“Es un milagro”: son hermanas, las separaron de bebés y tras más de 40 años se reencontraron mientras buscaban a sus padres
Carolina Sangiorgi, de 44 años, que vive en Mar del Plata, y Carina Rosavik, de 45, fueron anotadas al nacer como NN y dadas a dos familias diferentes; gracias al entrecruzamiento de datos genéticos supieron sobre el lazo sanguíneo
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MAR DEL PLATA.- La ansiedad desbordaba frente a cada pantalla de celular. Una en Córdoba, desde donde llamaba Carina. Otra aquí, donde Carolina y su familia esperaban esa videollamada que, por primera vez, las puso cara a cara. Con apellidos diferentes, pero con la misma sangre. De hecho, son hermanas del mismo padre y de la misma madre, pero fueron separadas hace 44 años, cuando una todavía no había cumplido dos años y la otra tenía unos pocos días.
Dicen que esta novedad que las sorprendió hace apenas una semana, con una confirmación de estudios genéticos, es un verdadero milagro. Porque cada una por su lado había intentado rastrear sus orígenes en busca de sus padres. Esos caminos paralelos se cruzaron gracias a la intervención de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, que cotejó muestras genéticas y confirmó un 100% de compatibilidad.
La semana pasada aquel primer encuentro a distancia vía tecnología se hizo piel con el abrazo interminable que se dieron en Córdoba, hasta donde viajó Carolina con su esposo y dos hijos para conocer a su hermana. Y se afianza ahora junto al mar, con la visita de Carina para compartir esta primera semana de convivencia después de más de cuatro décadas. “Es todo muy mágico, como si nos hubiésemos tratado toda la vida”, coinciden en diálogo con LA NACION.
“Una semana antes había dicho que no buscaba más, que ya estaba para mí”, confirma Carina Rosavik, que tiene 45 años, cuatro hijos y se reconoce como una verdadera activista en rastrear identidades desde la ONG Nosotros, en Córdoba. Una misión que comenzó en 1999, cuando murieron sus padres y recién se enteró que era hija adoptiva.
Los orígenes
Carolina Sangiorgi tiene 44 años, dos hijos y desde siempre sabe que quienes la criaron no eran sus padres biológicos. Un matrimonio de la localidad bonaerense de San Cayetano la fue a buscar a la Casa Cuna de La Plata cuando tenía unos pocos días de vida y, a diferencia de quienes se hicieron cargo de Carina, la inscribieron en el Registro Civil cumpliendo los pasos legales de adopción.
Ambas convivieron desde su juventud con las sombras de reconocerse posibles hijas de personas desaparecidas durante la última dictadura militar. Los plazos las ubican en tiempo y espacio ya que nacieron en 1976 y 1978, pero ambas estaban originalmente inscriptas como NN por identidad desconocida.
Cada una por su lado, siempre en procura de conocer quiénes eran o fueron sus padres y sin ambición de dar con otros parentescos, se sometieron a análisis de ADN a través de Abuelas de Plaza de Mayo. El perfil de las dos encajaba, pero los resultados dieron negativo.
“Nunca me sentí que era hija de mis padres, es algo fuerte y que te sale de las entrañas, y eso, para mí, es algo que la sangre propia manda”, revela Carina de aquellos sentimientos que palpitó durante la primera mitad de su vida y confirmó en este segundo tramo.
Carolina recuerda que cuando se decidió avanzar hacia un análisis genético que le abriera paso hacia sus orígenes tuvo el pleno apoyo de su madre adoptiva, que todavía la acompaña y, desde su residencia en San Cayetano, también es parte de esta enorme felicidad. “Yo me crié en un contexto de verdad de mi historia, nunca se me ocultó nada”, insiste para marcar diferencia con lo que le tocó vivir a su hermana, con primeros pasos para su documentación que anduvieron alejados de la legalidad.
Aquellas pantallas de celulares que las enfrentaron por primera vez hace poco más de una semana oficiaron como espejo. “De inmediato me vi reflejada en ella, en su sonrisa, en encontrarnos al instante como parte de una misma historia”, cuenta Carolina con la alegría y entusiasmo de ser por estos días anfitriona de su hermana.
El camino hacia la identidad
Así como Carolina se desligó del tema y apagó sus expectativas tras aquel informe de cotejo de ADN que no la relacionaba con ninguna de las muestras que componen el banco de datos genéticos de Abuelas de Plaza de Mayo, Carina fue por más. “Llegué al grupo Nosotros por una amiga que había encontrado a su papá y quería un análisis genético para confirmar que era él; ella se fue y yo me quedé”, cuenta de esta militancia que mantiene en esta ONG de búsqueda de identidades biológicas con sede en Córdoba y permanente interacción con la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
Tienen el mismo punto de partida en el distrito de Morón, donde estaban anotadas como NN. Pero ninguna de las dos tenía conocimiento que tenía una hermana. Hoy sospechan que quizás más de una vez estuvieron tan cerca sin saber quiénes eran ni el vínculo sanguíneo que tenían. Carolina viajó de vacaciones varias veces a Córdoba con reiteradas escalas en Tanti, el mismo lugar donde Carolina y los suyos solían elegir para sus días de descanso.
“Mamá búscame”, se lee en letras bien grandes en el mural que la ONG Nosotros dispuso en la ciudad de Córdoba para multiplicar este mensaje de búsqueda permanente e incansable.
Este encuentro llega también, aclara Carina, gracias al cruzamiento de datos entre bancos genéticos de Abuelas de Plaza de Mayo y Conadi a partir de 2017. Entonces, se permite el ingreso de muestras de madres ajenas a casos de delitos de lesa humanidad. Así, resalta, surgieron varios encuentros. En particular de casos originados por el tráfico de bebés.
La confirmación del lazo sanguíneo entre ellas les llegó a través de una operadora de Conadi. La primera en saberlo, y sorprenderse, fue Carolina. Estaba sola y sin nadie con quién compartirlo. “Fue una emoción enorme, más que sorpresivo para mí”, recuerda de aquel llamado en el que disparó una pregunta tras otra sobre cómo se llamaba, dónde vivía, quién era su hermana.
“Es tu hermana”
A Carina, que tiene contacto fluido con los miembros de Conadi-Córdoba por la actividad de la ONG, el anticipo la tomó cuando estaba de compras en un supermercado. Ya en su casa devolvió el llamado y le hablaron primero de un caso ajeno y luego le adelantaron el informe de un caso de hermandad a partir de cotejo de ADN con 100% de compatibilidad, dato que la alegró pensando que era de otra familia. “Es tu hermana”, le dijo y salió a los gritos por la casa, con esposo e hijos que no entendían qué era lo que pasaba.
De inmediato le pasaron fotos y hasta un audio de Carolina. Entonces arrancó, reconoce, un inmediato proceso para buscarla en redes y ahí sí, llenarse de imágenes que le permitieran conocerla un poco más antes de ese primer encuentro.
Un rato después se acordó aquella videollamada. De lágrimas y llantos al principio y de felicidad plena en la continuidad de esa charla en la que se acordó que los marplatenses partirían de inmediato a Córdoba. El viaje se suspendió porque Carina dio positivo de Covid-19. Así que recién se pudo concretar el último fin de semana.
“No vale llorar”, se escucha a Diego, esposo de Carolina, mientras grababa ese abrazo tan fuerte entre hermanas, entre balanceos y palabras al oído, felices ante sus hijos, testigos de semejante reencuentro que implica a partir de ahora una familia ampliada.
“No sé ahora si continuaré con la búsqueda de mis padres, pero sí continuaré haciendo mi tarea”, explica Carina sobre su decisión de seguir colaborando para que otros tengan como ella la oportunidad de encontrar a sus familiares. Y para Carolina el recorrido hacia su identidad original tuvo más premio que lo esperado. Feliz porque ahora tiene esa hermana que siempre imaginó desde su crianza como hija única. “Ahora es tiempo de charlar, disfrutarla y compartir todo cuanto se pueda”, aseguró.
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