Falleció Osvaldo Soriano
El escritor y periodista Osvaldo Soriano murió de cáncer ayer en la clínica Suizo Argentina de esta capital a los 54 años. Soriano estaba internado desde el lunes 20 en ese centro asistencial, donde en los últimos días se le extirpó un pulmón en procura de salvarle la vida.
Apenas una hora después de producido el deceso, se conocieron numerosas expresiones de condolencia, tanto del ámbito local como de Europa, donde su novela "No habrá más penas ni olvido" alcanzó gran repercusión.
Escritores de la talla de Adolfo Bioy Casares y María Esther De Miguel manifestaron su pesar por su muerte.
"Se fue un escritor de los que ya no quedan en la literatura nacional ", dijo Bioy Casares.
"Acabamos de perder a un escritor finísimo, a una persona con una refinada capacidad para describir las vicisitudes humanas", señaló un vocero del diario italiano Il Manifesto, del que Soriano era colaborador.
Empedernido lector de cuanto cayera en sus manos, Soriano compensó con una formación autodidacta la interrupción de sus estudios cuando apenas había alcanzado el tercer año del secundario.
Y el tiempo demostraría que no le fue mal. "Triste y solitario final", "Cuarteles de invierno" y "Una sombra ya pronto serás", entre otros títulos, mostraron a un autor punzante, capaz de conmover.
Ultimamente el diario Página 12 había recibido de su pluma testimonios memorables.
La literatura de ficción perdió a uno de sus mayores talentos
El autor de No habrá más penas ni olvido y A sus plantas rendido un león fue, además de un prolífico y reconocido escritor, un periodista de primera línea
Voluntad de hierro y pasión voraz por la literatura: Osvaldo Soriano torció con la fuerza de su propio deseo la trayectoria de una vida (la suya) encaminada naturalmente a disolverse en el anonimato, a menos que un suceso extraordinario ocurriera. Y el suceso extraordinario ocurrió. Nacido en Mar del Plata en 1943, hijo único de un ama de casa y un técnico electrónico empleado como inspector en Obras Sanitarias, Soriano tuvo su primer contacto con la literatura alrededor de los veinte años. En su casa no había biblioteca. Los libros que leía su padre eran técnicos. Una sola excepción en esa infancia despoblada de ficciones despertaría definitivamente la vocación literaria: las historietas que llegaban en tren, una vez por semana, desde Buenos Aires al interior de la provincia .
Las luces de la ciudad
Soñando con convertirse en una estrella de fútbol, paseó su niñez de pueblo en pueblo por el país, al ritmo que los cambios de destino le imponían al trabajo de su padre. De la polvareda ardiente de esos pueblitos, de sus hoteluchos destartalados y sus estaciones de servicio semiabandonadas surgirían, luego, los escenarios de la mayoría de sus ficciones. Cuando, a los veintiséis años, dejó la casa de sus padres, en Tandil, para instalarse en Buenos Aires como redactor de Primera Plana, la actividad periodística, que practicó hasta el final, iba a ser sólo un primer paso en el mundo de las letras. Ya abandonado el sueño de consagrarse gracias a la habilidad de sus pies (aunque nunca dejó de sufrir y alegrarse, corazón a corazón, con su amado San Lorenzo), devoró cuanto libro caía en sus manos, sin distinción ni jerarquía. Había interrumpido sus estudios secundarios en tercer año y tenía la sabia certeza de que ningún conocimiento que pudiera adquirir en su formación autodidacta resultaría del todo inútil. El tiempo le daría la razón. Triste, solitario y final, su primera novela, escrita en 1976, fue el resultado de su enorme erudición acerca de Stan Laurel, Oliver Hardy y Philip Marlowe. Esos conocimientos, aparentemente triviales, le permitieron lograr su primer gran éxito de ventas, y marcaron a fuego el perfil de su carrera: Soriano cimentó el extraordinario éxito editorial de sus libros sobre una obra noble, de genuino valor literario.
Andanzas
Cultivó lo que se podría considerar como una literatura viril. En autos desvencijados, hombres que suelen ser cara y ceca de una misma moneda protagonizan aventuras disparatadas, brutales, conmovedoras. Las mujeres, cuando se asoman a las páginas de sus libros, lo hacen retratadas con la fascinación, el respeto y hasta el temor de alguien que a, pesar de sus esfuerzos, no logra descifrar el enigma de una extraña criatura. En ese sentido, una de las escenas más tiernas registradas en su obra ocurre fugazmente en El ojo de la patria (1992), cuando el espía Julio Garré aparta la vista con pudor después de contemplar extasiado los tobillos "suaves como candiles de porcelana" que su colega argentina reveló en un gesto casual. Soriano atribuía esta dificultad a la falta de presencias femeninas contundentes a lo largo de su infancia. Precisamente, uno de los rasgos que más admiraba en la literatura de Adolfo Bioy Casares era su capacidad para dar vida a personajes femeninos verosímiles, eludiendo la creación engañosa de seres emocional e intelectualmente masculinos a los que el escritor traviste con los ropajes de la femineidad, para poder presentarlos en escena. Definitivamente, Soriano no se consideraba un hombre de Buenos Aires. Ese era el motivo, decía, por el cual ninguna de sus novelas transcurre en esta ciudad. Como las mujeres de la ficción, la quintaesencia de lo porteño siempre le fue esquiva. Su vida de trotamundos lo había convertido en un extranjero perpetuo y, si hubiera tenido que decidir cuál era su patria, no habría elegido ninguno de los sitios en los que realmente vivió sino el prototipo de un pueblo de provincias: el eterno de las rotondas con monumento, en la entrada, la plaza frente a la iglesia, las siestas silenciosas.
Durante la última dictadura en la Argentina, cuando aún no era un escritor célebre, sobrevivió en Europa (al principio, como pudo), donde conoció a Catherine, su esposa y madre de su hijo. Más tarde, en París, coeditó con Julio Cortazar la revista mensual Sin censura .
De su paso por las redacciones de La Opinión, Confirmado y Página 12 han quedado testimonios memorables, algunos reunidos en libros como Artistas, locos y criminales (1983), que recopila sus mejores artículos publicados en La Opinión entre 1972 y 1974, y constituye una lección magistral de periodismo. El prólogo de ese libro es un retrato fiel de su personalidad. Allí se ufana de su proverbial inclinación a la pereza (que no era tal) y exhibe una deliciosa despreocupación que haría palidecer de espanto a cualquier yuppie del periodismo, más preocupado por obtener un ascenso que por escribir una buena nota. Después de que Soriano publicó en La Opinión un brillante artículo sobre el caso Robledo Puch, Jacobo Timerman, director de la publicación, arrancó de la sección Deportes al flamante redactor estrella que acababa de descubrir, lo instaló con despacho y secretaria propios, desbordó su escritorio con publicaciones de todo el mundo (ignoraba que en aquellos días Soriano sólo hablaba español) y le encomendó una tarea digna de los dioses: "Vaya, siéntese y piense". Al cabo de un mes en el que lo único que pasó por la cabeza de Soriano fue el viento helado de las estepas, sin el más tímido brote de una idea, Timerman, descorazonado, exilió al periodista de su paraíso dorado y lo condenó a vagar por la redacción, sin escritorio fijo. Soriano, con toda sencillez, argumentó que Timerman nunca le había dicho en qué debía pensar ni para qué. Faltaban apenas unos años para que se convirtiera en uno de los escritores argentinos más leídos (y queridos) en nuestro país, y uno de los pocos cuyos libros agotan ediciones en Europa.
Conmoción y dolor en el mundo cultural
El mundo literario y periodístico expresó ayer su profunda consternación por la muerte del escritor Osvaldo Soriano, ocurrida a los 54 años. Apenas unas horas más tarde de producirse el deceso se conocieron las expresiones de condolencia desde Europa, donde las obras del autor de "No habrá más penas ni olvido" fueron más vendidas que en nuestro país.
Soriano fue colaborador de renombrados medios y su obra es vastamente conocida en el viejo mundo dado que varios de sus títulos fueron llevados al cine.
Un vocero del diario italiano Il Manifesto, del que el malogrado autor era colaborador, dijo a la agencia Ansa que con su muerte "perdemos a un escritor finísimo, a una persona con una refinada capacidad para describir las vicisitudes humanas. Es una gran pérdida y estamos muy afectados".
Conmoción
Al conocer la noticia por La Nación, muy conmovido, a tal punto que debió interrumpir el diálogo con La Nación, Adolfo Bioy Casares dijo: "Estoy desolado, era un amigo y lo quería mucho, un gran escritor, de los que ya no quedan en la literatura nacional. Era una persona muy simpática y suave. La última vez que lo vi en Saint Malo, en 1996, aparentemente estaba perfecto". El escritor Isidoro Blainstein se refirió afectuosamente al novelista como "un gordo al que siempre recordaré por su bonhomía y su lealtad".
La escritora María Esther De Miguel dijo que "su aporte a la literatura argentina fue muy interesante y a través de él construyó un mundo; fue un escritor muy perseverante con sus temas y una persona encantadora".
El secretario de Cultura de la Nación, Mario O`Donnell, se mostró apesadumbrado y definió a Soriano como "un gran escritor que se ha ganado la inmortalidad y merece ser recordado en presente y no en pasado". Destacó, además de la calidad literaria del malogrado autor, "su actitud ética y su permanente compromiso con los derechos humanos".
Entre libros y gatos
La escritora María Esther Vázquez sumó su voz dolorida al decir que Soriano "era un hombre muy encantador y con un sentido del humor muy especial. Las veces que nos vimos hablamos mucho sobre sus novelas y descubrimos una afinidad común por los gatos. Fue un hombre que vivió todo demasiado rápido, una estrella fugaz que todavía podía dar mucho a la literatura. Espero que, con el paso de los años, su obra se siga leyendo". El director del Teatro San Martín y escritor Ernesto Schóo recordó que conoció al escritor fallecido en la revista "Primera Plana, adonde llegó como un muchachito del interior. Por entonces publicó Triste, solitario y final, que para mí fue su mejor obra. Soriano fue un narrador excepcional, muy veloz y entretenido y sus novelas proyectan al lector de párrafo en párrafo, sin que se de cuenta".
El escritor Abelardo Castillo expresó: "Quiero conservar la última imagen de Soriano, como la del ser humano desbordante de vitalidad y muy divertido. El sabía que existía una tendencia de intelectuales que no reconocían su obra y eso le preocupaba y le dolía. Creo que fue un narrador nato".
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