Las hijas de Verónica
Ese día salieron antes. No sabe muy bien por qué, pero Fernanda recuerda que la preceptora las liberó a eso de las tres de la tarde y aprovechó para ir a la casa de una amiga. El sol y la siesta no daban muchas alternativas en San Jorge, un pueblo de 15 cuadras de ancho ubicado en una zona industrial de Santa Fe, al centro, pero un poco más al sur, y a la izquierda del mapa. Tal vez por eso, por la aridez y la monotonía que parecen habitar esas hileras de casas bajas, Fernanda adivinó, cuando vieron a los bomberos, que algo no andaba bien. Eran las seis y el sol ya no secaba la tierra, así que aprovecharon con Nancy para salir a ver ropa. "Algo pasó en casa", recuerda que le dijo apenas escuchó las sirenas y se lanzó sobre su bici camino a la calle Santa Fe.
Cuando llegó, dos patrulleros y un montón de vecinos rodeaban la puerta de su casa.
El aire olía a ceniza.
De pronto, de aquel nudo de personas que no la dejaban ver, salió su hermana gritando. Papá mató a mamá. Fernanda no entendió. Papá mató a mamá. La frase se repetirá en su cabeza durante horas. Días. Le llevará tiempo entenderla. Papá mató a mamá.
La casa ardía, el aire olía a ceniza y ahí, en ese momento, se dio cuenta Fernanda, su hermana de 8 años volaba de fiebre.
El 4 de marzo de 2011 Verónica Manzanel murió quemada. En 2013, la Cámara de Apelación Penal condenó a prisión perpetua a Oscar Wagner como autor de homicidio calificado agravado por el vínculo. Según la reconstrucción policial, la roció con barniz y la prendió fuego. Durante el juicio, Wagner declaró que "solo intentó asustarla". Verónica, además, era la madre de Fernanda y Ainalén. Desde entonces, ambas viven juntas.
De pronto, de aquel nudo de personas que no la dejaban ver, salió su hermana gritando. Papá mató a mamá. Fernanda no entendió. Papá mató a mamá. La frase se repetirá en su cabeza durante horas. Días. Le llevará tiempo entenderla. Papá mató a mamá.
Su caso es uno de los tantos correlatos que transitan los femicidios y la violencia de género. Cuando el terror de lo urgente da paso al silencio de lo cotidiano, aparecen ellos: las hijas y los hijos de las víctimas y sus cicatrices, que por años permanecieron invisibles frente a los ojos del Estado.
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Hasta 2017, la suerte de los hijos e hijas estuvo signada por el artículo 26 de la ley de protección integral a las mujeres. El pequeño inciso de la norma ordenaba "al presunto agresor a abstenerse de interferir, de cualquier forma, en el ejercicio de la guarda, crianza y educación de los hijos", así como también "la suspensión provisoria del régimen de visitas", pero no daba mayores precisiones, lo que se traducía en un largo camino judicial para la familia de la madre si deseaba la tenencia. Recién con la Ley de Privación de la Responsabilidad Parental, aprobada hace dos años, se pasó a reconocer que estos crímenes suponen también un ataque a los hijos de las víctimas. Sin embargo, el proyecto original que planteaba la pérdida total de los derechos del femicida sobre el niño tuvo que ser modificado para su aprobación. Hoy, según la legislación vigente, los puede recuperar una vez cumplida la condena.
En este sentido, la implementación efectivizada el mes pasado de la ley 27.442 supone un salto cualitativo. La norma, sancionada en julio y conocida como "ley Brisa"(así la empezaron a llamar por el caso de la hija de Daiana Barrionuevo, asesinada a golpes en 2014 por su pareja), no solo contempla el derecho de esas niñas y niños. También presta atención a la realidad de las familias que los acogen, al otorgar una mensualidad equivalente a un haber jubilatorio mínimo y una cobertura integral de salud para los hijos de las víctimas de femicidios menores de 21 años. Para su percepción solo es necesario un requisito: que el padre o la pareja de la mujer esté condenado o tenga procesamiento firme.
La hija de Adriana
Dicen que la encontraron prendida del pecho, succionando el cuerpo ya frío, tendido sobre la cama. Ella no lo recuerda, tenía nueve meses. Pero sus pulmones sí. Durante años sufrió asma. Al comienzo, era mucho más difícil. Los episodios se intensificaban durante días, generalmente cuando veía a la abuela paterna. Su familia tardó en entender. Hasta que un día, iban con el auto por la Ruta 1 y la nena miró tras el vidrio y dijo: "Papá, ahí". Una espiga de púas se alzaba sobre un alambrado bastante bajo. No tuvieron dudas. La nena, que para ese entonces tenía 2 años, estaba señalando la Cárcel Federal de Jujuy: ahí la llevaba su abuela paterna.
El 13 de julio de 2008, Adriana Marisel Zambrano, de 28 años, fue asesinada a puñetazos. El cuerpo fue hallado en la casa de su pareja junto a la beba de ambos en Palpalá, un pueblo en Jujuy que con sus lapachos y sus nogales supo cosechar fama turística. Las pericias confirmaron lo que sus padres y tres hermanos tuvieron que ver durante todo el entierro. Los moretones extendiéndose como charcos oscuros por todo el cuerpo, la costura disimulada entre los cabellos, las quemaduras de cigarrillo.
Para la Justicia de Jujuy, sin embargo, se trató de un homicidio preterintencional. Así lo aseguró el fallo que terminó estipulando una condena de cinco años, que después se redujo a dos, al cabo de los cuales la familia de Adriana tuvo que salir a batallar la tenencia de la nena. La Justicia, una vez más, mostrará indulgencia con el femicida. De nada sirvieron los argumentos, que miren lo que este hombre hizo, que lo puede volver a hacer, que la abuela paterna la venía a buscar, pero, en realidad, la llevaba a la cárcel para que viera al padre. Si bien le otorgaron la tenencia a la madre de Adriana, le habilitaron al homicida un régimen de visitas tres veces por semana. Y no solo eso. En una resolución inédita, el año pasado la jueza del Tribunal de Familia Estrella Eliazarian dio lugar a una cautelar para que su nombre no sea difundido. Según el fundamento expuesto por el homicida, se "dañaba su imagen".
–Mamá siempre vivió con miedo. No podía llevar a la nena sola a la plaza porque tenía miedo de que se la lleve.
Mercedes es la hermana de Adriana. Aunque vive en Buenos Aires, fue una de las que más luchó para que su madre obtuviera la tenencia definitiva. Hoy, forman parte del grupo de familias que ya se encuentran percibiendo la mensualidad que establece la ley.
Si bien le otorgaron la tenencia a la madre de Adriana, le habilitaron al homicida un régimen de visitas tres veces por semana.
–Fueron muchos años de injusticia, muchos problemas. Mi hermano, por ejemplo, ayudó siempre para pagar la obra social, pero también había que pagar la psicóloga. La que ponía el Estado estaba tan lejos que nos terminaba saliendo más caro… –Mercedes habla con un dolor reciente, repitiendo con la voz quebrada una historia que ya lleva contando 10 años–. Pero fue, la nena no faltó un día. Ella, la psicóloga, fue la que nos aconsejó que no le digamos nada si ella no preguntaba.
–¿Y preguntó?
–Un día vino llorando, su papá le contó.
–¿Qué le contó?
–Que a la mamá le había salido mucha sangre de la nariz porque se portó mal.
–¿Y alguna vez te preguntó algo a vos?
–Todo el tiempo. Me acuerdo que un día viajé a la casa de ellas, en Jujuy, y me preguntó si había tomado un avión…
–¿Un avión?
–Sí, quería saber si había visto a su mamá en el cielo.
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Como coordinadora de La casa del Encuentro, Clara Santamarina participó en la elaboración de la ley Brisa y en la de la privación de la responsabilidad parental. En su opinión, aún existe una enorme deuda institucional en este tema: "Lamentablemente, el derecho es relativo. Es decir, cada letrado lo interpreta desde su ideología. Y existe una tendencia muy grande en el ámbito jurídico de priorizar lo biológico. De hecho, la figura para la privación de la responsabilidad parental no pudo ser permanente. Es una suspensión y el femicida puede plantear la revinculación."
–¿El destino de los chicos queda entonces en manos del juez?
–Como pasa siempre. En el caso de la ley Brisa, logramos que con que haya un procesamiento, la mensualidad se pueda percibir. Porque acá tenemos otro punto. La presunción de inocencia en nuestro sistema judicial rige para el derecho penal, y en este caso estamos hablando de una reparación del Estado. Lo que se pide es que frente al indicio de que esa persona sea culpable, ese niño pueda alimentarse y se le brinden otras asistencias. El problema es ese. Falta mucho camino en la contención de las víctimas, y esto se ve reflejado en algo muy básico: esas víctimas no deberían llegar al sistema para defenderse, sino para protegerse.
Lamentablemente, el derecho es relativo. Es decir, cada letrado lo interpreta desde su ideología. Y existe una tendencia muy grande en el ámbito jurídico de priorizar lo biológico.
La mamá de Walter
La casa estaba hundida en el silencio cuando entró de un portazo y se abalanzó sobre su mamá. Hacía semanas que Walter no veía a su padre. Pudo ver sus ojos llenos de furia, y entonces su cuerpo empezó a correr. Las piernas treparon la escalera, cruzaron a la terraza del vecino y sin detenerse por un instante, saltó el muro que los separaba de la calle. La pared medía unos tres metros y él con sus 10 años era uno de los más bajos de su clase. Había muchas chances de que la cosa saliera mal. Pero no. Cayó, y miró a un lado y al otro de la vereda. Eran las cuatro de la tarde y aunque esa zona de Belgrano suele no callarse nunca, esa tarde no había nadie. El silencio parecía flotar sobre los balcones que se suspendían en el aire con una inutilidad soberbia. Siempre tan deshabitados, mirándolo desde arriba… Si asomara en ellos algún rostro conocido, o tan solo alguien con algún signo de preocupación.
Walter corrió entonces hacia avenida Lacroze y en la esquina vio un policía. Temblando intentó pedirle que lo acompañara. El oficial, sin embargo, lo miró con cierta indiferencia. Tal vez no lo había entendido bien. Del miedo parecía haber olvidado las palabras. Intentó repetirle con más claridad. Esta vez el oficial se agachó y lo miró a través del cabello lacio y dorado que le cubría la cara.
–No puedo dejar la esquina –le dijo.
Y ahí, con la boca latiéndole por la adrenalina, casi sin sentir las piernas, Walter se sintió terriblemente solo.
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Se calcula que durante los últimos 10 años, al menos 3.378 hijas e hijos quedaron sin madre a causa de un femicidio. A esta conclusión llegó La Casa del Encuentro, luego de sumar las cifras de víctimas proporcionadas por los informes que realizan anualmente. De acuerdo con el documento publicado el año pasado, en 2018 se registraron unos 250 chicos. La cifra es similar al número proporcionado por la Corte Suprema en el último relevamiento elaborado sobre los datos de 2017, donde se consigna que "al menos 202 niñas, niños y adolescentes, menores de 18 años de edad, se encontraban a cargo del cuidado de las víctimas". Desde las organizaciones de familiares lo resumen con una sentencia dramática: "Cada mes unos 20 chicos se quedan huérfanos".
Habían pasado unas tres semanas del asesinato de su mamá cuando Fernanda fue a buscar su bicicleta a la comisaría. Pero lo que recibió a cambio fue un trueque: se la entregarían bajo la condición de que prestara declaración. Fernanda estaba sola, tenía 17 años y ninguna obligación de saber que aquello que le planteaba la policía no estaba bien, o las consecuencias que le iba a suponer. Entre ellas, estar en un tribunal cara a cara con el asesino de su mamá.
–Me acuerdo que me dio un cagazo, estar ahí, en ese lugar tan grande, con toda esa gente. Yo miraba para abajo todo el tiempo, no quería verlo.
Fernanda hoy tiene 25 años. Habla sin rencor, va hilando los episodios con cierta quietud, como si fuera una calma estéril, aceptando aquello que, simplemente, no se puede cambiar.
–Oscar no es mi papá biológico, pero fue siempre como mi papá… En realidad, no tengo recuerdos malos de mi infancia. Nunca presenciamos ninguna discusión… Sí algún reto, pero lo normal. Creo que todo arrancó por un problema de pareja, cuando mi mamá decide separarse y conoce a alguien por Facebook… Sí, ahí cambió todo. Con el Facebook.
–¿Qué cambió?
–Y una semana antes de ese día me acuerdo que él estaba todo el tiempo callado, y él no era así. Antes también, una vez mirábamos televisión y justo estaba en ese momento el caso de Wanda Taddei. Entonces él me dice: "Esto le va a pasar a tu mamá". Pero no lo tomé como una alerta… No sé, no esperábamos ese desenlace. No es que la cagaba a palos todo el tiempo, nada que ver.
–¿Qué pasó después?
–La noche del incendio no pensé. Solo me preocupaba mi hermana, que era un fuego. Y, en realidad, después también pensé en ella, en cómo cuidarla. Ahora vivimos las dos con mi novio. Yo estoy estudiando para maestra jardinera. Mi mamá siempre me lo dijo…
–¿Qué te dijo?
–Que hiciera una carrera. Es como algo que me queda por cumplir.
–¿Conservaste algo de ella?
–Una camperita con mostacillas que usó cuando terminó la nocturna. Las otras cosas no las quise.
–¿Por qué?
Fernanda hace un largo silencio, por primera vez le tiembla la voz.
–Me dolían demasiado.
–Es muy difícil cuando aquella persona que tiene que garantizar nuestro cuidado es la misma que lo produce. ¿Cómo un chico se enfrenta con esa realidad?
Jésica Ramírez Punset es psicóloga. Desde hace muchos años trabaja con víctimas de violencia familiar.
–Existe lo que se llama un "mecanismo de disociación", que permite dejar el odio y seguir viviendo. Porque los sentimientos son muy encontrados. Uno ama a su padre, entonces pensá el sentimiento de culpa que puede generar odiarlo. Ahora lo que hay que entender o intentar que el otro entienda es que ese padre que maltrata al niño o a la madre, en realidad, está escindido de su rol de padre. La función de padre no la está ejerciendo.
–¿Y cómo se puede responder a eso?
–Y los niños responden con lo que pueden, generalmente a un costo muy alto.
A Walter le cuesta acordarse de su infancia. Los cumpleaños, el primer día de clases, alguna Navidad… Los capítulos comunes a cualquier biografía en él se convierten en un enorme agujero negro. Eso sí, recuerda los veranos en San Pedro, el tazón de leche de su tía que significaba dos meses de paz.
–¿Podés creer? No me acuerdo de mi hermana… El día ese en que corrí, no sé dónde estaba. Como que en ese momento solo me preocupaba cuidar a mi mamá. Es raro…
–¿Por qué?
–Porque tendría también que haber pensado en cuidarla a ella.
Hoy tiene 42 años, una casa con patio y le gusta el café muy caliente. Los recuerdos ya son más, aunque la memoria se le sigue antojando caprichosa. Tal vez es la única forma que encontró para que ese pasado pudiera abandonarlo.
–Un día me vino a buscar el padrastro de mi mejor amiga. Todavía tengo la sensación de cuando salimos de la escuela y empezó a caminar rápido. Claro, yo pensé que era porque había pasado algo malo, pero después entendí…
–¿Qué?
–Que en realidad él caminaba rápido porque tenía miedo de que mi viejo me fuera a buscar.
Ese día el papá le perforó el pulmón a la madre con un cuchillo. No murió, pero le dejó una cicatriz en el pecho. Fue la última vez que Walter lo vio, hasta que muchos años después una voz extraña le informó por teléfono que se estaba muriendo.
–Lo que me salvó fue alejarme un buen tiempo de mi familia. Nunca entendí por qué mi mamá me hablaba siempre como queriéndome convencer de que mi papá era bueno.
Walter tiene un tono suave, pero la voz honda y firme. Por momentos hace un silencio y se muerde el labio, en un gesto que lo vuelve indefinidamente vulnerable.
–Es como que siempre van saliendo cosas. El otro día hablando con mi hermana me acordé... Cuando se separaron, nuestro viejo nos espiaba, como que nos perseguía. Y, claro, ahí me cayó la ficha…
–¿De qué?
–Cuando era chico, jugar a las escondidas me generaba una sensación de porquería. Y era por eso…
–¿Por qué?
–Porque tenía miedo de que él me encuentre primero.
Cómo reclamar el beneficio
Desde el mes pasado, los beneficiarios de la ley Brisa pueden iniciar el trámite para percibir su reparación. Para ello, Anses habilitó en su página web el aplicativo para comenzar el trámite.
A quiénes les corresponde
A los hijos/as en los casos que:
* El padre/madre o progenitor/a afín (pareja de padre/madre) haya fallecido a causa de violencia intrafamiliar y/o de género, siendo esta determinada por la autoridad judicial.
* El padre/madre o progenitor/a afín haya sido procesado/a y/o condenado/a con sentencia firme.
* Se haya declarado extinta la causa penal por la muerte del acusado (progenitor/a y/o progenitor/a afín) en el marco de la investigación por homicidio de la progenitor/a.
El análisis y la aprobación de la reparación económica queda a cargo del Instituto Nacional de las Mujeres (Inam) y de la Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf).
Para mayor información se puede llamar a las líneas 144 o 130, así como también contactarse con:
* Asociación Civil La Casa del Encuentro: (05411) 4982-2550
* Atravesados por el femicidio (grupo formado por familiares de las víctimas).