En un bar de Colegiales, a pocas cuadras de su casa, Evguenia Alechine habla como una chica que siempre estuvo en la búsqueda. Tiene 35 años. Es bioquímica, hizo una maestría y un doctorado en genética humana. Pero no trabaja en un laboratorio, ni es investigadora. Hace cuatro años vive de la comunicación científica. Y hace dos, trabaja de manera remota, viajando por el mundo. Evguenia -que en ruso se pronuncia "ievgenia", según explica– habla ocho idiomas y los enumera con humildad: español, ruso, inglés, francés, alemán, portugués, checo e italiano. Además y como si fuera poco, hace un año fue seleccionada por la organización Homeward Bound para viajar a la Antártida con cien mujeres científicas de todo el mundo en pos de crear una red contra el cambio climático.
Nació en Rusia. Y su nombre se escribe con "v" porque es cómo se traduce de su documento en cirílico, a su documento argentino. "Desde los cinco años vivo acá. Llegamos porque mi papá trabajaba en una empresa hidroeléctrica. Tengo un hermano más chico, que nació en Buenos Aires, pero mis padres y una hermana mayor –por parte de mi papá– son rusos. Mi abuela de 96 vive en Moscú", cuenta Euge o la Rusa, como obviamente le dicen muchos acá. Y ríe al señalar que es tía abuela porque su hermana tuvo una hija que también tuvo una hija, Victoria.
Hija de un ingeniero y de una profesora de inglés y geografía, se educó en la Escuela Lenguas Vivas –más conocida como Lengüitas– de Palermo. "En año 1994 el comunismo ya había caído en Rusia y la situación era terrible. Entonces, después de cuatro años en Argentina, cuando mi papá decidió quedarse perdió el trabajo y tuvo que empezar de cero. Con mi mamá armaron una empresa de exportación de carne argentina a Rusia. Se dedican a lo mismo hace veinte años", apunta Eugenia, que terminó el secundario sin saber qué estudiar.
Estudiosa y muy capaz, pero no alumna diez, empezó la carrera de ingeniería química en el ITBA y el CBC para Bioquímica, en la UBA. Pronto supo que el ámbito público le gustaba más que el privado y terminó la carrera de Bioquímica metiendo una materia tras otra, sin preguntarse qué quería hacer de su vida. El último año de cursada, pidió una Beca Estímulo para trabajar en el Servicio de Huellas Digitales Genéticas, el prestigioso laboratorio de la UBA, con el doctor Daniel Corach.
Una vez recibida, para seguir trabajando en el laboratorio le exigieron un doctorado. Entonces se presentó para la beca del CONICET y la beca UBA, pero la rechazaron en las dos. "Tienen un criterio muy subjetivo. Apelé el rechazo de la UBA y el proceso llevó seis meses. Entonces, empecé una Maestría en Ciencias Biomédicas de la UBA con la Universidad de Freiburg en Alemania. Viví seis meses allá y cuando volví me habían reconsiderado la beca UBA. Hice en paralelo la maestría y el doctorado en genética humana", relata Evguenia. Y agrega: "Nunca me resistí a estudiar, pero tampoco lo elegí. Tenía compañeros del doctorado que desde chicos pedían un microscopio de regalo de cumpleaños. Yo no era de esas. Simplemente, se fue dando".
Lo que sí era innato, tal vez, eran sus ganas de cambiar el mundo o encontrar la cura de enfermedades. Evguenia había nacido con dermatitis atópica –una irritación en la piel que causa piacazón– y la medicina tradicional nunca le había dado una respuesta integral. Tal era la inflamación, que en el invierno ruso, con 20 grados bajo cero, la sacaban al frío para aliviar el ardor. "Cuando tenía quince años tuve un brote muy fuerte. Tenía los pliegues de codos y rodillas en carne viva. Ningún dermatólogo le encontró la vuelta. Nadie investigaba factores como mi dieta, el ambiente o el estrés. Nadie me estudiaba desde lo holístico, como un ser integral. Pero yo probé de todo. Desde homeopatía y dieta macrobiótica, hasta meditación e hipnosis, que me ayudó mucho", revela y ríe porque aquella enfermedad la convirtió luego en "una científica poco común".
Además, durante el último año de su doctorado, Evguenia entró en crisis. No fue la dermatitis, esta vez, sino dolores de cabeza muy fuertes, contracturas y problemas digestivos. Una posibilidad frustrada de trabajar en el Exterior la puso mal. Y cuando lo terminó, en 2014, sintió que había estudiado once años, pero que no podía ayudar a nadie. Había investigado la mutación de un gen, pero aquello no podía aplicarse. "La trayectoria normal indica que después de un doctorado, hacés un post doc y después, aplicás a la carrera de investigador. Pero yo dejé todo, sin saber una vez más qué quería hacer de mi vida", recuerda.
Entonces entró a trabajar en un laboratorio de reproducción asistida, pero nada de aquello le resultó y a mediados del 2015 renunció. "Dejé la investigación científica. Dejé la industria y la corporación. ¿Qué quiero hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Para qué soy buena? Pasé más de una década sin preguntarme realmente qué quería", se dijo entonces, angustiada, con mucho psicoanálisis encima y más ayuda del coaching –que trabaja sobre objetivos concretos e inmediatos–. Ahí decidió parar la pelota: sentir, además de pensar.
"Me tomé seis meses para hacer la transición. Pensé en poner un restaurant, vender budines o salir a recorrer el mundo como mochilera. Hasta que descubrí que me gustaba comunicar la ciencia. Siempre me fascinaron los idiomas. Entonces empecé a editar trabajos científicos como free lancer. Y lo hago hace cuatro años. Soy líder del proyecto de Medical Writing de Cheeky Scientist, que es una organización americana e internacional que facilita la transición del ámbito académico a la industria. Con ellos trabajé un año, desde acá. Y hace dos años, alquilé mi casa, armé una valija, agarré mi computadora y empecé a viajar trabajando desde distintos lugares del mundo. Estuve seis meses en Europa con base en Praga. Después seis meses entre Tailandia, Indonesia y Malasia. Volví a Europa y este año estuve en la India y Chile. Siempre sola, aunque rodeada de gente. Nunca como turista, sino aprendiendo las costumbres. Y trabajando desde algún café. Cobro en dólares y elijo destinos dónde me alcanza la plata. Si bien la empresa es americana, nunca en mi vida pisé Estados Unidos… por esas cosas de la vida", revela Evguenia que creció cosmopolita y cuando tuvo la posibilidad de trabajar viajando, no la desaprovechó.
LANZARSE A LA AVENTURA
Finalmente, haciendo lo que la hacía feliz, conoció a Cathy Sorbara, una canadiense que hacía dos años había participado de Homeward Bound. En abril del año pasado se inscribió para viajar a la Antártida creyendo que no sería seleccionada: no era bióloga, ni sabía demasiado de medio ambiente. "Era un cuestionario muy exhaustivo, con preguntas sobre resolución de conflicto y liderazgo, entre otras cosas. Nos postulamos 300 y quedamos cien", apunta Evguenia que es la única argentina del grupo.
El 19 de noviembre llegará a Ushuaia y el 22 se subirá a un barco para convivir durante tres semanas con mujeres científicas de todas partes del mundo. Expertas en ciencias, matemática, tecnología, ingeniería y medicina. Todas de roles diversos y con edades que van de los veintidós a setenta años. Entre charlas y simposios, se formarán como líderes en la Antártida, el lugar más vulnerado por el cambio climático. E irán trabajando en las bases científicas de los distintos países, según les permita la naturaleza.
"El objetivo es que creemos lazos sólidos para la resolución de problemas y búsqueda de consensos. Después de semejante experiencia, si yo el año que viene estoy trabajando en la secretaria de medioambiente podría mandarle un whatsapp a algunas de mis colegas para resolver lo que haga falta. Así se manejan los grupos que ya fueron. Y en diez años vamos a haber formado una red de mujeres científicas en posiciones líderes trabajando con un mismo fin", asegura y agrega que recibió un mensaje del presidente Mauricio Macri, deseándole éxitos.
Luego de años de esfuerzo y dedicación, me siento honrada de que @CasaRosada se haya interesado en mi proyecto https://t.co/1YQIMPa505 sobre cambio climáticoSaludo y reconocimiento de @mauriciomacri#cambioclimatico#accionclimatica#ambiente#mujeresenciencia#cienciapic.twitter.com/EeRbIdvr0X&— Evguenia Alechine, PhD (@ealechinephd) July 24, 2019
Amante de la naturaleza, si bien viene de las ciencias biomédicas, Evguenia tiene bien claro que el calentamiento global está derritiendo los hielos continentales y extinguiendo especies. Desde que se sumó a esta aventura mejoró sus hábitos medio ambientales. "Uso bolsas ecológica, envases de vidrio, cepillo de dientes de bambú, productos de cosmética natural, shampoo sólido y botella de agua recargable. Algunas cosas las hacía antes, otras las aprendí ahora y de la Antártida volveré con nuevos hábitos para implementar", asegura y suena siempre entusiasta.
Coach, profesora de yoga y acroyoga con un posgrado en ayurveda, Evguenia es además biohacker –busca un bienestar y salud óptima– y de hecho tiene un anillo que mide la calidad de su sueño. Y se define como una eterna estudiante. "Cuando empecé a viajar descubrí que las mujeres en grupo podemos empoderarnos. Tenemos una mirada diferente a la del hombre… ni mejor, ni peor: distinta. Somos pares, no iguales. La Madre Naturaleza necesita a sus hijas. Y acá estamos. Nosotras, más allá de si seamos madres o no, tenemos un instinto maternal de protección y cuidado... Ya sea por la casa, la familia y el planeta. A mi me llegó la hora", agrega, con una sana ambición que la hace líder, la empodera y que confirma, por fin, su vocación de salvar el mundo.
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