Etiquetado frontal: cuán cerca estamos en la Argentina de poder saber con facilidad lo que comemos
Martina, 33 años, arquitecta, viajó a Chile hace un año y cuando fue a comprar la barrita de cereal que come casi todas las tardes, se sorprendió con las etiquetas octogonales que advertían que ese era un alimento alto en grasas y en sodio. ¿No era que solo tenía 99 calorías?, pensó. Entonces cayó en la cuenta de que la etiqueta nutricional que eventualmente consultaba no le daba mucha información. ¿Es realmente un alimento sano?
La lectura de las etiquetas de los alimentos es una práctica poco frecuente en la Argentina. Sobre todo, porque el rotulado de envases de alimentos vigente por ley, que muestra información en tablas de composición nutricional no es de fácil comprensión y según advierten desde el propio Ministerio de Salud, "no cumple la función de informar a la población sobre los componentes principales de un alimento para que puedan realizar una selección más saludable de los alimentos que consumen".
Antes de la pandemia, el 30% de la población dijo leer la tabla de información nutricional según datos de la Segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud publicada en 2019. Con la cuarentena, ese número parece haber descendido. Quizás por el impacto económico o tal vez por la necesidad de estar poco tiempo en el supermercado. Según un relevamiento hecho por la consultora Quiddity en plena pandemia, solo el 21% lee las etiquetas siempre; el 52% lo hace a veces y un 27% no lo hace nunca. El relevamiento incluyó a 1200 personas de todo el país y fue realizado entre el mes pasado y este.
La ley de etiquetado frontal de alimentos es una deuda que el Congreso podría saldar antes de que termine el año. La semana pasada, la comisión de Salud del Senado comenzó a tratar un proyecto consensuado, a partir de 13 iniciativas presentadas por todo el arco político. Participaron desde el ministro de Salud de la Nación, Ginés González García hasta el exministro Adolfo Rubinstein. "Si uno tuviera que elegir una medida para mejorar la calidad de vida, sería tener éxito en una estrategia que disminuya el sobrepeso y la obesidad", dijo González García. "Es una pandemia más silenciosa y mucho más mortal, que afecta a dos tercios de la población", dijo el ministro.
Según el relevamiento de Quiddity, nueve de cada 10 argentinos creen que es muy o bastante importante que exista una ley de etiquetado frontal, para que la información nutricional esté a la vista y ya no sea la letra chica.
La experiencia internacional indica que, cuando el consumidor tiene disponible delante de sus ojos en el mismo momento de la compra la información nutricional, tiene más herramientas para elegir qué comprar. Y a la vez, es una forma de estimular a los productores de alimentos a inclinarse por preparaciones más saludable. El etiquetado frontal permitiría una mayor facilidad en la comprensión de la información, para el 92% de los consultados y colaboraría en la elección de alimentos saludables, para el 90%.
"Hoy nos encontramos con un consumidor empoderado, que quiere más información para tomar sus decisiones. Sin embargo, también encontramos un desfasaje entre la importancia que las personas le otorgan a la alimentación y los hábitos y rutinas cotidianas. Esto nos marca que lo que falta es información", explica Verónica Rodríguez Celin, directora de Quiddity, la agencia de investigación y Big Data del ecosistema regional Untold.
Etiqueta negra
El modelo que más éxito tuvo en la región es el del octógono de advertencia o etiqueta negra, adoptado por Chile y Uruguay. Se trata de un rótulo que identifica a los alimentos envasados con un sistema gráfico de alerta sobre nivel de sodio, azúcares y grasas saturadas, entre otros. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) impulsa este sistema para toda la región, aunque, llamativamente no es la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de la que la OPS es parte.
En Europa, por ejemplo, Gran Bretaña tiene un sistema de semáforos y España y Francia optaron por un nutriscore, que es un semáforo de cinco colores que además advierte sobre alimentos que si bien nunca estarán en la escala de los verdes, pueden ser consumidos teniendo en cuenta la frecuencia y la cantidad: es decir, cada tanto y en pequeñas porciones.
La experiencia indica que las leyendas de los octógonos hicieron que los consumidores al comienzo desistieran de comprar productos con más cantidad de etiquetas negras en su envase, al poco tiempo las advertencias se invisibilizaron. "No hay estudios clínicos que demostraran si la medida tuvo un efecto directo en el problema de sobrepeso de la población, o si simplemente, el consumidor migró a otro tipo de alimentos no incluidos en el sistema de rotulado" advierte Mónica Katz, presidenta de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN). Además, el sistema no contempla a los ingredientes de preparación, sino a los productos terminados, advierte. Con este sistema, por ejemplo, la manteca no tendría ninguna advertencia y hasta la sal se comercializaría sin una advertencia de "alto en sodio".
El proyecto que se está evaluando en el Senado apunta a que los alimentos van a tener un etiquetado frontal que no podrá ocupar menos del 5% de la superficie, con formato octogonal negro y letras blancas. Cada sello de advertencia va a informar si tienen algún nivel crítico de sodio, grasas trans, azúcar o calorías. En caso de tener edulcorantes, la etiqueta lo deberá informar. Se prohibirá que la publicidad de los alimentos refiera a propiedades medicinales y la publicidad de productos con algún nivel crítico dirigida a niñas y niños. Si algún producto llevara un sello de advertencia, no podrá incluir dibujos animados ni elementos que llamen la atención de los más chicos.
La industria tendrá un plazo para adaptarse a la nueva norma, que sería de seis meses a tres años, según los distintos proyectos.
"Indudablemente es necesario el sistema de etiquetado frontal, porque la información nutricional actual es muy compleja, no se entiende y si uno tiene más de 40 años, no se lee", dice Katz.
"Sin embargo, deberíamos apuntar a modelos más efectivos, como el semáforo o el score nutricional. Me preocupa que mi nieta no quiera comer un yogur porque tiene una etiqueta negra de alto en azúcares, cuando no tiene una restricción para comerla. Es un sistema que no resalta los valores positivos de los alimentos sino que muestra lo negativo", apunta la especialista.
Cuando les plantearon a los encuestados los distintos modelos de etiquetado frontal existentes, el que obtuvo más aceptación (67%) fue el sistema de semáforo, como el que se utiliza en Ecuador. Esto es, a la hora de determinar el valor nutricional de un producto, hay que mirar no solo las calorías, sino también la fibra alimentaria, las grasas saturadas, las grasas totales, el sodio, entre otras cuestiones. Haciendo un promedio de esos valores, se pueden clasificar en verde, aquellos en los que el valor alimenticio supera al aporte de gasas, sodio, azúcares, etcétera. Los amarillos son los que tienen aportes altos de ambos lados de la balanza o al menos equilibrados. Y el rojo es para aquellos que no constituyen un aporte alimenticio, pero en cambio son altos en grasas, sodio, azúcares.
“El sistema de semáforo resulta más comprensible por los usuarios. Las etiquetas negras, en cambio, solo aportan información sobre el contenido negativo. Pero no aportan valores de referencia ni información del valor nutricional de cada alimento. El semáforo permite hacer una valoración global del producto y es más gráfico”, dice Rodríguez Celin.
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