiencia en la navegación, la seguridad de los buques y el tráfico marítimo", en zonas como en Claromecó, en donde existen bancos arenosos. "Sirven para advertir obstrucciones o peligros", sostiene.
Seguridad náutica
El Servicio de Hidrografía fundamentalmente debe proveer seguridad náutica al hombre de mar, además de promover estudios y exploraciones marinas para fortalecer la ciencia y el desarrollo económico. Su área de cobertura está establecida por la Asociación Marítima Internacional y el SOLAS, que es un convenio internacional para la seguridad de la vida humana en el mar. Para la Argentina está asignada el área Navaria 6.
La carrera de torrero lleva dos años de estudio y es una especialidad de la Armada Argentina, se cursa en la Escuela de Suboficiales de la Armada en la Basa Naval de Puerto Belgrano, en Buenos Aires. De los 14 faros "tripulados", muchos de ellos están en zonas inhóspitas y de difícil acceso. La soledad y su asimilación, son factores dominantes. "Las valores de un torrero están relacionados al sacrificio, al compromiso, al desarraigo y al sentir satisfacción por el deber cumplido", concluye Niño Seeber.
"Los destinos más duros son los faros Querandí, Segunda Barranca, Rincón y Cabo Vírgenes", señala Arrieta. Despajados de toda presencia humana, están en zonas apartadas, algunos sin internet, ni señal telefónica, ni agua potable, como el caso del Segunda Barranca, al sur de Buenos Aires. Todos ellos tienen relevo y radio VHF para asegurar comunicación con el mundo exterior.
Existe algo en los faros que hace que la gente se quede muda al verlos.
La realidad es muy diferente en los faros de Punta Mogotes, Médanos, San Clemente, San Antonio, Río Negro y Monte Hermoso, donde los torreros pueden ir con su grupo familiar, en los demás, no. En estos no tienen equipo de radio, pero sí internet. Todos tienen que elaborar informes que elevan luego al Servicio de Hidrografía, observaciones de la costa y meteorológicas.
Estas extrañas torres en la costa que remiten directamente a los tiempos de los barcos a vela o vapor, se han convertido en atracciones turísticas. En temporada de verano, el faro Claromecó recibe visitas. "Existe algo en los faros que hace que la gente se quede muda al verlos", afirma Arrieta. Nostalgia por un mundo que se fue, historias y misterios. "Más allá de los avances tecnológicos, el sistema satelital se puede caer, pero el faro seguirá iluminando el mar", concluye.
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