Denuncia. "Estamos perdiendo la batalla y nos dejaron solos", dicen los intensivistas
"Estamos deseando que esto termine, porque estamos al límite de nuestras fuerzas", dice como un desahogo Elisa Estenssoro, jefa de terapia intensiva del hospital San Martín de La Plata, uno de los centros más grandes de la provincia de Buenos Aires. Como la mayoría de los intensivistas, Elisa tiene horas de sueño atrasado a cuenta de la pandemia, jornadas eternas que no terminan nunca porque la situación de los 25 pacientes en cuidados críticos, –14 de ellos con Covid–, en general es grave. Durante un solo día, deberán cambiarse el equipo de protección personal unas 15 veces. Una operación engorrosa, que demanda unos 10 minutos y requiere de ayuda de otras personas.
El trabajo dentro de la terapia intensiva se cuadruplicó. Dar vuelta a un paciente para mejorar su capacidad respiratoria involucra a unas siete u ocho personas, que en la práctica son todas las manos que haya disponibles cerca. Pero la parte más difícil del trabajo de Elisa es tener que tomar esas decisiones que ponen contra las cuerdas a la ética y a la razonabilidad. Hay que administrar los recursos que cada vez son más escasos.
Última cama
Todavía no llegó ese momento de decidir a quién darle la última cama. O el último respirador. Y a quién no. Pero, aunque tiene en su escritorio las recomendaciones para la asignación de recursos basados en guías éticas que elaboró la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) junto con otras sociedades de medicina, sabe que las decisiones al final de la vida de alguien nunca serán sencillas. Y que los pacientes con Covid tienen una recuperación lenta en la terapia intensiva. Los que llegan hasta ahí, tendrán una estadía larga.
Con el equipo de protección personal es difícil respirar y las ganas de ir al baño se aguantan con tal de no tener que cambiarse una vez más, cuenta Gonzalo Echevarría, médico de 35 años, que trabaja en la primera línea de la terapia del sanatorio Mater Dei y en el Instituto Lanari.
"A veces, son las 3 de la mañana, uno está agotado, pero tenemos que ser muy cuidadosos al retirarlo, porque es cuando el equipo está más contaminado. Cuando vuelvo a casa, antes de entrar, me saco toda la ropa en el palier y la pongo a lavar. Y me voy a bañar antes de decirle hola a la familia. Nuestra vida cambió mucho", cuenta.
Elisa tiene a cargo un equipo de 20 médicos, 13 residentes. Son cuatro jefas y trabajan junto a unas 100 enfermeras, camilleros, kinesiólogos especializados. Las enfermeras se duplicaron durante la pandemia. Pero los médicos son los mismos, porque por más que se quiera, un especialista no se forma de un día para el otro.
Comer aislados
Hasta antes de la pandemia, el comedor del hospital San Martín era el lugar de encuentro, donde los médicos que trabajan bajo tanto estrés, podían hacer catarsis. Ahora almorzar, cenar, tomar un té es algo que hay que hacer en soledad, porque en varios hospitales, durante la camaradería, hubo contagios. Dentro de los trajes de protección, poco se escuchan y fuera de ellos, no pueden tener contacto. En el Mater Dei, para poder comer juntos, los médicos de guardia instalaron un acrílico a mitad de la mesa, como los presos, para al menos poder verse a la cara.
"Cuando vuelvo a mi casa, y veo gente en los bares, siento mucha impotencia", dice Elisa. Gonzalo estuvo tres meses separado de su familia, por temor a contagiar a sus cuatro hijos, de entre siete y un año. Pero la angustia de la separación fue mayor que el miedo y decidieron volver a vivir juntos, con muchos recaudos.
"No estamos al margen. Las reglas del aislamiento rigen para nosotros también cuando salimos del hospital. Yo hace seis meses que no veo a mi hija, ni a mi nieto Y cuando veo gente en las mesas tomando una cerveza, pienso que la circulación del virus va a aumentar. Y que a los médicos de terapia ya no nos queda resto", dice Elisa.
Video
Hace pocos días, junto con los jefes de servicios de hospitales de distintas partes del país, Estenssoro participó de un video que realizaron algunos de los miembros de la comisión directiva SATI, para visibilizar el nivel de colapso que se vive en los servicios. El panorama que pintan es desalador, allí justamente donde se libra la batalla final contra el virus. En las salas de terapia, donde se definen el número de vidas arrebatadas por el coronavirus.
"Estamos perdiendo la batalla. Sentimos que los recursos para salvar a las personas con coronavirus en el país se están agotando. Los intensivistas, que ya éramos pocos nos encontramos al límite", dice en el video Pablo Rodríguez, subjefe de terapia Hospital San Roque de Gonnet.
La ocupación en las unidades de terapia intensiva es altísima, advierten. Los recursos físicos y tecnológicos, como las camas y los respiradores son cada vez más escasos. "Pero la cuestión principal, sin embargo, es la escasez de los trabajadores de la terapia intensiva que, a diferencia de las camas y los respiradores, no pueden multiplicarse", dice Estenssoro.
La Sociedad de Terapia Intensiva tiene hoy unos 2000 miembros, que incluye médicos, enfermeros y kinesiólogos. Se estima que el 5% de los casi 500.000 infectados que lleva el país, requirieron pasar por una terapia intensiva: son unos 25.000 pacientes. Y la mitad de ellos necesitó el uso de un respirador. El número alcanza para entender el colapso.
Pero a esos datos hay que restarle la cantidad de trabajadores de la salud que durante la pandemia desarrollaron síntomas y debieron permanecer aislados; los que efectivamente se infectaron; los que quedaron internados y los que murieron. "Raleados por la enfermedad, exhaustos por el trabajo continuo e intenso, estamos atendiendo cada vez más pacientes.", explica Estenssoro.
"Enfundados en equipos de protección personal, apenas podemos respirar, hablar o comunicarnos entre nosotros. También tenemos que lamentar bajas, personal infectado. Y también fallecidos. Colegas y amigos caídos que nos desgarran y nos duelen profundamente", dice Luis Cantaluppi, terapista del hospital Fiorito de Avellaneda
"Terminamos una guardia y salimos apresuradamente a otra. Necesitamos trabajar en más de un lugar para llegar a fin de mes, son horas muy estresantes. Pese a ser personal altamente calificado, ganamos sueldos increíblemente bajos que dejan estupefactos a quienes escuchan cuál es nuestro salario", dice Celeste Farías, jefa de Terapia del Hospital Balestrini de La Matanza.
Osvaldo Elefante es el jefe de terapia del hospital Alende, de Mar del Plata. También participó de este reclamo conjunto de sus colegas: "Aprendimos a ser resilientes, pero ahora sentimos que no podemos más. Que nos vamos quedando solos. Que nos están dejando solos", dice.
"Encerrados en las unidades de terapia intensiva, con nuestros equipos de protección personal y nuestros pacientes", aporta Laura García. Terapista del hospital Eurnekian de Ezeiza. "Solos, alentándonos entre nosotros", agrega el médico especialista en terapia intensiva, José Juri.
El video concluye con una apelación a la sociedad: Que usen el barbijo, que se laven las manos pero sobretodo que no se junten. "El virus nos está ganando. El personal sanitario está colapsado. Los intensivistas estamos colapsados. El sistema de salud está al borde del colapso. Nosotros queremos ganarle al virus. Necesitamos que la sociedad nos ayude porque no podemos solos", dicen.
Las palabras de los médicos generaron un gran impacto, de cara al aumento de casos. Algunos hicieron una lectura política. Pero, las autoridades de SATI buscaron separarse. "Tienen por objetivo alertar a la sociedad sobre la situación real de las Unidades de Cuidados Críticos y solicitar la colaboración. Sin posturas políticas", aclara un comunicado firmado por la presidenta, Rosa Reina.
La especialidad de intensivista se creó en el país a fines de los años 50, después de la epidemia de polio, cuando muchos niños necesitaban ventilación mecánica. Pero es una de las especialidades menos buscada por quienes recién se reciben. Ser terapista es disruptivo de la vida familiar. Requiere realizar al menos dos o tres guardias por semana. Y no permite el trabajo independiente.
"Vivimos en contacto con el sufrimiento. Del paciente y de las familias. Hay cuestiones que se van internalizando. Pero nunca te acostumbras. Uno tiene que tomar decisiones límite. ¿Quién recibe el último recurso? Ahora, los dilemas éticos se volvieron reales", plantea Estenssoro.
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