“Es un paraíso”. Inhóspita y deslumbrante: hitos y secretos de la playa más austral de la Argentina
Cabo Curioso se encuentra a 12 kilómetros de Puerto San Julián; fue caminada por Charles Darwin y Fernando de Magallanes
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CABO CURIOSO, Santa Cruz.– Los guanacos cruzan la ruta 3. Son los dueños de esta columna de asfalto que sostiene la estepa y los bajos, donde las curvas son una rareza, y los árboles un sueño que no se anima a crecer. No se ve ni siquiera uno. Santa Cruz es una tierra incógnita, el camino carece de paradores y estaciones de servicio, la soledad es nostálgica y en este espejismo de tierra primitiva y agrietada Puerto San Julián se presenta como un oasis de humanidad y la visión del mar, de un tono esmeralda, fascina la vista. “Es la playa más austral del país, y la más tranquila”, dice Miguel Ginart sobre la que está en Cabo Curioso.
“No hay gente, parece un sueño”, confiesa Ginart. Cruzó el país desde La Pampa para volver a sentir la soledad de la inexplorada costa santacruceña. A 12 kilómetros de Puerto San Julián, la playa es de arena, algo muy poco usual en la Patagonia, y está protegida por grandes acantilados y cuevas marinas que dejan ver moluscos fosilizados. Salvaje, virgen y desconocida la costa presenta geoformas esculpidas por milenarias cinceladas del viento y el mar. El paisaje es de otro planeta. “Una vez que la conocés, volvés”, dice el pampeano.
“Es mágico”, dice Miriam Vázquez, su compañera, refiriéndose al color de mar. “No existe en otra parte del país”, sostiene.
La playa de Cabo Curioso es aún secreta, punto de encuentro para los vecinos de Puerto San Julián: durante los fines de semana se acercan para disfrutar la costa austral, el boca a boca ha trascendido fronteras y después de la pandemia se ha convertido en una playa deseada para los amantes de la soledad extrema, pero también de la belleza. Forma parte del Parque Marino Makenke, uno de los pocos en el país que protege la biodiversidad del Mar Argentino, conserva una superficie de más de 72.000 hectáreas, en los acantilados anida el cormorán gris y es una ruta migratoria del pingüino de Magallanes.
“Estas costas están iguales desde hace millones de años”, dice el licenciado Juan Jones, Intendente del Parque. Sin señal telefónica ni internet, sin servicios ni guardavidas, ni paradores y sin servicios, la desconexión con el mundo es total.
“Es hermoso conocer otras playas, existe otra costa en la Argentina que tenemos que descubrir”, dice Vázquez. Con su compañero viajan en busca de señales en el mapa esperando hallar paraísos perdidos, un turismo por rincones desolados en donde la presencia humana es escasa o nula. Con una manta, almuerzan frente al mar. El viento, impiadoso, no parece molestarlos. “Es la Patagonia”, dice Ginart.
Se hospedan en Puerto San Julián y se quedan todo el día en el mar. El agua es fría, aunque menos que en otras costas y muchos se bañan. “Les advertimos que es un mar salvaje”, afirma Jones.
“A nosotros nos gusta porque hay arena”, argumenta el mendocino Roberto Cataldo, quien en 2020 llegó de vacaciones a Puerto San Julián y quedó varado junto a su esposa por la pandemia. La vida les mostró otro camino: consiguieron trabajo y se quedaron a vivir en el pueblo austral. “Es un paraíso, estar tan al sur y poder bañarte en el mar”, dice.
¿Agua helada?, “Sí, pero hay días de más de 30 grados ahora”, afirma para referirse a las marcas térmicas que se viven al sur del paralelo 49. “Para los chicos es ideal”, confiesa.
Las mareas son fuertes en el mar austral: demuestra su poder con amplitudes que llegan a tener hasta doce metros de diferencia entre la baja y la plea. En lo alto de un acantilado, el Faro Cabo Curioso (hoy sin uso), construido en 1922 y Monumento Histórico Nacional, durante muchos años fue una de las pocas señales de advertencia para los marinos para que no cayeran en la restinga. “Cada vez que camino por la costa me emociono al pensar que es la misma que vieron los exploradores”, dice Jones.
Hitos históricos
Sobra soledad y calma, pero también historias. En esta playa estuvo Fernando de Magallanes en 1520 cuando se propuso hallar el paso entre el océano Atlántico y el Pacífico. A menos de 5 millas náuticas al sur de Cabo Curioso halló una entrada en la costa y la navegó, su ilusión de haber hallado el paso duró poco: era la Bahía San Julián, llamó a este lugar Punta Desengaño, nombre que aún perdura. Por la rigurosidad del clima decidió permanecer siete meses, sufrió un motín y ajustició a los insurgentes en la Isla de la Justicia (frente Puerto San Julián), celebró la primera misa en territorio argentino y tuvo un encuentro con los tehuelches, a los que llamó “Patagones”, originando para siempre la palabra Patagonia con la que se nombró a esta región de finisterre.
En 1578 fondeó en el mismo lugar la expedición del corsario inglés Francis Drake. En 1780 la corona española proyectó Florida Blanca, un experimento social único: hacer una colonia agrícola con 150 colonos, quienes tuvieron buenas relaciones con los aonikenk (tehuelches), aunque esta quimera no prosperó. En 1834 el naturalista Charles Darwin, a bordo del legendario HMS Beagle, desembarcó y caminó por la zona de Cabo Curioso y halló restos fósiles que contribuyeron a elaborar su teoría de la evolución de las especies. En 1921 los peones rurales protagonizan una huelga para exigir mejoras en sus condiciones laborales, el conflicto finalizó con centenares de obreros fusilados. La Patagonia Rebelde.
Tres hechos vuelven aún más interesante la playa de Cabo Curioso: en 1909 se instaló el frigorífico Swift (sus ruinas pueden visitarse); en 1929, Antoine de Saint Exupery, el autor de El Principito, fundador y primer piloto de la Aeroposta Argentina, en sus solitarios viajes por el sur, estuvo en Puerto San Julián.
El tercero tiene una carga épica. “Quisieron desembarcar los ingleses en la guerra de Malvinas”, sostiene Jones. En esos años el pueblo recibió a 2500 soldados, y desde una improvisada pista salían los Mirage Dagger hasta las islas, tardaban apenas 40 minutos en tomar contacto. La fuerza aérea hizo daño a la armada inglesa, el submarino Conqueror (el mismo que hundió el crucero General Belgrano) patrulló por Cabo Curioso. El libro de guardia de los soldados que estaban apostados en la playa advierte de un cruce de disparos contra un bote anaranjado que intentaba desembarcar. “El objetivo de los ingleses era anular la pista aérea”, afirma Jones.
La playa de Cabo Curioso quiso volar alto. Hace algunos años algunos soñadores quisieron estar cerca de este edén y construyeron casas, se formó una pequeña villa, pero la Patagonia es indomable, y su inclemente carácter sepultó este idílico proyecto. Sus ruinas se ven detrás del acantilado.
“Lo más importante de la playa está bajo agua”, dice Jones. Hace referencia a los bosques de macroalgas que crecen en un estado prístino. La Fundación Por El Mar (PEM) trabaja para conocer y proteger en mayor profundidad el ecosistema de estos bosques de la costa de Santa Cruz. Desde lo alto del cabo a simple vista se pueden ver, son manchas verdes en el mar. El 38% de estos bosques marinos de la Argentina están en Santa Cruz. ¿Qué utilidad tienen para el medio ambiente? Un metro cuadrado de bosque subacuático absorbe el mismo dióxido de carbono que siete metros de bosques terrestres, su función ambiental más trascendental es la liberación de oxígeno a la atmósfera.
Brindan refugio, alimento para las crías de numerosas especies marinas, desde microorganismos a grandes predadores del mar argentino, como estrellas de mar, cangrejos, caracoles, erizos, el delfín austral, tiburones y rayas, hasta especies de interés comercial como la centolla y el calamar. “El valor ambiental de estas playas es inmenso”, afirma Jones. PEM trabaja en la zona realizando mapeos subacuáticos y promoviendo proyectos de impacto social.
Están desarrollando en Puerto San Julián una granja alguera –única en el país– para poder producirlas, sus usos son múltiples, desde la gastronomía hasta alimentos para el ganado estepario. La cosecha de algas provocará puestos de trabajo, sueñan los activistas. La protección de los bosques marinos es crucial para la vida debajo y sobre el agua, aseguran. Es la único ONG que siempre tiene un barco en el mar investigando, su equipo bucea en la zona de Cabo Curioso, como en todo el litoral santacruceño relavando los bosques marinos.
“Es una playa poco profunda”, señala Cataldo la sosegada bahía. “A veces el mar es como una pileta”, agrega.
Como todo en la Patagonia, su extensión es kilométrica. Vino con su familia, dos niños se mojan los pies en el agua. En la otra punta se ve una persona caminando, un cormorán gris sobrevuela la escena. “Es un paraíso secreto al sur del mundo”, confiesa.
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