Fabián Gómez, el rostro desconocido de Piñón Fijo
El payaso más famoso de la Argentina no aparece nunca sin maquillaje: dedica media hora a dibujar su cara; es un trabajo que funciona como terapia
Fabián Gómez es Piñón Fijo , el payaso-clown-mimo-trovador más famoso de la Argentina. Pero su cara es un misterio para todos (o para ser más exactos, para casi todos). El maquillaje lo cubre hace 27 años; va a las radios, a tribunales, a todos lados, caracterizado. Ese misterio genera encanto, fantasía. Un poco como los Reyes Magos, nadie quiere saber que son los padres.
Gómez dice que Fabián es, entre tantas otras cosas que aún no sabe, “un ser humano, masculino de 51 años, nacido en Deán Funes, con una infancia humilde pero profunda, que conserva intacta en su interior”.
Piñón es “un personaje” con muchas características, que nació artista callejero, y espera “algún otro aprendizaje por venir”. Entre ellos no hay enojos ni adoraciones, “sólo una constante simbiosis intuitiva. Lo que aprende Fabián, lo vuelca en Piñón y lo que siente Piñón, vuelve a Fabián para reinventar el aprendizaje y el goce”.
Gómez se maquilló por primera vez en la adolescencia, en un taller de mimo. Lo sigue haciendo solo. La media hora que demora en dejar su cara blanca, las cejas altas, las lagrimitas bajo los ojos y un corazón en la boca, le sirve de terapia. “En cada línea que dibujo voy repasando los caminos que hice para llegar a ese momento. Puede ser para visitar a un solo niño o para prepararme para un espectáculo multitudinario”. Disfruta de pintarse.
Cuenta a LA NACION que, al comienzo, hacía una metamorfosis en público, pasaba de mimo a payaso; se ponía el traje con colores primarios arriba de la remera a rayas con tiradores, delante de la gente, en la calle, con la canción de Joe Cocker, Puedes dejarte el sombrero puesto.
“Una verdadera payasada –se ríe-. Después quedó el traje amarillo, azul y rojo”. Reconoce que a veces los más chicos tienen temor y que por eso, como él en sus inicios, muchos payasos se pintan con ellos.
“Cualquier tipo de temor radica en lo desconocido y en lo impuesto arbitrariamente –agrega-. Por eso entendí, con el tiempo y la experiencia, que cualquier descubrimiento de un niño hacia algo, si lo hace de la mano del afecto y el amor de sus adultos, tiene chances de no ser traumático”.
Dice que, en general, cuando un chico llora por el payaso es por la ansiedad de los adultos, por la comida, por la foto, por la fiesta. “Muchas veces perdemos de vista el lazo emotivo y afectivo de la celebración en función de la temperatura de las empanadas. No es crítica, ni juicio, es solo observar y aprender”, describe.
Un círculo
Con su saxo cloacal y amigos como el Cabrito o el pajarraco Quenchu, Piñón popularizó el “Chu chu ua Chu chu ua”, el “Nene deja el chupete”, “Por una ventanita” o “Basta de mamadera”. Gómez soñó con ser jugador de fútbol, pero confiesa que su pasión por ese deporte es “inversamente proporcional” a su talento para jugarlo.
Sabe que su decisión de no aparecer en público sin maquillaje genera curiosidad y comentarios. “Hace mucho no me presento como Fabián”; recuerda que una vez cantó “de civil” en un festival folclórico de su Deán Funes natal. “Fue una gran emoción. Después Piñón se apoderó de mi agenda”.
Gómez no siente que pierda o gane “con o sin maquillaje”; insiste en que hay una “simbiosis” entre él y su personaje que “termina siendo un círculo virtuoso para alguien autodidacta”, como él. Tanto tiempo le lleva Piñón que hace siete años tiene un proyecto en espera.
Señala a este diario que podría llamarse “Con otros disfraces” pero que -cada vez que se sienta a elaborarlo- sucede algo fuerte con Piñón y vuelve al baúl. “Quizás ahora tome fuerzas y arme algo en YouTube con eso”.
Hace un tiempo Piñón actúa con sus hijos, Sol y Jere, quienes se presentan sin pintura: “Dejé que tomaran el camino personal y hasta ahora, marcha todo bien y creo que somos felices”. Gómez fue abuelo el año pasado. Cuando nació Luna, desliza, tuvo una “revolución interna y familiar”, le “brotaban cosas por decir”. Salieron unas cuantas canciones, todavía inéditas. Podrían estar en su próximo disco.
Gómez respeta tanto a los payasos que no se considera uno. Uno verdadero –subraya- es el que hace reír desde el absurdo, el que desestructura las rutinas “serias” del circo, con humor. “No vengo del circo, quizás tenga la apariencia de un payaso, pero soy más bien un recreador”.
¿Se jubilan los payasos, guardan el maquillaje en una caja y la cierran? “La búsqueda de la felicidad no se jubila; te podes disfrazar de payaso, periodista, abogado, albañil, dentista y miles de etcéteras. Creo que todos perseguimos el equilibrio entre la vocación y la realidad cotidiana. Ahí vamos, surfeando cada uno como puede y le sale”.
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