Exalumnos de un tradicional colegio porteño denuncian que fueron abusados sexualmente por un cura de la institución
Dos jóvenes de 31 años hicieron un reclamo al Colegio del Salvador, de la congregación jesuita, por hechos que pasaron en 2001 y 2002; las autoridades reconocieron lo ocurrido, y se siguen sumando casos
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Gonzalo Elizondo y Pablo Vío tienen 31 años y son amigos de toda la vida. Se conocieron en el Colegio del Salvador, una histórica institución católica ubicada en el centro porteño, que pertenece a la congregación jesuita, y una de las últimas a la que asisten solo varones. Ellos denunciaron que allí fueron abusados sexualmente por el cura César Fretes, en 2002, cuando tenían entre 10 y 11 años.
Los exalumnos guardaron el secreto por dos décadas, incluso a sus familias y amigos. Durante la pandemia, después de un largo proceso introspectivo, quebraron ese silencio que se les había vuelto una carga. Juntos se acercaron al Colegio del Salvador para contarlo: las propias autoridades reconocieron los hechos y les ofrecieron disculpas por privado. Desde la institución, también les revelaron que, al igual que ellos, hubo otras familias que por años se acercaron a denunciar abusos sexuales por parte de Fretes, quien hasta 2003 se desempeñaba como profesor y tutor responsable de los estudiantes de los últimos años de la primaria.
Desde que lo contaron, y durante tres años, Gonzalo y Pablo insistieron con que las disculpas salieran de la órbita privada de la comunidad educativa y se hicieran públicamente. Ante la negativa de la institución, a través de su abogado, decidieron avanzar el viernes pasado con un reclamo formal ante las autoridades del Salvador, solicitando un resarcimiento por el daño sufrido y un pedido de disculpas público. A su vez, hicieron público lo sucedido.
Frente a esto, el colegio emitió un comunicado dirigido a la comunidad educativa donde volvió a reconocer los hechos e informó que en 2003 las autoridades de la Compañía de Jesús decidieron trasladar al jesuita “para evitar que hiciera más daño” y lo apartaron de todo trato con menores hasta que fue separado de la congregación.
El nuevo destino de Fretes, en aquel entonces, fue el colegio San Luis Gonzaga, en la provincia de Mendoza, y de acuerdo al testimonio de las víctimas el traslado se realizó sin dar ninguna explicación oficial ni alertar a la comunidad educativa sobre los casos y con el motivo de ocultar los abusos.
Gonzalo y Pablo son la cara visible de una situación que creen que ocurrió durante muchos años en el colegio. A partir de su denuncia pública, se acercaron más de 20 personas a relatarles vivencias similares dentro de la institución, no solo las perpetradas por Fretes sino también por otros curas. La decisión de romper el silencio inspiró en los últimos días a otras víctimas, como Francisco Segovia, de 32 años, a contar los abusos sufridos dentro del colegio.
“Los hechos ocurrieron en 2001, cuando tenía 10 años y Fretes era nuestro tutor. En ese momento era una persona muy querida por la comunidad del colegio en general. Él se encargaba de tomar lista y acompañar a los alumnos. En sexto grado, al inicio de clases, hizo un cuestionario con preguntas como cuál es la parte que más te gusta y la que menos te gusta de tu cuerpo. Él iba generando un entorno de confianza, te invitaba a su despacho y te iba conduciendo a situaciones en las que te preguntaba por tu desarrollo y, así, en algún momento generaba las condiciones como para bajarte los pantalones o que le muestres algo. En mi caso se repitió más de una vez”, contó Francisco a LA NACION.
Más denuncias
Las denuncias, que se siguen multiplicando, se extienden a diferentes camadas de estudiantes que asistieron al Salvador. De hecho, Francisco terminó el colegio un año antes que Pablo y que Gonzalo. “Esta estructura de abuso sexual de menores no se limitó al accionar de Cesar Fretes sino también a todas las autoridades que hicieron silencio, encubrieron, no activaron ningún protocolo y se esforzaron porque no saliera a la luz. Salir a contarlo era algo que estaba pendiente. Hay un ambiente de mucha desprotección para los chicos que están ahí hoy”, denunció Francisco.
Y agregó: ”Hoy lo tengo bastante procesado, pero fue un camino largo. Recién a los 18 años me di cuenta de la gravedad de lo que pasó. Sentí angustia, tristeza, bronca y luego lo empecé a ordenar, pero me queda un sentimiento de mucha injusticia frente a la impunidad. No puedo creer que después de tanto tiempo esté saliendo a la luz. Empieza a transformarse en algo un poco más luminoso”.
A pesar de que las causas prescribieron y que Fretes murió en 2015, tanto Francisco como Gonzalo y Pablo dicen que con sus testimonios buscan generar conciencia para que, por un lado, “las víctimas puedan hablar, dejar de sentir vergüenza y sanar” y, por otro, para que “la Iglesia cambie su conducta encubridora”.
En el caso de Pablo, que trabaja como publicista, hubo dos momentos que lo llevaron a hablar sobre su abuso.
“Yo siempre tuve presente lo que había pasado, pero nunca como un caso de abuso, no podía dimensionarlo de esa forma. La Navidad de 2019 la pasé con una familia amiga y uno de los chicos, que era exalumno del colegio, contó que sus padres denunciaron a Fretes en 2003 y que el colegio no había hecho nada. Ahí me cayó la ficha de lo que había pasado. Yo lo tenía presente, pero nunca supe de otros casos ni me senté a charlar con nadie. Después de esa conversación no podía entender que habían habido otros casos”, dijo Pablo.
La segunda instancia fue cuando Gonzalo, que también venía transitando su caso en silencio, se acercó a su amigo contarle lo que le había pasado. “Y ahí se me cayó el mundo porque dije, bueno, entonces no soy solo yo, que lo escondía o pensaba que tal vez lo había inventado. Cuando él me contó lo que había vivido entendí que evidentemente yo no era el único ni nosotros éramos los únicos dos. A los 30 años recién entendí lo que era un abuso”, dijo.
Gonzalo también tiene muy presentes los hechos que lo llevaron a entender lo que había pasado y a empezar a hablar sobre el tema. “Cuando a mí me sucede lo que me sucede con esa persona, primero no lo entiendo, pero un año y medio después empezó a girar el rumor entre alumnos de que lo mandaron a Mendoza por un caso de abuso a un chico más grande. Y ahí dije ‘no, la puta madre, a mí me pasó esto’; y a la vez, ingenuamente, enterré el tema porque pensé que el colegio se estaba ocupando”, contó.
Años más tarde, cuando Gonzalo, que es sociólogo, comenzó a trabajar en un colegio, empezó a procesar lo que había vivido porque el ambiente le despertaba memorias que había enterrado.
“Lo último que me ayudó a hacer el clic fue el caso de Thelma Fardin. Cuando salió a hablar fue muy fuerte, no solo por su caso sino porque un montón de gente empezó a contar cosas que había vivido y se hacía mucho énfasis en la importancia de hablar estas cosas. Me di cuenta de que nunca se lo había contado a nadie y empecé un largo recorrido de hablarlo con mis amigos más cercanos y a hacerme preguntas. Eso me empujó a hablar con las autoridades, que eran las mismas que estaban en ese momento. Fui con la intención de preguntar, de contarles lo que me había pasado y de entender cómo habían actuado”.
Y entonces llegaron las respuestas institucionales que, según las víctimas, les causaron aún más dolor.
“Me respondieron que sí había pasado. Me pidieron perdón y reconocieron que otros chicos también habían pasado por lo mismo y ya habían ido a hablar con ellos. Me explicaron que, en su momento, a este cura lo habían trasladado a Mendoza para alejarlo del colegio y poder investigar, pero claramente nunca se investigó nada. Después de esas charlas, Álvaro Pacheco, que es el que se dedica a hablar oficialmente, me envió una carta pidiéndome disculpas y luego me escribió un 24 de diciembre preguntándome si me parecía bien la carta o quería modificar algo. Me enojé mucho y le respondí que era insuficiente, que deberían disculparse públicamente y que, si creían que en ese momento no supieron actuar, les estaba dando la oportunidad para que lo hagan de nuevo bien. Otra vez su respuesta fue qué van a pensar los padres del colegio”, dijo Gonzalo, quien además, le escribió una carta al Papa Francisco, perteneciente a la comunidad jesuita y exprofesor del colegio.
“Le escribí al Papa porque él había hablado muchas veces de cambiar cosas en la Iglesia relacionadas con este tema. No sé si no le habrá llegado o no la habrá leído, pero nunca me respondió”, contó.
En el comunicado oficial que emitió el Colegio del Salvador el sábado pasado, dirigido a la comunidad educativa, informaron que la primera denuncia de abuso de menores que recibieron contra el jesuita Fretes fue al final del ciclo lectivo 2003. Desde entonces, de acuerdo a lo que señaló el documento que lleva la firma del rector Jorge Black y del representante de la congregación Álvaro Pacheco, se elaboraron protocolos de prevención.
“Las autoridades de la Compañía decidieron sacarlo inmediatamente del Colegio para evitar que hiciera más daño, fue apartado de todo trato con menores y, luego de un proceso interno, fue dimitido de la Compañía de Jesús. Las familias en ese momento no estimaron oportuno hacer una denuncia en el ámbito civil, algo que soolo ellas podían hacer, de acuerdo con la legislación de esa época”, sostuvo el comunicado del colegio.
“Lamentamos profundamente lo ocurrido —agregó—. Durante estos años hemos recibido a víctimas de César Fretes, incluyendo a los que hoy brindan su testimonio. Los hemos escuchado y les hemos ofrecido y ofrecemos acompañamiento. El dolor es grande y por eso pedimos perdón a las víctimas. No debieron sufrir eso en nuestra institución”.
Y cerró así: “Pedimos perdón a las víctimas por el daño causado, conscientes del dolor que todavía hoy se manifiesta”.
En 2015, Freites falleció de un cáncer y la noticia movilizó muchos sentimientos en Pablo y Gonzalo.
“La muerte de esta persona fue una de las cosas que más me dolió. Fui a su perfil en Facebook y encontré mensajes de afecto. Ver que alguien que produjo tanto daño siguiera recibiendo cariño me hizo mal, me hizo creer que hasta esta justicia divina de la que hablan es lo más impune del mundo. Murió libre, tranquilo y feliz. Nuestra lucha tiene que ver con algo más social. No solo queremos que no pase más, que sería casi una utopía, pero sí que cuando pase, se hable. Y que cuando se hable, las personas actúen bien y lleven el caso a la Justicia. Eso es lo que nos va a llenar, porque la otra justicia ya la perdimos“, dijo Pablo.
“Ahí uno dimensiona el nivel de impunidad. Hubo una red que lo apañó y lo encubrió y que son muy responsables de lo que pasó. Hay un modus operandi, formas instaladas dentro de la Iglesia de ocultar, trasladar y evitar que se sepan los casos de abuso. Pensar que esta persona está muerta genera mucha impotencia”, agregó Gonzalo.
Reclamo a las autoridades
Con la muerte de Fretes y a más de 20 años de los hechos denunciados, Carlos Lombardi, el abogado de las víctimas, dijo a LA NACION que tienen tres vías posibles para buscar reparación frente a las autoridades. La primera es realizar una demanda civil por daños y perjuicios contra los responsables del colegio que estuvieron al tanto de la situación. En paralelo, las víctimas podrían avanzar con una denuncia penal contra la institución educativa por la presunta comisión del delito de encubrimiento. Para ello deberían esgrimir y probar en la Justicia penal que el silencio de las autoridades y el traslado del jesuita Fretes a Mendoza se realizó con el ardid de encubrir y ocultar los abusos sexuales cometidos por el cura.
Por último, está la vía administrativa mediante un reclamo directo contra las autoridades de la institución donde sucedieron los hechos. “Las víctimas optaron por esa vía aunque no se descarta a futuro accionar por las otras dos vías disponibles”, dijo Lombardi.
Y agregó: “En lo administrativo solicitamos a las autoridades una reparación económica, que es el criterio que marca la Corte Interamericana de Derechos Humanos en los casos de víctimas de abuso sexual, y una reparación integral en la que se les pida disculpa de forma pública. Se inició el expediente administrativo invocando las propias normas internas de la Iglesia y lineamientos fijados por el Papa Francisco”.
El reclamo fue dirigido a Álvaro Pacheco, que es hoy el delegado de Prevención de Abusos de los jesuitas, y se presentó la semana pasada en la oficina del colegio. Las autoridades de la Congregación Jesuita no tienen un plazo determinado por ley para dar respuesta aunque, de acuerdo consignaron a LA NACION desde la institución, “esperan dar una rápida respuesta al reclamo”.
“Nosotros reconocemos los hechos, tal cual lo dicen ellos sin siquiera poner en duda nada de lo que dicen —dijo Pacheco a LA NACION—. Lamentablemente son abusos que se dieron en distintos momentos y habría como unas 10 víctimas o pueden ser más porque fueron distintos tipos de abusos por el modus operandi que tenía este hombre”.
De acuerdo refirió Pacheco, Fretes era profesor y ejercía a la vez tutorías con los alumnos de los últimos años de primaria. En su rol de tutor, Fretes acompañaba a los estudiantes a los campamentos, seminarios y viajes que se organizaban desde el colegio. ”Los acompañaba y por eso mismo se ganaba su confianza y podía conversar con ellos en los corredores del colegio y después realizar sus actos”.
Sobre la decisión de trasladar a Fretes en 2003 a Mendoza, Pacheco sostuvo: “La decisión fue del rector del colegio, el padre Rafael Velasco, que recibió a las familias que le hablaron del caso. Entonces le pidió a la autoridad provincial de la Congregación que lo traslade, y esta finalmente lo envió a Mendoza. “Ante hechos así hay que trasladar a la persona para que no siga haciendo daño en el lugar y para que no entorpezca la investigación”, agregó Pacheco.
Pacheco refirió que el rol de Fretes en su nuevo destino se limitó a tareas administrativas y que no tuvo otra vez contacto con chicos, aunque su posición difiere con lo relatado por las víctimas que denunciaron que fue destinado a otra institución educativa, el colegio San Luis Gonzaga en Mendoza.
Romper el silencio
Después de la denuncia pública de Pablo y Gonzalo se sucedieron días emotivos y convulsionados. Y, a pesar de la tristeza y el dolor, pudieron identificar algunos aprendizajes.
“A partir de la denuncia recibimos muchos mensajes de apoyo de gente cercana y gente que tal vez no hablábamos hace mucho tiempo. Por un lado, estamos contentos porque evidentemente era algo necesario que había que hacer, pero también, lamentablemente, recibimos mensajes de excompañeros, más grandes y más chicos, contándonos que vivieron cosas parecidas. Hasta el sábado creíamos que eran más de 10 las víctimas, hoy te diría más de 20, pero también nos escribieron camadas más grandes que lo vivieron con otros curas, entonces creemos que probablemente esto pasó toda la vida. Es importante generar conciencia: que no hay que sentir vergüenza ni culpa, eso lo tiene que sentir el agresor, y que las familias puedan hablar con sus hijos sobre saber decir que no y saber qué cosas están mal. En un colegio como el Salvador la educación sexual era inexistente”, dijo Gonzalo.
“Todo este proceso ya lleva casi tres años y desde que empezamos a hablarlo entre nosotros y con amigos, nos impactó que a muchos les había pasado. Lo que más miedo daba era qué iban a pensar los viejos cuando se enteraran, y creo que eso pasa por la vergüenza que te hacen pasar estas situaciones en vez de estar del lado del agresor. Cargás con la vergüenza todo el tiempo y, en lugar de exteriorizarla, se vuelve cada vez más grande. Yo me acuerdo que, antes de hablarlo, pensé que le iba a dar un infarto a mi viejo y que mi vieja se iba a deprimir, que les iba a cagar la vida, pero la respuesta siempre fue el abrazo más grande”, dijo Pablo.
“En la Iglesia siempre hay un gran encubrimiento porque se manejan con sus propias leyes, creen que a la justicia divina la manejan ellos mismos y ante cualquier situación como esta encubren y movilizan a las personas de acá para allá dejando que siga pasando y nunca haciéndolo público ni denunciando donde realmente hay que denunciarlo, que es en la Justicia. Es insólito que muevan a una persona de lugar en lugar, mucho más cuando siempre terminan en ámbitos donde hay niños. Es como sacar a un león hambriento y ponerlo cerca de gente, se los va a querer comer”, agregó.
Pablo se terminó desprendiendo mucho de la comunidad del colegio. Tiene a sus amigos, a quienes ama, pero desde que se recibió nunca más volvió a entrar. “Poco a poco entiendo que tiene que ver mucho con esto que me pasó. Recuerdo que mi vieja me decía que dejara de buscar excusas para faltar. Yo quería terminar el colegio, no me interesaba, no quería estar ahí y nunca había logrado entender que eran razones inconscientes”, finalizó Pablo.
En los tres casos, los momentos posteriores a hablar públicamente de sus abusos fueron y son difíciles. La tristeza va y viene, hay días mejores, días peores y días en los que la realidad se hace más contundente. Como un día a principios de este año en el que Francisco tomó dimensión de lo que le había pasado: “Hace algunos meses empecé a darle clases de guitarra a un chico de 11 años, y aunque a primera vista no parecería un dato relevante, el hecho me movilizó enormemente. Yo hacía muchísimo tiempo que no tenía contacto con una persona de esa edad y un día, a los dos meses de conocerlo, me cayó una ficha: el pibe tenía la misma edad que tenía yo cuando me pasó esto y me di cuenta de que era un nene. Eso me hizo dimensionar la magnitud de estos hechos”.
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