La comunidad de vecinos históricos y recién llegados espera una temporada alta explosiva y un mes de enero intenso; las propuestas gastronómicas y artísticas
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JOSÉ IGNACIO.- Es jueves a la noche y la cita es en el bosque de La Juanita. Allí, en una instalación sólida de madera con luz tenue en el medio de árboles, se proyecta un documental sobre Malala Yousafzai. El programa está acompañado de cazuela, vino y debate, una iniciativa de dos familias históricas de la zona. Al encuentro concurren unos 30 vecinos: el panadero, el dueño del restaurante, la creadora de la tienda de ropa, el especialista en criptomonedas, la artista.
Entre uruguayos, argentinos y algunos extranjeros de un poco más lejos, conforman una comunidad que parece resistir al paso del tiempo y que se enriquece con las nuevas llegadas. A cuadras de allí, en el pueblo de José Ignacio, las conversaciones giran en torno a las últimas casas que parecen nuevamente haber logrado algún tipo de excepción para así poder construir sobre una duna, demasiado cerca del mar, o impidiendo el acceso habitual a la playa.
En este antiguo pueblo de pescadores, cada verano hay historias frescas sobre nuevas edificaciones que logran encontrarle la vuelta a la normativa vigente y que generan controversia entre los vecinos. El año pasado fue el parador fijo al que la intendencia de Maldonado planeaba concederle la licitación. Los vecinos se quejaron: sabían que, con los vientos del invierno, los restos del chiringo terminarían nadando en el mar o desperdigados por la arena. La licitación quedó desierta. Durante el año, fueron dos casas contiguas construidas sobre la playa brava (al lado de La Huella) que no respetan la normativa: una es más alta que lo permitido y la otra es de hormigón sobre una duna que necesita materiales livianos. Le hacen sombra a la playa, lo que generó mucha molestia en la comunidad. Actualmente están en juicio. Uno de los propietarios decidió contrademandar a la asociación civil de vecinos por tres millones de dólares.
La historia de este verano es de un empresario argentino que construye sobre una zona rocosa de José Ignacio. Todo está dentro de la normativa, incluso se hizo un estudio de los roedores tucu tucu, un bien natural del lugar, para realojarlos, y en el techo de la propiedad habrá una plantación verde así la casa se disimula con el paisaje. Pero, durante la obra, cerraron el pasaje a un sendero que, si bien es propiedad privada, siempre fue de acceso público. Para el imaginario comunitario es de todos, y el impedimento al paso genera molestia, o al menos tristeza.
“Estas cosas pasan en otros lados pero acá la comunidad de vecinos está muy alerta desde el punto de vista ambiental y hace mucha presión social. Se cuida al pueblo. Hay muchos nombres, pero acá no son más que un vecino más. Hoy son dos casas, mañana serán cinco. Por eso es importante generar precedentes sin importar quién esté detrás de ese padrón y de esa casa que se está construyendo”, reflexiona Luciana Nuñez, de la comisión directiva de La Liga, la asociación civil de vecinos de José Ignacio. Su hija es la cuarta generación nacida en el pueblo.
Mientras las casas se multiplican y los vecinos luchan, aquí todos se preparan para el inicio de la temporada. Las calles se pintan con líneas blancas y amarillas, nuevos restaurantes empiezan a abrir y en las panaderías y cafeterías intentan optimizar el servicio de pedidos y de pagos para evitar las largas filas del verano. La costa uruguaya desde La Barra hasta José Ignacio se prepara para una temporada alta explosiva y un mes de enero intenso. Si bien por la cercanía se espera la llegada de gran cantidad de argentinos, este fin de año se perfila más internacional. También más intimista, una consecuencia mundial del Covid-19.
Entre Manantiales y la laguna José Ignacio, el recientemente repavimentado Camino Medellín se instala como nueva zona de polo y los campeonatos atraen cada vez más público. A los que venían en otra época y vuelven este año se agregarán visitantes canadienses, estadounidenses e ingleses amantes de este deporte. Además, los turistas brasileños llegarán seducidos por grandes fiestas de música que solían hacerse en el litoral y que este año se organizan en el Este.
“Las últimas muy buenas temporadas fueron en los años 2016 y 2017. Después hubo subas y bajas. Este año se espera volver a ese aire de gran temporada. En José Ignacio los hoteles están llenos y no queda ni una casa para alquilar. Las dos grandes fechas son las fiestas, hasta el 6 u 8 de enero, y Carnaval. Entre esos dos momentos, los huecos grandes son los que definen la temporada y ahí son los argentinos quienes los marcan como buenos o malos, porque los europeos y estadounidenses ya se fueron. Eso estará definido por los beneficios de Uruguay y por cómo la Argentina manejará el dólar turista. Depende de esa matemática: de lo que uno dé y de lo que el otro quite”, explica Martín Pittaluga, fundador del icónico restaurante La Huella.
Este año será difícil mantenerse indiferente frente a los precios, y no solo para los argentinos. Como consecuencia del encarecimiento del peso uruguayo respecto del dólar, a contracorriente de la tendencia mundial, los precios aquí aumentaron al menos un 20%, y a veces hasta un 30%.
La suba se siente no solo en servicios. Los costos en dólares para los propietarios subieron un 20%, y tienen eso en mente cuando deciden alquilar sus casas. “La sensación de que hasta el 8 de enero Punta explota ya es un hecho. A nivel precios, lo que sucede es que cada vez se nota una diferencia más aguda entre los diferentes segmentos del verano, aunque en José Ignacio es diferente porque las temporadas media y baja no cuestan la tercera parte, como en otros lados. Es una oferta chica y los propietarios quieren venir en febrero, o sea que no bajan tanto los valores”, analiza el referente en bienes raíces Ignacio Ruibal.
“Va a ser una temporada difícil porque estamos carísimos”, admite el especialista. No obstante, justifica las subas y pide que los argentinos tengan en cuenta que “la inflación en Uruguay y la devaluación del dólar obligan a que los propietarios quieran cubrirse”.
Experiencias gastronómicas
La oferta gastronómica se multiplica con novedades que valen la pena. De camino al este, entre el Pan de Azúcar y San Carlos, en la localidad Abra del Perdomo, un imperdible es Cantina Mataojo, una cocina excepcional que abre solo los fines de semana en los vestigios de una casa de otra época. En La Barra, además de los ya conocidos Café El Tesoro y Borneo Coffee, hay que agendar Salón Número 3, con excelentes pescados curados y flores comestibles, y El Popu, una cooperativa social que con su propuesta vegetariana, sus actividades culturales y su pista de skate atrajo público variado durante todo el año. La vinería Estero, que sirve platitos para picar y variedad de vinos, también promete cautivar a los visitantes. Manantiales revive y adquiere fuerza propia. El almacén La Proveeduría volverá con su “comida de vereda” como pejerrey frito, ensalada de tomates y menta, buñuelos de algas o empanadas de pescado, entre otras opciones.
La librería Rizoma -creada por el fundador de Bar 6, Eduardo Ballester- se impone con el mejor café y con sus exquisiteces, en La Juanita. En la misma manzana, su hijo Tomás con dos socios abrió el restaurante Tres. En el medio de los dos inauguró La Comunal, una casa que invita a los comensales compartir una misma gran mesa. El barrio se completa con la rotisería Anfora y los restaurantes Solera, La Juana, Spot (con pista de skate) y La Olada, que este año se animó a saltar del otro lado de la ruta y abrió Tato Pescador en el pueblo de José Ignacio para comer sushi y pescado fresco en todas sus variantes. Durante el Mundial pusieron una pantalla y la esquina fue un boom.
Las nuevas propuestas y las ya más consolidadas en este pueblo ayudan a descomprimir un poco las largas filas que en el verano se ven en La Huella. Cruz del Sur modificó algo su excelente carta y recibió tantas reservas anticipadas de estadounidenses que tuvo que rechazar algunas para garantizar lugares a sus habitués. El mostrador Santa Teresita, de Fernando Trocca, se mantiene como uno de los mejores lugares para desayunar y este verano nuevamente planea abrir de noche con cocineros invitados. Las boutiques Bajo el Alma, sobre la plaza, y El Canuto, a pocas cuadras, permiten remontar a los orígenes de este pueblo de pescadores. En Posada Ayana, las noches de los viernes serán de cenas austríacas hasta fines de enero, y en febrero será el turno de Maka, un pop up de tapas asiáticas. Los dos nuevos lugares son Osaka, que se instala en la entrada del pueblo, y The Shelter, que viene de New York y toma la esquina donde estaba Rex.
Sobre la playa brava, el Chiringo de José Ignacio reabrirá con sus clásicas cenas de luna llena y los sunsets con música en vivo. Además agregarán prácticas de yoga, charlas con referentes de diferentes ámbitos e iniciativas de sustentabilidad y conservación de la playa. Sobre la mansa, que esta temporada vuelve a estar de moda como en los 90, sigue en pie La Susana, que por su vista al mar con los pies en la arena y la música suele ser el lugar elegido por los brasileños.
Metido hacia adentro, en la posada Luz, el santafecino radicado en Londres desde 2014 Martín Milesi regresa con su propuesta de 24 comensales en una sola mesa para un menú de 7 pasos. Con bailarines y árboles alrededor, siempre a la luz de las velas, UNA by Luz propone uno de los menúes más exclusivos.
Antes de llegar al puente de la Laguna Garzón, vale la pena detenerse en la provisión La Virazón, un puesto atendido por su dueña, para deleitarse con unas croquetas de sirí y una vista a la simpleza uruguaya.
Cine y arte
Lejos de ser solo playa, restaurantes y música, en el balneario se multiplican las iniciativas artísticas y culturales. El verano estará sin dudas marcado por diferentes ciclos de cine. Muchos no son nuevos, pero cobran fuerza tras el incendio del shopping de Punta que dejó a la península y alrededores sin salas. Los lunes la cita es en Galería del Paseo, en Manantiales, cuyo ciclo de cine debate cumple cinco años. Los miércoles, en Posada Ayana, en el pueblo de José Ignacio, se enfocarán en la comedia vista a través de las diferentes décadas y regiones del mundo. Los jueves se agregan proyecciones de cine documental acompañados por una cazuela en La Guarida, en el medio del bosque de La Juanita, con curaduría de Juan Pittaluga y organizado por Violeta Artagaveytia.
A estos encuentros semanales se suman, del 2 al 7 de enero, el festival de cine ARCA (International Festival of Films on Arts), con curaduría de Black Gallery. Incluye 15 películas sobre arte que serán proyectadas luego del atardecer en el parque de esculturas Pablo Atchugarry, en Manantiales. La cereza de la torta para quienes se quedan más tiempo llegará a partir del 14 de enero con el ya clásico JIIFF (José Ignacio International Film Festival), que abrirá su 13a edición con la película Triangle of Sadness, de Ruben Ostlund, premiada este año con el Palma de Oro en Cannes. Los seis largometrajes serán exhibidos en la histórica Bajada de los Pescadores (vecinos y visitantes siempre se instalan allí con sus sillas y el mar de fondo), la chacra La Mallorquina y el Pavilion de Bahía Vik, sobre la mansa de José Ignacio.
Las exposiciones artísticas y los vernissages se desplegarán hasta mediados de enero. La galería Xippas lanzará su propuesta de verano en la ruta 104 de Manantiales con una muestra colectiva. En Pueblo Garzón, se celebrará una nueva edición de Campo Artfest, el evento creado por la artista estadounidense Heidi Lender.
A principios de enero, el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) inaugurará tres muestras con aires inéditos dado que extrañamente nunca, o hace más de 50 años, los artistas Guillermo Kuitca, Julio Le Parc y el estadounidense Emil Lukas habían exhibido en Uruguay.
Regresará además Este Arte. Después de diferentes locaciones, la novedad de este año es que estará ubicada en el Pavilion de Bahía Vik, antes de llegar al pueblo de José Ignacio, un espacio bastante más reducido que los anteriores pero con una vista inigualable al mar.
A metros de allí, incluso caminando por la playa, se podrá visitar el skyspace Ta Khut, del artista estadounidense James Turrell con un viaje sensorial como propuesta. En la galería del pueblo, Otro Lugar, expondrán al menos cinco artistas durante toda la temporada.
En Las Musas, la chacra con viñedos y un domo para la práctica diaria de yoga iyengar, se prevén talleres de eufonía, retiros de yoga y, algunos domingos, los ya clásicos conciertos de jazz con comida a la luz de las velas. En Shack las clases de yoga y de pilates son ahora todos los días y los cursos están colmados, un típico símbolo de que la temporada lentamente va empezando.
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