Dejó todo por la causa y lo volvería a hacer una y otra vez. Su mirada, firme y transparente, transmite la nobleza que embandera su lucha. "Estoy convencida: una sociedad mejor se construye sólo sobre bases éticas. Y las sociedades justas deben velar por los derechos de todos, animales humanos y no humanos. Es una posición política", dice sin pestañar Alejandra García mientras prepara todo lo necesario para arrancar con la limpieza de los corrales.
Nació y se crió en la provincia de Córdoba en una familia a la que ella define como bichera, aunque no animalista. "Convivía con perros, gatos y todo tipo de animales rescatados (tortugas, cuises, loros). Pero a pesar de estar todo el tiempo tan cerca de ellos, nunca me había planteado qué pasaba con esos animales que se crían en granjas para el consumo humano. Sin duda algo latente teníamos mis hermanas y yo desde niñas, porque rechazábamos por ejemplo cuando mamá nos servía carne en la mesa y siempre protestábamos "no es un bife jugoso, ¡es sangre!" o "¡qué asco eso, es una vena, un nervio...!". Pero era una sensación de asco, no de empatía hacia los animales", recuerda en voz alta.
Se formó como periodista y su vocación la llevó a vivir durante 24 años en Barcelona, España. Allí se desempeñó como directora editorial, aunque el interés y la preocupación por los animales nunca la abandonó. Poco a poco, al ser consciente de la cruda situación de los animales y su vulneración de derecho, se fue implicando como activista en organizaciones que luchaban por ellos, básicamente manejando la prensa de estas asociaciones.
"En 2008 comencé a coordinar campañas, y junto a un grupo de activistas creamos la Plataforma Prou ("Basta", en catalán) presentando una Iniciativa Legislativa Popular para abolir las corridas de toros en Cataluña. En ese momento abandoné mi profesión y, tras conseguir que la ley se aprobara por mayoría absoluta en el Parlamento, de pronto me encontré sin trabajo y sin fuentes de ingresos". Fue entonces cuando la Fundación Franz Weber (que lleva a cabo, tanto en Suiza como en el resto del mundo, diversas campañas en defensa de los animales y de la naturaleza) le ofreció la posiblidad de incorporarla en su staff como Campaign Officer. Este fue el punta pié inicial con el que se creó la delegación de esta fundación en España, la primera fuera de Suiza (país donde está la sede central).
Fue en ese contexto que, casi por casualidad, se acercó a un centro cultural donde daban un documental sobre animales: se trataba nada más y nada menos que de Earthlings, donde se muestran las prácticas a las que son sometidos los animales en las granjas industriales, laboratorios de investigación, criaderos y otros centros de explotación. "Eso cambió mi perspectiva y mi vida. Ya no sólo rechazaba el consumo de animales, sino que sentí la tremenda necesidad de hacer activismo por sus derechos, y no sólo por los animales de compañía y los de consumo, sino también contra toda forma de explotación de los animales: por su piel, por su lana, por sus plumas, para ocio, en laboratorios de experimentación… lamentablemente, la gama de forma de explotación es amplia. Se cayó una venda que está creada por la misma industria que esclaviza a los animales, para hacernos vivir en una especie de mundo feliz, y dejé todo por esta causa", explica.
Educar con el ejemplo
En Barcelona Alejandra pudo ampliar su campo de acción y extender su ayuda a diferentes ámbitos. Pero cada vez que viajaba a Córdoba, para ver a su familia argentina, se sentía totalmente impotente al ver la situación de los animales en el país. "Así empezamos a perfilar la campaña para abolir la tracción a sangre mediante programas de inclusión social y laboral para las familias de los carreros, y la sustitución de caballos por motocarros, experiencia en la que habíamos (y estamos) participado en otros países latinoamericanos. Tras viajar por Argentina para hacer un relevamiento de la situación real, desde la fundación detectamos que muchos municipios se negaban a implementar estas políticas porque no sabían qué hacer con los equinos después". Entonces se gestó la idea de armar un santuario para animales ahí mismo en su Córdoba natal donde el clima es siempre benévolo y la ubicación estratégica permite estar en contacto con todo el país. "Elegimos el nombre de Equidad, haciendo un juego de palabras con el prefijo equi por los equinos, y para plasmar nuestra filosofía de igualdad de derechos, para las personas y para los animales".
¿Cómo poner en marcha semejante proyecto? Lo primero fue encontrar el lugar y armar equipo. Se hizo con mucho sacrificio, trabajo y poner el cuerpo. "Nos fuimos a vivir al campo sin tener agua corriente ni luz, y trabajamos de sol a sol haciendo mezcla, revocando paredes, cavando pozos, haciendo vallados… acondicionando el futuro hogar de los animales. Pero nunca perdimos la alegría, y todo se hizo más llevadero porque lo vivimos con buen humor".
Tuvieron que cavar pozos, clavar postes, construir infraestructuras y hacer un trabajo pedagógico de explicar qué es un santuario. La pregunta que siempre les hacían era: ¿Y qué van a hacer con los animales? ¿Van a hacer equinoterapia? ¿Van a montarlos? ¿Van a venderlos? "Fue un trabajo importante el explicar que estamos intentando que los caballos vuelvan a ser y a actuar como caballos, que ellos no tienen apellidos: no son caballos de terapia, de paseo, son caballos apellido caballos. Son ellos mismos, y respetamos absolutamente sus deseos y necesidades, recuperan su autonomía y tienen la libertad de tomar sus decisiones: crean lazos afectivos con sus propios congéneres, interactuamos con ellos sólo si ellos se acercan a nosotros en busca de nuestra compañía (sólo por cuestiones sanitarias hacemos que obligatoriamente estén con nosotros, para vacunar, desparasitar, o ante signos de enfermedad)".
En cuanto recibieron a los primeros caballos, junto a Santiago Zapata, quien está al frente del proyecto desde el minuto cero, decidieron que las tranqueras del santuario iban a estar abiertas a todos aquellos animales que lo necesitaran. Hoy Equidad, que puede funcionar gracias al apoyo de Fundación Franz Weber, es también el hogar casi 200 animales entre los que hay vacas, gallinas, ovejas, cabras, chanchos, burros, mulas, gallos rescatados de riñas… y perros. "Lo más difícil es aprender a convivir no sólo con la vida, sino también con la muerte; cada vida que se nos escapa de las manos la vivimos con mucho dolor y hay un desgaste emocional evidente. No hay que olvidar que albergamos animales a los que usualmente se los mata antes de llegar a edades adultas o con problemas para los que siempre se recomendaba eutanasia… y nosotros la peleamos hasta el final".
La voz del especialista
Federico Sordo es co-fundador de Cascote, un perro macanudo (una comunidad que comparte información para incluir a todos los animales en el mismo círculo de empatía). Trabajó por más de diez años como Director de arte en las más prestigiosas agencias de publicidad de Buenos Aires. Hoy se desempeña como comunicador y activista por los derechos de los animales.
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