Ese error llamado patio de comidas
Lo que surgió como una solución para comer rápido y barato, se convirtió en una síntesis de ruido, suciedad, mala comida y precios caros. ¿Vale la pena optar por la solución rápida?
Después de ver Hambre de Poder resulta imposible no admitir que el modelo de negocio creado por los hermanos Mac y Dick McDonald en la década del ‘50 era perfecto. La película cuenta la historia de la cadena de comidas rápidas más importante del mundo, desde su origen como un un simple restaurante donde todo era preparado en serie y con dosis exactas de cada ingrediente, hasta la expansión global ideada y llevada a cabo por Ray Croc, interpretado con maestría por el siempre genial Michael Keaton. Lo que empieza como una biopic sobre el hombre por detrás de la gran M, termina siendo un retrato descarnado sobre la crueldad en el mundo de los negocios. Fue estrenada en los cines argentinos en marzo, y ya está disponible en Netflix. Verla es hacerse un favor.
El modelo de los arcos dorados fue replicado una y otra vez, incluso por empresas que no venden hamburguesas, y con él se reprodujo también la crueldad. Pero esta vez el destinatario no sería el dueño de un restaurante obligado a vender su nombre por unos pocos dólares. Con la creación de los patios de comidas -a mediados de los 70’s en los Estados Unidos, en los 90’s en la Argentina, con la aparición de los primeros shoppings- surgió una nueva clase de maltrato hacia el cliente, una especie de relación tóxica en la que se elige pagar por comer caro y mal. El modelo original ya no es lo que era. Se toma conciencia de ello cada vez que se come el primer bocado, pero se olvida con el pasar de los días.
La premisa nunca tuvo que ver con la calidad gastronómica, sino con comer rápido, barato y sin salir del shopping. Hoy, de esa idea inicial, sólo sobrevive el último elemento. Aunque la variedad es grande -en todos los patios de comidas hay varias propuestas de hamburguesas, pero también sushi, pizza, empanadas, parrilla, comida al wok, ensaladas, sandwiches variados, milanesas, minutas y cafetería- la calidad casi siempre es de media hacia abajo. En el patio de comidas se come mal, y no siempre es por la comida en sí misma. El ruido, las mesas sucias (a veces ocupadas por personas sin su pedido), las bandejas que nunca están limpias y los cubiertos y platos de plástico (aún para comer pizzas crocantes y bifes de chorizo) hacen que la experiencia de comer sea incómoda y muy poco disfrutable.
Por algún motivo, prevalece la sensación de que el patio de comidas sirve, es útil para comer rápido y barato, una idea heredada desde quién sabe cuándo. Pero la pechuga grillé está seca y recalentada, el brownie es un bizcochuelo sin nueces, la hamburguesa en serio no es tan en serio, el bife está duro, el salteado al wok trae apenas tres camarones, el sushi es insípido y desprolijo y la ensalada es una que sobró de ayer. El patio de comidas es un error del que pocas veces se toma consciencia. Basta con caminar un poco más -más allá de la obvia opción de salir, en los propios shoppings suele haber restaurantes con menú, mozos y cubiertos reales- para darse cuenta de que hay opciones donde invertir mejor el dinero que tanto cuesta ganar.
Hace pocos días, en una cadena de cafetería rápida, por primera vez me animé a pedir que me cambien un café. Estaba ácido, quemado, mal preparado. Primero no supieron bien qué hacer, pero al final primó eso de que el cliente siempre tiene la razón. Es probable que la comida servida en los patios nunca se parezca a la que muestra en sus gráficas, pero sí deberían intentar acercarse lo más posible a ese ideal prometido. Desde ya que esto no es un llamado a un boicot. Una simple columna no puede pretender convencer a nadie de nada, y menos de abandonar sus gustos; pero sí de cuestionarlos un poco y de hacer valer por lo que se paga. A los hermanos Duck y Mac les habría gustado que así sea, aunque sea para vengarse de Ray.