“Escuché el trueno y tuve ganas de llorar”: la tarde en que Bahía Blanca se paralizó por la amenaza de un nuevo temporal
Había alerta amarilla por posibles tormentas fuertes, pero hasta ahora solo se registró un chaparrón por pocos minutos, en medio de temores y paranoia tras la devastadora inundación
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BAHÍA BLANCA.– Se anunciaban chaparrones intensos y ráfagas de hasta 70 kilómetros por hora desde media tarde, según el parte oficial. Cayeron unas pocas gotas y lo que más sopló en realidad por estas calles, castigadas hace diez días por una tormenta inédita que dejó bajo el agua a gran parte del distrito y causó 16 muertes, fueron aires de paranoia.
“¿Va a ser así cada vez que se anuncia mal tiempo?”, preguntaba Beatriz, todavía sin energía eléctrica desde el viernes 7, cuando se inundó la cochera de su edificio donde están los tableros que comandan la instalación, que llega a los locales de planta baja y los departamentos. “Escuché el trueno y me dieron ganas de llorar”, dijo a LA NACION, refugiada en el hall de la torre donde aún hay algo de luz natural.

La inminencia de un nuevo período de mal tiempo llegó esta vez, a diferencia de aquel viernes, con mucha anticipación. La alerta meteorológica se calificó como amarilla, que implica una marcada gravedad. Y las autoridades municipales esta vez jugaron fuerte, a no correr riesgos.
A última hora de ayer se informó que, a partir de las 14 de hoy, dejaría de circular por completo el transporte público de pasajeros –que funciona en modo parcial desde mediados de la semana pasada– y que se suspendía la actividad escolar, tanto en establecimientos públicos como privados.

La falta de colectivos arrastró el impacto a una dimensión mayor: los comercios, en gran medida, adhirieron a este aviso y entones decidieron bajar sus persianas apenas arrancada la tarde para que sus empleados pudieran disponer de transporte para volver a sus hogares.

Todo esto ocurría durante una mañana brillante, soñada, de cielo azul y sin una sola nube en el horizonte. Recién se opacó a partir de las 16, cuando asomaron pesados bloques grises que un ratito antes de las 17 dejaron caer cuatro gotas. No más.
Después llegaría una llovizna, para la que los paraguas representaban casi un exceso de protección. Quien los tuvo, buen uso hizo una hora después cuando, por un par de minutos, el chaparrón se hizo fuerte y firme, acompañado de nuevos truenos. Y siempre con calor, como en esas tormentas de verano.
Sobre todo, precaución
Eso fue todo. El resto fue, por sobre todo, precaución. Las autoridades apuntaban en especial a que reducir el tránsito de colectivos contribuiría a que, en caso de que corriera una cantidad importante de agua por las calles, no provocara más vencimientos de superficies. Ya hay sectores de pavimento e incluso de tierra que fueron arrasados por ese verdadero río que atravesó y lastimó a Bahía Blanca y sus localidades periféricas hace diez días.
“Cerramos porque no terminamos de armar, para que el personal tenga en qué volver a casa y sobre todo porque no hay gente en la calle”, explicó Daniel, que tiene un comercio de ropa en la zona céntrica, y se preocupó por el apuro y dimensión de esta alerta meteorológica. “No estamos en condiciones de parar los negocios por cualquier cosa, Bahía Blanca necesita trabajar más que nunca”, dijo a LA NACION frente a la tarde de ventas perdida.

Tras ese breve aguacero llegó un parte oficial de la Municipalidad de Bahía Blanca en el que se comunicaba que el intendente local, Federico Susbielles, participaba de una reunión del Comité de Crisis desde donde se supervisaba el desarrollo y los alcances de la tormenta. “Algunas son fuertes, con chaparrones de lluvia intensos y ocasional caída de granizo”, explicaban sobre los datos que iban llegando.
Confirmaban que hasta las 19 se iban a dar estas condiciones. Después, agregaron, ya se registraría un proceso de mejoramiento dado que la masa que provoca estas lluvias tenía continuidad hacia el noroeste.
También informaron que, una vez transcurrida la primera hora de este período de mal tiempo, no se habían recibido llamados ni reclamos en Defensa Civil por problemas derivados de esta nueva lluvia.
Según advirtió la comuna en informes anteriores, se estima que el 70% de la comunidad sufrió daños por la inundación que se generó entre la mañana del viernes 7 y última hora del sábado 8. En algunos puntos más bajos, en la periferia, todavía queda algo de agua. Incluso hay familias que siguen evacuadas, sin poder volver a sus hogares porque no están en condiciones o porque lo han perdido todo.
El sol
Media hora después del último chaparrón volvió a aparecer el sol. El mismo que anduvo casi de continuo desde el pasado de fin de semana, con lo que ayudó a secar tanta casa que estuvo bajo agua. Los autos en las calles aún se multiplican con una misma imagen: cuatro puertas y baúl, todo abierto para secar el interior, mojado todavía y con restos del barro que corría por las calles.
Para los vecinos, esta tarde fue el primer reencuentro con la lluvia tras el devastador temporal. Si bien se generó en algunos cierta psicosis, por temor a que se repitan episodios como aquel, también se esperaba lo que finalmente se dio: algo de agua para que no vuele tanta tierra acumulada en las calles. Los tapabocas otra vez cotizan alto y salen al ruedo. Ese polvillo aparece acumulado o en movimiento por el paso de autos, palas mecánicas que lo levantan allí donde hay mucho volumen o manos de frentistas que se multiplican con la ilusión de devolver algo de limpieza a sus veredas.
Un muchacho que vive frente al canal Maldonado, a metros de Parque de Mayo, tiene dos niñas y recuerda que durante la inundación las tuvo que mantener en brazos y sobre una mesa cuando el agua subía por encima de la altura del picaporte de la puerta de su casa. “A mi hija de 8 le encanta el agua, pero desde aquel viernes no quiere ni pisar un charco, le tomó miedo”, contó sobre una de tantas secuelas que, más allá del daño material, dejado el trágico temporal.
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