Exhorto a profesionales de la salud
El último censo nacional realizado en 2010 detectó que el 12,9% de la población argentina presenta algún tipo de discapacidad (el 6% entre los 0 y los 39 años). Esta cifra equivale a más de 5 millones de personas. Cada vez que pienso en esta cifra e intento imaginar los apoyos y ajustes razonables que necesitan la gran mayoría de estas personas me embarga la sensación de que estamos frente a una ecuación no resuelta entre personas que brindan apoyos (principalmente profesionales de la salud) y personas que los reciben (personas con discapacidad). Es decir, que existen bastante más personas con discapacidad que profesionales de la salud con conocimientos acerca del modelo social de la discapacidad, derechos, accesibilidad, apoyos y ajustes razonables. Evidentemente, el sistema en el que estamos inmersos no puede dar respuesta a semejante demanda, y nos obliga a pensar en otras alternativas si queremos que nadie quede afuera.
Si nos enfocamos en los niños con discapacidad y en los que tienen desafíos en su desarrollo, ¿cómo podríamos ofrecerles los apoyos que necesitan y un ambiente óptimo en su entorno natural sin que barreras como la geografía y los recursos económicos se interpongan en el camino? Actualmente, la mayoría de los especialistas trabajan en las grandes ciudades y es infrecuente encontrarlos en el sistema de salud pública. Por otro lado, los turnos escasean (¡a veces hay que esperar meses!) y en esos meses de espera se esfuman valiosas ventanas de oportunidad en relación a los probados beneficios de la intervención temprana. Muchas veces las familias tienen problemas económicos porque alguno de los miembros tuvo que dejar de trabajar o que reducir las horas de trabajo y no pueden afrontar los costos de los tratamientos (que suelen ser muy altos). Sin dejar de mencionar que un porcentaje considerable de familias en nuestro país no gozan de cobertura en salud.
Ante esta situación, los profesionales de la salud tenemos que empezar a hacer las cosas distinto si de veras nuestra motivación es brindar ayuda a los niños y a las familias que lo necesiten. Tenemos la suerte de haber podido estudiar y capacitarnos en disciplinas que elegimos libremente y de poder influenciar positivamente la vida de otros.
¿Cómo multiplicar esos dones que tenemos para ofrecer? ¿Cómo maximizar nuestro impacto? Se me ocurren algunas ideas de cómo podemos llegar de manera amable a más gente. Las comparto con ustedes: 1) revisemos nuestras creencias y seamos muy conscientes de ellas, ya que muchas veces somos los primeros en estigmatizar a las personas; 2) evitemos etiquetar, “patologizar”, sentenciar, poner techos, juzgar, culpar; 3) seamos más amables con las palabras que usamos y empecemos a sustituir palabras como “trastorno” por “condición”, “alteraciones” por “desafíos”, “integración” por “convivencia”, etc.; 4) ¡miremos las fortalezas de las personas! (que sea lo primero que hagamos); 5) seamos muy generosos: compartamos lo que sabemos y empaquetemos ese conocimiento de manera fácil y entendible para que esas herramientas estén a disposición de los niños en su vida cotidiana a través de sus familiares; 6) abramos la puerta de nuestros consultorios, invitemos a pasar a los padres, mostrémosles lo que hacemos con sus hijos, enseñémosles a hacerlo para que lo puedan replicar en sus casas; o si nos animamos, salgamos de los consultorios e interactuemos con las familias en otros ámbitos (¡apuntemos a que los niños pasen más tiempo en la escuela y en actividades disfrutables que en los consultorios!); 7) creamos en la potencialidad de las personas y empoderémoslas; 8) aprendamos y enseñemos sobre el modelo social de la discapacidad, seamos ejemplo de respeto a la diversidad; 9) sonriamos más, abracemos más; 10) apuntemos a ser prescindibles en la vida de los niños y las familias, porque si ya no nos necesitan significará que los apoyos están donde tienen que estar: en su entorno natural y cotidiano.