Expulsarlas o integrarlas, las alternativas para terminar con el flagelo de las barras bravas
"¡Decile lo de Dos Santos!". En su cama del hospital Pirovano, José Burgues agarró el brazo de su madre y señaló al periodista. Quería que se conociera la razón por la que no apareció en la lista de 71 muertos. La tragedia ocurrió hace 50 años y él sobrevivió porque un hombre justo pasó por el Monumental, lo encontró inconsciente y lo llevó al hospital, donde le salvaron la vida. Hace medio siglo que la muerte y el fútbol argentino se miran a los ojos. Aquella vez conmovieron al mundo.
La historia que LA NACION publicó en 1968 sobre la tragedia de la puerta 12 podría haber sido el punto de quiebre, pero no cambió nada. Y, para peor, a las malas condiciones de los estadios se le sumó el aumento de poder de las barras.
¿La solución estará en el modelo expulsivo del fútbol inglés, el diálogo holandés o la integración colombiana? La respuesta sobre cuál es la solución para el caso argentino no es sencilla. Y el problema se hará más visible en el Mundial: los barras viajarán a Rusia.
Para entender la complejidad del tema alcanza con escuchar al especialista en seguridad holandés Otto Adang: "En la Argentina tienen que cambiar todo el sistema, la solución europea es impracticable. Allá los hooligans estaban concentrados en grupos marginales sin relación con el sistema. Acá están vinculados al negocio de manera sorprendente".
Adang vino al país en 2009, en el contexto de unos acuerdos a nivel de gobierno con Holanda, y formó un grupo de observación integrado por fiscales, funcionarios de seguridad, sociólogos y miembros de ONG. "Las barras tienen pases de jugadores, manejan el merchandising en las calles, estacionamientos, venta de drogas y tienen vínculos con el poder político que asombran. Es naif pensar en generar un vuelco total desde la educación", dijo aquella vez, antes de volver a Europa.
"La única copia del informe Taylor en la Argentina la tengo yo. ¿Sabés cuántas veces me la pidió algún político? Ninguna". Pablo Alabarces, investigador del Conicet que se especializa en los problemas de la violencia en el fútbol argentino, habla del paquete de medidas que tomó Inglaterra luego de su "puerta 12": la tragedia de Hillsborough. Informe Taylor se llamó el documento publicado en 1990 tras la negligencia de la policía que provocó que 96 hinchas de Liverpool murieran aplastados contra las vallas de seguridad.
Entre las medidas más importantes del informe, las más visibles fueron la supresión de los alambrados en las tribunas, la obligatoriedad de que todo el público se encuentre sentado, la mejora en los accesos que permitiera la evacuación rápida y el reemplazo de los agentes de la policía por civiles capacitados para organizar grandes grupos y mediar en caso de ser necesario. Además, el aumento del precio de las entradas, la instalación de cámaras en las tribunas y la aplicación del derecho de admisión provocó con el tiempo el alejamiento de los hooligans.
En Holanda, cuenta Adang, aplicaron algunas medidas del fútbol inglés, pero buscaron un enfoque distinto para abordar el problema con los fanáticos.
"Nos basamos en cuatro principios: primero es clave entender su idiosincrasia, cómo se identifican. Luego facilitarles sus intenciones legítimas, lograr que tengan una buena experiencia en los partidos. También es central mantener un diálogo constante para evitar malentendidos. Y esto ayudará a aplicar el cuarto punto, que es diferenciar entre la minoría que no se comporta como debe y una mayoría que hace bien las cosas".
Sin embargo, para Alabarces el ejemplo europeo es muy complejo para aplicar en la Argentina, que acumula un total de 323 víctimas por la violencia en el fútbol. "Las relaciones políticas que se establecen con los barras son una traba. Si se quisiera resolver, implicaría delatar el grado de complicidad de las dirigencias de todos los partidos. Y encima cuentan con una gran circulación de dinero clandestino. El Audi que tiene Rafa Di Zeo no se lo pagó con la plata que recaudaron los trapitos en Boca", remarca.
Hace unos años, Di Zeo, el barrabrava más poderoso del país, abonó esa hipótesis cuando se jactó de tener "los teléfonos del poder". El líder de la 12 hoy tiene prohibido el ingreso a los estadios, pero eso no le impide coordinar una tropa de 800 personas y administrar una caja de dinero negro que se alimenta de aportes de la política, de empresarios y de la multifacética red de financiamiento que caracteriza a las barras argentinas.
¿Viajará al Mundial de Rusia? Todo parece indicar que sí. Según reveló el periodista Gustavo Grabia, en febrero se reunió en un bar porteño con diez barras de Dinamo de Moscú y de Zenit, de San Petersburgo, para diseñar la logística del viaje. La selección otra vez tendrá su barra oficial.
Duelo de hooligans
En Rusia, los hooligans locales son famosos por haber hecho destrozos en la última Eurocopa que se jugó en Francia. "Allá pudieron hacer algo que el régimen ruso no les permite: pelearse en el centro de las ciudades. Para enfrentarse con sus rivales, en su país tienen que darse cita en los bosques o en los estacionamientos subterráneos, donde los duelos son de 15 contra 15. Para ellos es un deporte de combate para el cual se entrenan diariamente y respetan una absoluta higiene de vida: ni drogas ni alcohol", explicó a LA NACION el politólogo francés Ronan Evain, especialista de la violencia deportiva en Rusia.
Los enemigos de los hooligans rusos son los ingleses, con los que buscarán tener un combate durante el Mundial. Por eso, otra de las razones de la visita a los barras argentinos habría sido para coordinar un enfrentamiento en conjunto en Nizni Novgorov, sede en la que jugará la Argentina ante Croacia el 21 de junio, tres días antes del partido entre Inglaterra y Panamá. Rusos y argentinos contra ingleses.
De la violencia por los colores a la pelea por el botín
Héctor Souto tenía 15 años, cursaba el tercer año en el Otto Krause y era hincha de Racing. Lo mataron en el estadio Tomás Adolfo Ducó el domingo 9 de abril de 1967. En esa época, las hinchadas no estaban divididas en las tribunas, y cuando pasaron los barras de Huracán por su lado le vieron los colores de la camiseta y lo mataron a golpes. Según escribió el reconocido intelectual Juan José Sebreli en el libro La era del fútbol, este hecho provocó el primer documento judicial argentino donde se detalló la existencia de barras bravas organizadas.
Más cerca en el tiempo, el crimen de Gonzalo Acro por parte de la facción oficial de la barra brava de River quedó como un paradigma de la nueva forma de violencia. Si antes el peligro era el cruce entre dos hinchadas, con el aumento de la circulación de dinero las peleas comenzaron a ser por el control del negocio interno. De aquel 9 de agosto de 2007 a la fecha, la ONG Salvemos al Fútbol tiene contabilizadas 40 muertes producto de peleas en la propia hinchada.
Un documento argentino
En 2012, una decena de especialistas, entre los que estaba Alabarces, presentaron un documento en el que propusieron posibles soluciones. En el documento piden: "Intervenir la AFA y los clubes donde se compruebe que hay connivencia. Reemplazar la cultura del aguante por la cultura de la fiesta. Apertura del diálogo y reconocimiento de la hinchada como un actor más. Suprimir toda legislación especial: con el Código Penal alcanza. Remodelación de los estadios que garanticen condiciones mínimas de seguridad y salubridad. Reconsiderar los límites de su capacidad. Control comunitario en las tribunas. Desdramatización del juego por parte de los medios. Cortar el financiamiento de las barras. Y la organización de campeonatos limpios". Si bien nunca fueron escuchados en el país, gran parte de este documento se viene aplicando en Colombia.
Colombia y España: modelos opuestos
Alirio Amaya conduce desde 2009 la Comisión Nacional de Seguridad, Comodidad y Convivencia del fútbol en Colombia. Empezó con la presidencia de Álvaro Uribe y continuó con la de Juan Manuel Santos. Si bien todavía existen problemas, lograron reducir la violencia aplicando políticas de integración. Antes de cada partido, por ejemplo, un integrante de la seguridad se reúne con las barras y planifican el operativo.
"Nuestra filosofía de trabajo la tomamos de los académicos argentinos: hay que conocer para intervenir. Decidimos acercarnos a todos los actores, incluso a los barras. En vez de combatir a los violentos, nos propusimos combatir las condiciones que generan esa violencia", cuenta Amaya a LA NACION. "Buscamos que en las tribunas haya un ambiente festivo. Permitimos que entren banderas gigantes con la intención de que los hinchas no se preparen para un enfrentamiento, sino para ver quién hace el mejor recibimiento", explica.
Creatividad, hospitalidad y autocontrol fueron los tres pilares que desde la seguridad colombiana trabajaron con las barras. En el marco normativo también integraron a la Policía Nacional, la Federación Colombiana de Fútbol y todos los sectores políticos. "Nuestras barras tienen un nivel de participación muy alto en la política pública. Desde ya que en los casos donde se detectaron situaciones al margen de la ley operamos con la Justicia. Pero apostamos a resignificar sus prácticas", remarca Amaya.
Cuentan en Colombia que una de las claves del proceso fue desplegar una política de largo aliento. Programas que proyectaron líneas de intervención para diez o veinte años y que se sostuvieron más allá de algún contratiempo. Una característica que parece lejana en una Argentina que nunca abordó el problema de manera seria y planificada.
En el lado opuesto al colombiano se ubican las políticas que desplegó Barcelona para alejar de su estadio a los Boixos Nois, los ultras del equipo catalán. Desde 2003, el presidente Joan Laporta les empezó a quitar derechos y clausuró el diálogo y los beneficios que habían conseguido en las presidencias anteriores. Lo primero que hizo fue sacarles la oficina que tenían dentro del Camp Nou, donde guardaban sus materiales, y después les prohibió la entrada.
Esa línea fue la que siguió Florentino Pérez en Real Madrid, aunque con una particularidad fiel al marketing que caracteriza a su club. El presidente expulsó a los Ultras Sur, la barra de su equipo, y en su lugar creó la "grada de animación", un espacio situado detrás de un arco del Santiago Bernabéu. Ahí van los hinchas que tienen la obligación de estar "uniformados" de blanco, y que en muchos partidos, según sus críticos, reciben por escrito lo que deben cantar.
En Atlético Madrid también expulsaron a su barra cuando el problema se trasladó fuera del estadio. En 2014, asesinaron a un hincha de Deportivo La Coruña durante un enfrentamiento entre los ultras de ambas hinchadas –el Frente Atlético y los Riazor Blues–, en las cercanías del estadio Vicente Calderón.
Los Brigada Blanquiazules, barras de Espanyol de Barcelona, también fueron expulsados en aquella época. "Los aficionados radicales no teníamos poder, excepto los de Real Madrid y Barcelona. Y si los comparamos con los barras en la Argentina, ellos no tenían ni por asomo tanto poder", dice a LA NACION Nacho Jùlia, un exintegrante de la barra de Espanyol.
"Primero es un grupo simpático que anima al equipo. Después se convierten en un grupo de opinión. Y, por último, se trasforman en un grupo de presión. Es cíclico", describe Xavier Salvatella, director de comunicación de Espanyol, y justifica por qué a ellos les funcionó cortar la relación.
Distintas posturas sobre una problemática en la que lo peor que se puede hacer es no hacer nada.
Cronología de la violencia
Colaboró en la nota: Juan Ignacio Irigoyen
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