A un año del coronavirus, hay un universo de recuperados que siguen sin poder oler nada incluso meses después de la infección
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El primer día que María Núñez se sintió bien saltó de la cama y se preparó un té de manzanilla. Era la primera mañana sin fiebre después de varios días de malestar por coronavirus y estaba entusiasmada. No le sintió mucho gusto a la infusión. Algo intrigada, se acercó a su planta de orégano. Había dejado secando unas ramitas, que se llevó a la nariz y no pudo sentir su olor. De regreso a la cocina empezó a abrir condimento tras condimento para asegurarse de que efectivamente estaba sucediendo: ya estaba curada pero se había quedado sin olfato.
“La prueba definitiva fue el café. En casa tomamos uno recién molido que tiene un aroma increíble. Metí la cara adentro del frasco, inspiré fuerte y se sintió igual que hacerlo en en el de harina: la nada misma”, cuenta. El doctor que le hace el seguimiento post covid le dijo que este síntoma puede persistir por varios meses. Él mismo le confió que está igual: no puede oler absolutamente nada y se infectó mucho antes que ella.
Los síntomas
La pérdida del olfato y el gusto son uno de los diez síntomas menos frecuentes de coronavirus que tiene listados la Organización Mundial de la Salud. Fueron reconocidos como tales unas semanas más tarde que los principales, que siguen siendo la fiebre, la tos y el dolor de garganta. Luego se descubrió que para algunos pacientes puede ser el único síntoma de la infección.
Ahora, a un año de que se desató el brote inicial de coronavirus, se sabe que hay un universo de recuperados que siguen sin poder oler nada incluso meses después de la infección. Esto se debe a la afección neuronal que produce el virus. Algunos tuvieron enfermedades relativamente benignas y hasta consideran que el post covid está siendo más difícil que la infección propiamente dicha.
“Es una tortura”, dice Josefina Massetti, una cordobesa de 34 años que contrajo coronavirus en septiembre pasado. Al día de hoy sigue sin olfato, al menos como lo conocía. “De a ratos parece que puedo captar determinados olores: por ejemplo me pongo perfume y percibo olor a alcohol’', explica. “Pero entiendo que eso viene por las trigeminales”.
Se refiere a las sensaciones que otorga el nervio trigémino y que se suelen confundir con el gusto o el olfato: son las responsables de la sensación de picor del wasabi o el rabanito, por ejemplo.
Josefina es licenciada en administración de empresas y tiene un MBA, pero en el último tiempo sumó una especialización en olfato: en su intento por recuperarlo recorrió consultorios, probó distintos tratamientos y acumuló información del asunto. Ella lamenta que la anosmia le sacó el placer de comer: hasta las cosas que consumía normalmente hoy le saben extrañas. Le sucede con la Coca Cola, a la que le siente gusto metálico y la rúcula, que sabe a algo “salvaje” desagradable.
La anosmia (pérdida del olfato) por Covid-19 confunde a los pacientes y a los médicos, que como nunca antes reciben a personas que dejaron de oler completamente de un día para el otro. “Estamos trabajando sobre la evidencia, sin protocolos”, reconoce Ernesto Cafaro, Secretario General de la Federación Argentina de Sociedades de Otorrinolaringología (FASO).
Si antes los pacientes de anosmia solían ser personas con traumatismos encefálicos o problemas neurológicos específicos -como tumores- o incluso enfermedad de Parkinson, ahora son pacientes casi sin patologías previas que pierden súbitamente el olfato y acuden al consultorio angustiados.
“Es difícil convivir sin olfato. Es el sentido que se considera más primitivo porque es básico para la supervivencia; interviene en la alimentación, sirve para prevenir, para alertar y hasta para recordar”, define Cafaro. Según explica, con el correr de las semanas se fueron intentando diversas curas con medicación pero no hay una respuesta farmacológica establecida. Algunos de los tratamientos más frecuentes incluyen la aplicación de corticoides o zinc. Desde su punto de vista, lo que más resultados viene dando hasta ahora es el entrenamiento olfativo: hacer que el paciente huela varias veces al día una serie de olores establecidos, como por ejemplo rosa, eucalipto, limón y clavos de olor.
A Josefina su otorrino le recetó un tratamiento con vitamina D y corticoides, que no le hizo demasiado efecto. “Volví y le dije que seguía igual. Me dijo que por ser alérgica crónica se me generaron pólipos en la nariz y tal vez eso tampoco colabora con la anosmia. Estaba tan cansada que me operé”. Josefina recién vuelve de control y no percibe cambios sustanciales. “Siento que tampoco se sabe mucho más”, cuenta frustrada, mientras sigue a la espera que vuelva el olfato y con él el placer de comer.
¿Por qué se altera el gusto?
Muchos pacientes con anosmia dicen que perciben mucho menos los sabores. Esto se debe a que la mayoría de lo que consideramos sabores son en realidad olores que ascienden hacia la nariz mientras comemos. Por lo general se mantiene intacta la capacidad de percibir el gusto salado, dulce, amargo y ácido de los que se encarga la lengua a través de las papilas gustativas. Pero falta toda aquella información de los aromas que nos hace configurar un sabor en la mente. “Lo que se altera en realidad es la capacidad del sabor -define Cafaro-. Cuando uno deglute por vía retrógrada envía partículas odoríferas a la nariz y así yo reconozco en el cerebro que estoy comiendo una pizza. En rigor, el gusto no depende del olfato sino de la lengua”, explica.
Las alteraciones del olfato que puede producir el coronavirus -u otros virus, por caso- se dividen entre las cuantitativas (anosmia cuando se pierde completamente el olfato o hiposmia cuando la pérdida es parcial) y las cualitativas, en las que ya se distorsiona la percepción de olores. Es el caso de la parosmia, en la que el cerebro no puede identificar correctamente un olor que está presente en el ambiente, y de la fantosmia, el trastorno que lleva a una persona a percibir olores que en realidad no están en el ambiente donde esa persona se encuentra.
Es lo que le sucede a Micaela Fernández, que enfermó de coronavirus en enero. “Tal vez salgo a la calle y me invade un olor como a metal quemado muy invasivo que no me deja pensar en otra cosa y me da náuseas. El olor es tan fuerte que te aliena de la realidad”, explica. Sus fantosmias comenzaron a darse cada vez con más frecuencia y se asustó. Como durante su enfermedad no había tenido mayores inconvenientes -asegura que tuvo resfriados en los que la pasó mucho peor que con el coronavirus- tener un efecto secundario tan presente la sorprendió. “Pensaba que el post covid no podía ser tan difícil si no te daba neumonía y consideré que era un capítulo terminado”, explica. Pero las secuelas siguieron su ritmo.
Susto
“Uno se empieza a asustar porque perder el olfato es perder un sentido de tu cuerpo. Hoy por hoy no registro si algo está sucio o limpio o si la comida se quemó. Tampoco si hay una pérdida de gas o si algo se prende fuego, entre otras señales de alarma. Y también está muy ligado al placer: no puedo reconocer el perfume que usé toda la vida, ni el de una sábana limpia, ni el del bebé de una amiga que fui a conocer”. Para su cumpleaños la invitaron a una conocida parrilla y sentía que la carne más famosa tenía gusto a cartón.
Preocupada, Micaela acudió a un especialista en anosmia que le recomendó oler cuatro olores básicos todos los días. En paralelo, en el control reglamentario post covid el médico clínico le indicó un spray nasal de corticoides. Como aquello no le daba resultados también consultó a un especialista en lengua que le sugirió que probara un tratamiento con ácido tióctico. El primer médico le recomendó que consulté a un psiquiatra porque está demasiado angustiada por su anosmia. “¡Yo solo quiero que me vuelva el olfato!”, reclama Micaela, que lamenta que ahora perdió casi el único placer que no le había censurado la pandemia: el del disfrute de la comida.
Actualmente está concurriendo al servicio de fonoaudiología del Hospital de Clínicas para realizar neurorehabilitación trabajada desde la fonoaudiología. “Utilizamos herramientas y estrategias para que el individuo recupere su funcionalidad basándonos en mecanismos de aprendizaje y teniendo en cuenta la plasticidad neuronal. Esto es diferente a otras estimulaciones donde solamente se trabaja la parte periférica del sentido del olfato y el gusto”, explica Roxana Ines Clerici, Licenciada en Fonoaudiología del Clínicas y Miembro del Grupo de estudio de olfato y gusto (GEOG).
En 2016 realizó -y publicó- un trabajo de recuperación de siete pacientes con anosmia, en el que cinco mostraron resultados positivos al tratamiento. Uno de ellos tenía anosmia posviral. Desde esa experiencia hasta hoy, Clerici recopiló experiencia que está aplicando en pacientes con secuelas de coronavirus, que comenzaron a llegar en las últimas semanas. Según explica, la rehabilitación del olfato y el gusto es fundamental para recuperar la calidad de vida de la persona y esto se puede mejorar si se trabaja con la memoria del reconocimiento, aquella conexión entre el olfato y ciertas áreas del cerebro.
Julieta Cappelletti siente que va olvidando los olores y eso la apena: hace casi seis meses se contagió de coronavirus y al día de hoy no siente prácticamente aromas. “Con los ojos cerrados no distingo el té del café: solo siento que estoy tomando algo caliente y dulce”, explica. En su caso, la anosmia fue el único síntoma que tuvo de covid. Y el que persiste hasta el día de hoy.
“Es algo difícil de entender, y uno no se da cuenta de lo molesto que es hasta que le pasa. Al principio pensaba que iba a ser momentáneo, pero van pasando los meses y no me recupero”. Eso para ella implica usar perfume aunque no lo sienta y no poder distinguir tan fácilmente si tiene que cambiarle los pañales a su beba. Y perder el interés en la comida.
Julieta ya consultó a dos otorrinos distintos y probó vitaminas, corticoides orales y spray nasales. Con estos últimos comenzó a sentir en determinados momentos del día que su nariz -o cerebro- estaba intentando hacer el esfuerzo de oler. “Tal vez entro en un lugar y mi nariz percibe cierto aroma. Pero no puedo distinguir cuál es”. Ella hasta tiene miedo de no recuperar nunca el olfato. “La realidad es que nadie sabe mucho aún del coronavirus y me siento un conejillo de indias”, se lamenta.
Para Leandro Agüero, un arquitecto de 35 años de Palermo, la nueva normalidad es no oler. Desde octubre pasado que por su nariz no siente nada de nada. No puede oler café, ni nafta, ni su desodorante ni el gas, que ya le quedó abierto una vez y lo hizo ventilar toda la casa con miedo. Desde entonces, asegura que comer no es lo mismo. “Tengo gusto, pero no se compara. Dicen que es el momento ideal para hacer dieta pero yo tengo hambre: lo que cambió mucho es la experiencia de comer”, explica. Para él la anosmia cambió también la forma de cocinar: si antes no solía condimentar mucho la comida, ahora llena todo de especias. Casi que o importa el gusto final, así al menos puede percibir más sensaciones.
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