Esas inevitables comparaciones
Hace unos días, unos amigos nos invitaron al cumpleaños de su hijo. Cumplía un año y muchos de los asistentes rondaban esa edad: entre los 7 meses y el año y medio. Senté a mi hijo entre los demás niños y juguetes y empecé a contemplar la escena. Él estaba contentísimo jugando ensimismado con una pelota y un collar hecho con tapitas de gaseosas, mientras otros gateaban por ahí, varios caminaban e incluso algunos ¡corrían! Charlando con una de las madres ahí presentes, me di cuenta de que su hijita tenía casi la misma edad que el mío y no pude evitar notar que la niña gateaba y se trepaba por todo el living, "Gatea desde los 5 meses y medio", me aseguró la madre, mientras la bebita circulaba por el cumpleaños más o menos así:
Ni hablar de que el cumpleañero (de 1 año, recuerden), ya caminaba hace más de un mes y ahora corría llevando y trayendo los regalos que le iban entregando los invitados. En ese momento no pude evitar comparar y pensar: "Mi hijo de 8 meses todavía no gatea y todos los demás sí… ¿Cómo hacen los demás para que sus hijos hagan todo tan rápido?".
Si bien es totalmente normal que a su edad todavía no gatee, el hecho de ver tantos niños adelantados me provocó una especie de ansiedad que me disparó varias preguntas: "¿Gateará pronto? ¿Y si tarda mucho en empezar a gatear... o caminar... o hablar? ¿Estaremos haciendo algo mal?"
Julieta Tojeiro, psicopedagoga y especialista en estrés, ansiedad y emociones del Instituto Sincronía me explicó por qué nos comparamos siempre con los demás: "La tendencia a comparar proviene de la necesidad cultural de establecer parámetros para definir lo que es ‘normal’. Los padres vienen desde el embarazo mirando a ese hijo desde ‘normas’ que van diciendo cómo va desarrollándose dentro del útero en cada semana o mes. Luego, en los controles pediátricos, ven con mayor o menor ansiedad qué tan cerca o lejos está de las ‘normas que miden lo saludable’ para ingresar luego en el sistema educativo, que se organiza en su gran mayoría a partir de grados agrupados por conocimientos que deben adquirirse en determinadas edades. Con todo esto, es costoso y casi imposible no comparar".
Además todos tenemos algún pariente o amigo que siempre tiende a remarcar estas diferencias al recordarnos que sus hijos a la edad de los nuestros ya gateaban, caminaban, hacían la medialuna y sabían leer.
Pero cada niño es un individuo con tiempos propios y diferentes a los de los demás. Y hay que tener en cuenta esto para no angustiarse o frustrarse y menos que menos transmitirles estas preocupaciones a nuestros hijos. "Tener presente que, a pesar de estar regidos bajo parámetros que miden continuamente la ‘normalidad’, somos seres únicos. El entorno y el estilo de crianza impactan particularmente en cada individuo. Por eso, hasta los hermanos gemelos, que son iguales en muchos aspectos, son sin duda seres diferentes", agrega Tojeiro.
Después de reflexionar sobre esto, me digo a mí misma: ¡No te apures! Disfrutá de cada etapa, no quieras saltar a la siguiente… Estoy segura de que después voy a extrañar ese momento en el que mi hijo se quedaba quietito a upa o cuando se entretenía con algo tan simple como un collar de tapitas. Eso sí, tampoco hay que relajarse de más; prestemos atención a las señales que puedan indicar que hay un problema de desarrollo. Pero mientras tanto, disfrutemos, que cuando nos queramos acordar van a estar haciendo la medialuna y leyendo o saliendo a bailar con los amigos.