Escapar de Corea del Norte y vivir para contarlo
Hyeonseo Lee huyó del país más autoritario del mundo, regresó para salvar a su familia, escribió un best-seller y rescató a dos esclavas sexuales, pero aún se pregunta por qué le pasó todo esto justo a una chica naïve como ella.
El escape de Corea del Norte es hoy el viaje más peligroso del mundo. Decir que quienes lo intentan desafían a la muerte es poco; también se exponen a la servidumbre, a la tortura y al castigo de su familia. Pero Hyeonseo Lee, que tiene 37 años y ahora sostiene con sus manos pequeñas una taza de café humeante en el restaurante de un hotel cualquiera de Seúl, lo hizo dos veces. La primera fue para salir ella misma. La segunda, para volver y sacar a su madre y a su hermano. Algún tiempo después, cuando en 2013 dio una charla TED (que ya ha sido vista por más de 10 millones de personas), se convirtió en la desertora más famosa de un país que produce desertores todos los días. “La chica de los siete nombres", el libro que vino después y en el que cuenta su periplo, fue traducido a 27 lenguas y publicado en 34 países.
Pero, al contrario de lo que se podría imaginar, esta chica, hija de una familia de buena reputación de la ciudad de Hyesan, no huyó empujada por la hambruna que castigó a su pueblo a mediados de la década de 1990 ni tampoco porque alguien la persiguiera: se fue, simplemente, porque en la escuela había aprendido que Corea del Norte era el mejor país del planeta y quería confirmarlo con sus propios ojos. Heyonseo Lee dice que cruzó el Yalu, un río congelado que tiene a China en la otra orilla, tan sólo por curiosidad.
“Yo vivía justo al lado de la frontera”, me cuenta en el restaurante. “En la televisión china, que veía en secreto de noche, me di cuenta de que ese país era increíble, como lo es hoy. Y como no podía aceptar que China fuera mejor que Corea del Norte, estaba confundida”. Se fue a fines de 1997; tenía 17 años. “Yo era lo suficientemente naïve, pero a la vez valiente, como para ir en busca de una respuesta”, dice. “Cuando estaba yéndome, no podía imaginar que esa sería la última vez que miraría a mi país y que estaría separada de mi familia por tanto tiempo. Mi plan era regresar al día siguiente”.
En La chica de los siete nombres, Lee cuenta lo que vino después: una vida clandestina de diez años en China y un vuelo a Corea del Sur con papeles falsos. Y mucho más: los interrogatorios en el Servicio Nacional de Inteligencia, en Seúl; la obtención de la ciudadanía; el envío ilegal de dinero, desde el Sur, a su familia en Hyesan; el descubrimiento, por parte de la policía norcoreana, de todo el asunto; la amenaza de la relocalización de su familia en un sitio desconocido y hostil. Y una decisión: volver a entrar, de modo encubierto y con prisa, para sacar a los suyos y atravesar con ellos toda China hacia el sur, a lo largo de más de 3.000 kilómetros, hasta Laos. Allí podrían pedir asilo político en la embajada de Corea del Sur, como hacen muchos desertores. Pero lo que no había planeado Lee era que el itinerario estaría lleno de capturas, sobornos, multas… y milagros.
“Nunca había pensado en publicar mis memorias, porque mi historia es dolorosa y porque durante mucho tiempo pensé que era algo privado”, dice ahora. Un editor la buscó cuando vio su charla TED (cuyos organizadores conocieron a Lee en una cena que el Viceprimer Ministro del Reino Unido, Nick Clegg, compartió con desertores en 2011) y le ofreció un contrato. “En ese momento, me negué porque pensé en mis parientes más viejos, que vivían y aún viven en Corea del Norte”, sigue ella. “No quería ponerlos en una situación de peligro por mi libro. Pero mucha gente me persuadió y me dijo que yo debía escribirlo porque ésta no es mi historia, sino la de 25 millones de norcoreanos que necesitan pedirle ayuda a la comunidad internacional. Finalmente, me di cuenta de que contarla era mi obligación y mi responsabilidad”.
- ¿Y qué pasó con esos parientes de Corea del Norte?
- [Suspira] Todavía mantengo contacto por teléfono, de vez en cuando. Creo que están a salvo. Pero también pienso que el régimen sabe quién fui y probablemente sepa también quiénes son mis parientes. Durante un buen tiempo me hice una gran pregunta: ¿Por qué no los han tocado? Deduzco que debe haber sido por mi condición pública. Si les hubieran hecho algo, yo lo habría contado al mundo y eso hubiera avergonzado al régimen. En este tipo de casos, el régimen cree que puede tocar a una familia sin voz.
Hay dos modos de escapar de Corea del Norte: por la frontera norte, cruzando el río hacia China, que es un país amigo de Pyongyang, o por el sur, pasando la línea divisoria más difícil del mundo, hacia Corea del Sur, el peor enemigo de la dinastía Kim. Hace tan solo dos semanas, un soldado lo intentó y recibió siete disparos de sus compañeros: aunque logró llegar al lado Sur y fue conducido a un hospital, no sabemos si al final sobrevivió o no.
En cambio, se estima que actualmente viven en China, de modo clandestino, unos 200.000 norcoreanos que penetraron la frontera norte. China no los recibe de brazos abiertos: si lo hiciera, llegaría una oleada de millones y Pekín no quiere eso. Si China encuentra a un refugiado, lo regresa. “De vuelta en Corea del Norte, el castigo es la tortura, la cárcel o el campo de prisioneros políticos”, dice Lee. “A veces también hay ejecuciones públicas. Yo vi la primera cuando tenía siete años. Muchos disidentes que escapan llevan veneno para acabar con sus propias vidas en caso de ser descubiertos”. Aun así, el plan de la mayoría es atravesar China rumbo al sur. Algunos nunca salen de ese país: simplemente, reconstruyen su vida ahí, con una identidad falsa. Muy pocos logran el objetivo final: en Corea del Sur viven sólo 30 mil norcoreanos.
Lee está trabajando ahora en su segundo libro: una serie de crónicas de mujeres que han escapado. Contactarla a ella no es fácil. Yo lo hice a través de su agente literaria, con base en Londres, y con varios meses de anticipación. La antigua chica de los siete nombres, que tuvo siete vidas falsas y que se convirtió en una sombra de sí misma, ahora da la cara y es famosa.
Luego de la entrevista, le pregunté si le podía tomar una foto. Imaginaba un retrato natural y a la vez significativo: Hyeonseo Lee en las calles de Seúl, su tierra prometida. Pero ella, demasiado consciente de su imagen, me dijo que no había venido producida. Que su agente me enviaría unas fotos, mejor. Así, mientras sus días pasan de un modo jamás imaginado, lidiando con periodistas (¿y con qué otro tipo de gente?), Lee usa su nombre real, el que ahora todo el mundo conoce, también para dar conferencias y crear consciencia sobre la crisis humanitaria de los desertores norcoreanos.
Y no sólo habla: hace poco, tomó una parte de las regalías de su primer libro y pagó por la libertad de dos norcoreanas reducidas a la esclavitud sexual en China. “Fueron 25.000 dólares, por las dos”, dice, sin orgullo. “Fue algo inusual. Yo quisiera darles su libertad a todos, pero no me alcanza”.
- ¿El gobierno de Corea del Sur ayuda a los desertores norcoreanos?
- Hace lo mejor que puede. Nosotros tenemos que empezar de cero y nada es suficiente. He escuchado a muchos que se quejan diciendo que el gobierno podría hacer más, y quizás sea cierto. Pero al mismo tiempo yo pienso que así está bien. Yo me siento muy agradecida de estar en este país y de vivir como una ciudadana normal, luego de haber perdido todos mis derechos en Corea del Norte y también en China. Otro tema diferente es la discriminación social que vivimos. Muchas veces, no nos contratan.
- Cuando llegó a Corea del Sur, ¿qué clase de interrogatorio le hicieron las autoridades?
- El Servicio Nacional de Inteligencia no interroga, sino que pregunta para resguardar la seguridad y diferenciar a los norcoreanos genuinos de los chinos que quieren hacerse pasar por norcoreanos. Segundo, deben confirmar que no seamos espías del Norte enviados para matar a alguien. Ellos tienen sus tácticas y no puedo dar detalles públicos porque es ilegal, pero sí puedo decir que son muy profesionales. El proceso dura tres meses.
- Si usted se hubiera quedado en Corea del Norte, ¿cómo sería su vida hoy?
- Sería una chica normal: me habría casado y habría tenido hijos. Estaría con mis parientes y mis amigos, como hacen los seres humanos normales. Como mi familia tenía un status de preferencia, no habría pasado hambre. Pero jamás habría conocido la libertad. Hasta que la tuve, nunca me imaginé lo que significaba. Mi vida anterior era muy cómoda, aunque mi padre murió como una víctima del régimen.
- ¿Fue ejecutado?
- No. Se suicidó en 1994. En ese momento, yo no entendía por qué lo había hecho, porque el suicidio allá es ilegal y al hacerlo, nos dejó en una posición delicada. No hubiera sido extraño que nos rebajaran de la clase alta a la clase baja: eso habría significado que mi hermano y yo no hubiéramos tenido ningún futuro en Corea del Norte y hubiéramos vivido como la gente común sufriente. Por eso, durante mucho tiempo odié a mi padre. Pero ahora, luego de muchos años de aprender sobre el régimen y de luchar contra él, finalmente lo entendí. El suicidio fue la única solución que encontró para proteger a toda la familia: si no lo hacía, era probable que él y todos nosotros fuéramos enviados a un campo de prisioneros políticos.
Hyeonseo Lee habla, pero prefiere no dar demasiados detalles sobre su padre. La vida en Heysan parece un asunto lejano, pero en verdad se cuenta en tiempo presente tanto como en tiempo pasado.
- Cuando usted era una adolescente en Corea del Norte, ¿cuáles eran sus sueños para el futuro?
- Literalmente, en Corea del Norte no tenemos sueños. Cuando yo apliqué a la universidad allá, tuve que escribir una presentación acerca de mí misma y debí poner cuál era mi sueño y cuál era mi visión de la vida. Eso fue de lo más difícil, porque nunca antes lo había pensado. Y si acaso uno tiene un sueño, es imposible hacerlo realidad, por lo tanto es inútil tenerlo. ¿Qué sueña la gente allá? Una amiga mía soñaba con convertirse en una conductora de tanques para luchar contra los “bastardos” norteamericanos y japoneses, y proteger a nuestro Querido Líder. Otra amiga soñaba con convertirse en una granjera y cultivar mucho para satisfacer al Querido Líder y hacer de Corea del Norte un país fuerte. Yo tocaba música y quería convertirme en una acordeonista para darle alegría al Querido Líder.
- Luego vino al mundo exterior y conoció otra mirada sobre Corea del Norte. ¿Fue un shock para usted?
- Sí, por supuesto. Pero aunque todo el mundo en China me decía que Corea del Norte era un país ridículo, para mí era difícil creerlo: estaba cegada. Yo pensaba que me estaban mintiendo y les decía que no hablaran mal de nuestro Querido Líder. Pero mi convencimiento no se mantuvo tanto tiempo porque yo misma podía ver el desarrollo económico en China y recordaba cómo la gente había muerto por la hambruna en Corea del Norte. ¡En China hasta los animales comían arroz! Eso me demostró que yo había sido engañada por mi propio país. Corea del Norte no se veía como la utopía que pretendía ser y China, de hecho, sí se veía así. Pero no todos los desertores reaccionan como yo. Una amiga mía que vive en Shanghai, por ejemplo, cree hasta el día de hoy que yo he traicionado a mi país al venir a vivir a Corea del Sur y dice que la razón por la cual Corea del Norte sufre no es por los problemas que nos trae nuestro Querido Líder, sino por el bloqueo de Estados Unidos.
- Usted apareció con su historia en el momento exacto y en el lugar indicado para hablar, y ante una sociedad global dispuesta a escuchar…
- A veces pienso que fui elegida. Por Dios o por el destino, o por quien sea. Pero hasta el día de hoy me pregunto: ¿Por qué yo? Estoy tratando de encontrar la respuesta y al mismo tiempo estoy muy orgullosa de mí misma. Siempre avancé y traté de no decepcionar a mi gente. Cada cosa que hago, no es sólo por mí: también es por los norcoreanos.