“Esperamos tanto este momento”: la emoción de los argentinos que ya están en Roma para la canonización de Mama Antula
Claudio Perusini, quien recibió el milagro de la beata, viajó con su familia, además de unos 70 descendientes indirectos de la nueva santa que suma el país
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Ya está en Roma. No es la primera vez que visita el Vaticano, pero ahora es distinto: es uno de los protagonistas de esta historia que le dará a la Argentina su primera santa. Claudio Perusini tiene 66 años, es profesor de filosofía, fue director de un colegio secundario en Santa Cruz y ahora suma a su currículum vitae haber sido beneficiado con un milagro de Mama Antula, que el domingo será canonizada en una ceremonia que encabezará el papa Francisco desde la Basílica de San Pedro. También estarán presentes unos cien argentinos, la mayoría descendientes colaterales de Mama Antula; Claudio y su familia, e incluso Javier Milei, que tendrá su primer encuentro con Francisco como presidente.
Por estas horas, en Roma los argentinos que llegaron para ser parte de la celebración viven una verdadera fiesta, porque después de años de impulsar la causa –primero, de la beatificación, y después, de la canonización– sienten que la denominación de santa no podría haber llegado en un mejor momento. Entre ellos, Luisa Sánchez Sorondo, que es una de las impulsoras del proceso en la actualidad y además es descendiente indirecta de Mama Antula, ya que uno de los hermanos de María Antonia de Paz y Figueroa (tal su verdadero nombre) era justamente Marcos Paz, su tatarabuelo. Su familia está comprometida con la difusión de la obra de Mama Antula desde 1820; por eso, después de tantos años, Luisa, su marido, sus dos hijos y unos 70 primos, abuelos, hermanos, tíos cercanos y lejanos decidieron viajar a Italia para ser parte de la ceremonia. Ayer, todos ellos fueron recibidos por el papa Francisco, durante una audiencia privada en Santa Marta.
Cuando la beatificaron, en 2016, Luisa viajó a Roma para esperar el resultado. Desde hace muchos años ella y su marido abrazaron esta causa, por pedido expreso del entonces cardenal Jorge Bergoglio. “Esperamos tanto este momento y ahora está llegando. Es muy emocionante”, dice.
Quién fue Mama Antula
Mama Antula fue beatificada en 2016, luego de que el Papa autorizara la publicación de un milagro por la sanación de una religiosa de las Hijas del Divino Salvador, quien habría recuperado la salud en el año 1900 por intercesión de la fundadora y madre espiritual de esta congregación. Era el proceso más antiguo de la iglesia argentina, iniciado en 1905. En 2010, Benedicto XVI había dado el primer paso hacia la beatificación de María Antonia de Paz y Figueroa al considerarla “venerable”, tras reconocer que “practicó las virtudes cristianas en grado heroico”.
Nacida en 1730 en Santiago del Estero y fundadora en Buenos Aires de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales en Buenos Aires, Mama Antula falleció el 7 de marzo de 1799 y sus restos descansan en la actualidad en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad de la ciudad de Buenos Aires. Allí, justamente, a lo largo de toda esta semana se están realizando misas y distintas actividades de celebración y divulgación de la obra de Mama Antula. Y, el domingo, las puertas de la iglesia se abrirán a las 5 am para seguir en vivo la ceremonia de canonización en el Vaticano.
“Tiene una historia hermosa y, pese a eso, no es tan conocida en su propio país”, cuenta Sánchez Sorondo. En los años en que los jesuitas fueron expulsados por España y Portugal, María Antonia tenía 15 años, había completado su educación en esa orden y además hablaba quechua. Por eso, decidió llevar la práctica de los ejercicios espirituales al interior de Santiago del Estero. Convenció al obispo de aquella época para que le permitiera hacerlo, con el argumento de que los ejercicios ignacianos ya pertenecían a toda la Iglesia Católica, más allá de la orden a la que pertenecían. Así, fue organizando ejercicios tanto entre criollos como entre los pueblos originarios. Tenía que mantenerse en movimiento, eso lo sabía, porque los jesuitas estaban proscriptos. Por eso empezó a recorrer a pie muchas de las provincias del norte argentino, como Jujuy, Salta, Tucumán. Bajó a Córdoba, donde estableció varias casas de ejercicios.
“No era sencillo lo que se proponía. Era mujer, viajaba sola, no tenía sustento económico, sino que vivía de la providencia. Así llegó a Buenos Aires y, pese a que le donaron el dinero para construir la casa de ejercicios que hoy se levanta en la avenida Independencia, la estafaron y esa plata nunca llegó. Igual decidió seguir adelante y logró levantar esa casa, que hoy es el primer edificio que es monumento nacional y fue levantado por una mujer”, recuerda Sánchez Sorondo. Los ejercicios que convocaba eran multitudinarios: llegaba a reunir más de 500 personas, que pasaban ocho días en silencio, siguiendo los ejercicios de oración para entender cuál era el propósito de Dios para sus vidas. “María Antonia estaba convencida de que así las personas alcanzaban la felicidad”, sentencia.
Nunca se casó ni tuvo hijos. Podía haberlo hecho, porque pese al hábito que usaba, no era monja, sino laica consagrada. De todas formas, generó una gran comunidad en torno de su figura. Fue ella quien instauró el santuario de San Cayetano y ella misma quien trajo la devoción del patrono del pan y del trabajo al país.
¿Por qué se considera que es la primera santa argentina? Porque es el primer proceso que se inicia en el país para canonizar a una mujer y que prospera hasta esa instancia en el Vaticano. El otro fue el Cura Brochero; muchos dicen que, aunque no se conocieron en persona, Brochero había tomado de Mama Antula el impulso de los ejercicios espirituales ignacianos.
¿Qué se necesita para ser santo?
El proceso de canonización es largo y requiere de una serie de instancias para su aprobación. Por ejemplo, para llegar a ser beato se presentan las carpetas ante el Vaticano, donde se documenta que la persona en vida ya tenía fama de santo y la información del milagro que se somete a consideración. Una vez que la beatificación prospera, se debe esperar que se produzca un nuevo milagro, que deber ocurrir con posterioridad al rango de beato o beata. Allí entra la figura de Claudio Perusini en esta historia: fue el primer “milagrado”, es decir, el beneficiario del primer milagro de Mama Antula como beata.
Claudio no necesitaba esta confirmación desde el Vaticano para saber que lo que él vivió, esa asombrosa recuperación después de haber quedado 28 días en estado vegetativo tras sufrir un accidente cerebrovascular (ACV), fue un milagro. Sin embargo, para ser considerado como tal, para poder subir de rango a la beata, debía ser analizado con cien lupas por los médicos y los expertos del Vaticano. No tenía que quedar ninguna duda, ni para los expertos ni para la ciencia: no puede explicarse de otra forma que por un milagro que hace seis años Claudio haya recuperado la vista, el habla y la movilidad de sus miembros.
“Sentimos emoción, agradecimiento, pero sobre todo, no nos sentimos protagonistas, sino los primeros beneficiarios de este milagro que va a bendecir a muchas personas más. Porque fue Dios quien lo sanó y concedió el milagro, después de que intercedimos y se lo pedimos a través de Mama Antula”, contó María Laura, su esposa. El martes ellos dos viajaron junto a sus hijos a Roma para ser parte de la ceremonia del domingo.
En octubre, cuando recibieron la noticia de que se había aprobado el milagro, Claudio y María Laura estaban en su segunda casa, que tienen en la ciudad de Santa Fe. Pero a principios de noviembre se volvieron a Lago Posadas, al noroeste de la provincia de Santa Cruz, donde se instalaron en 2007 cuando Claudio concursó para abrir y ser el director de un colegio secundario en el pueblo. Viven allí los meses más cálidos y después vuelven a Santa Fe para el invierno. En Lago Posadas, Claudio trabajó hasta 2017, cuando se jubiló. Ese año, viajaron a Santa Fe para visitar a sus hijos Juan Francisco (hoy tiene 32 años) e Ignacio (30 años).
El 25 de julio de ese año, a las 5, Claudio se levantó para ir al baño y, cuando volvió a la cama, tuvo un ACV. No se enteró de nada. Los sonidos guturales alertaron a María Laura, que enseguida pidió ayuda y llamó a la ambulancia. En el Hospital Cullen el panorama era desolador. A la esposa le dijeron primero que le quedaban 48 horas y, luego, que eran apenas 24. Tenían que despedirse.
Entonces llegó un amigo de la familia, el sacerdote Ernesto Giovando (hoy designado como administrador apostólico de la diócesis de Mar del Plata), que rezó por él y le dejó una estampa de Mama Antula en el monitor al que estaba conectado. Le indicó a María Laura que le rezaran, que recientemente había sido considerada beata y que seguramente concedería milagros.
La madre de Claudio estaba desolada. Le habían dicho que era cuestión de horas. Por eso no quiso atender cuando la llamaban por teléfono. Hasta que alguien le aclaró: “No es del hospital, es el papa Francisco”. Lo atendió y hablaron por media hora. Ocurre que Claudio lo había conocido, como Jorge Bergoglio, cuando asistía al Colegio Inmaculada de Santa Fe. Después, había estado en contacto con él en distintos momentos, durante su formación en la Compañía de Jesús.
Claudio le había comentado que quería ser sacerdote, pero Bergoglio le había dicho que no le veía vocación, que se casara, que él le iba a bautizar a los hijos. Finalmente, Perusini siguió adelante con su vocación religiosa, pero como laico. En distintos momentos, tanto en Córdoba como en Buenos Aires, en el Colegio del Salvador volvió a coincidir con Bergoglio.
Claudio relata la anécdota de una vez que viajó junto a un grupo de profesores al Colegio Máximo de San Miguel y, cuando iban a emprender el viaje, Bergoglio –que era entonces el provincial de los jesuitas– les dijo que no se podían ir sin cenar. “Abrió la heladera, sacó un maple completo, batió los 30 huevos, les agregó cebolla y papa, y nos hizo una enorme tortilla, que comimos con pan”, recuerda.
A pasos agigantados
Fue por esa relación que, cuando Francisco supo que Claudio estaba internado, decidió llamarla a la madre. Mientras toda la familia le rezaba a Mama Antula, ocurrió lo que nadie pensaba. A esa altura, el diagnóstico terminal se había evaporado y el nuevo panorama decía que Claudio seguiría sus días en estado vegetativo. Sin poder hablar, ni caminar, ni moverse, ni comunicarse.
El milagro no ocurrió de un día para el otro. Como los médicos notaron que Claudio respondía a algunas órdenes, como apretar la mano de su interlocutor o pestañar, le indicaron que iniciara una rehabilitación. La expectativa era que las mejoras fueran mínimas, pero suficientes como para tener una vida más digna. Sin embargo, cuando empezó la rehabilitación, la recuperación empezó a darse a pasos agigantados. Poco tiempo después, afirma María Laura, ya estaba hablando, moviéndose, caminando solo; al principio con más dificultad, la que después fue desapareciendo hasta permitirle lograr autonomía. Si bien todavía subsisten algunos pequeños obstáculos, no le impiden poder tener una vida plena y fluida, junto a su familia.
Cuando apenas podía hablar, un día le dijeron que esa tarde iba a llamar Francisco. Entonces él anunció que él mismo quería atender. Y así lo hizo. Las mejoras fueron consistentes. No solo los cambios se vieron en lo que podía o no hacer: los médicos se sorprendieron de lo que mostraban las imágenes de las tomografías, resonancias y otros estudios, que revelaban cómo la lesión cerebral se había revertido.
Fue por eso que el sacerdote Giovando les propuso presentar las pruebas al Vaticano para que los especialistas constataran si efectivamente se trataba de un milagro.
“Hace algunos meses me llamó Francisco. Quería verificar en persona cómo me había recuperado. Le dije: ‘No me hagas ir a Roma. ¿Por qué no venís a canonizar a Mama Antula a la Argentina?’ Vamos a ver, pero me dijeron que él prefiere hacer las canonizaciones allá. Bueno, por ahí puede venir después con esta hermosa noticia”, se ilusionaba Claudio, en octubre. Finalmente hace poco más de un mes, el propio Giovando lo llamó para confirmarle que estaban invitados a la ceremonia en el Vaticano y que podía viajar con toda su familia.
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