“Es muy inusual estar protestando”. Por qué varias familias rusas llevaron su queja hasta la puerta de la Casa Rosada
A pesar del gran calor de la tarde, unas 15 personas, con bebés nacidos en la Argentina, se reunieron con carteles para solidarizarse con las mujeres embarazadas que estuvieron demoradas en Ezeiza por Migraciones
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“Estar embarazada no es un crimen”, decían los carteles de un grupo de aproximadamente 15 personas paradas esta tarde justo en la puerta de la Casa Rosada, organizadas a través de un grupo de WhatsApp. Su reclamo: que se aclare la situación con las mujeres rusas, sus compatriotas, que ayer por la tarde habían sido demoradas en el aeropuerto de Ezeiza con la posibilidad de ser deportadas nuevamente a su país. Cerca de las 20.30, no obstante, la justicia federal autorizó el ingreso provisional en la Argentina de las seis embarazadas.
“Queremos quedarnos en la Argentina, pero escuchamos la historia de las mujeres embarazadas y no sabemos si va a haber problemas para nosotros. No sabemos por qué pasó y qué pasó. Nadie nos dijo que podíamos tener problemas. Nos gusta quedarnos acá y cada día que pasa nos gusta más el país”, comentó a LA NACION Elena Sapozhnikova, una joven que llegó al país en mayo junto a su pareja Aleksandr Sapozhnikov, sus dos hijas Varvara y Vasilisa, y un embarazo de 35 semanas. Fue así que la familia Sapozhnikov dejó Moscú y se instaló en el barrio porteño de Monserrat con la intención de quedarse definitivamente. Tres semanas después de su arribo, Elena se internó en una clínica de una empresa de medicina prepaga para tener a su bebé, a quien llamó Severina para, según explicó, “hacerle honor al norte”.
Respecto de la razón por la que quisieron mudarse de país, Elena explicó: “La Argentina es un lugar hermoso, con una hermosa cultura y muy buena comida. Hay muchos problemas, pero problemas hay en todos lados. En nuestro país hace mucho frío y no tenemos acceso a la carne y a las frutas, acá se vive bien”.
Andrei, de 39 años, llegó solo a la manifestación. Vestía unas bermudas beige y una camisa manga corta celeste. Junto a él, como un amuleto, llevaba una botella de agua. Su rostro, moreno, había sufrido las inclemencias del sol. “Quiero vivir acá. Quiero vivir en un país en el que la gente tenga respeto por los derechos humanos y la ley. Eso no pasa en Rusia, allí no puedo tener una opinión propia”, señaló en un español esforzado Andrei a LA NACION. Detalló, además, que llegó a la Argentina en noviembre junto a su esposa, embarazada de seis meses, y su hija. Se instalaron en el barrio porteño de Palermo.
El 3 de febrero, Andrei fue padre por segunda vez. Su hijo nació en el Hospital Durand, ubicado en Caballito. A pesar de que comentó a este medio que trabaja de manera remota como abogado para una empresa de bienes raíces ubicada en Rusia, indicó que no sabe cuánto más va a poder conservar ese trabajo. “Aprendí el idioma en Buenos Aires. Necesito vivir acá como los demás argentinos”, señaló.
Para las 19, el sol había aminorado su intensidad y los espacios de sombra comenzaban a hacerse presentes. Sin embargo, el conglomerado de manifestantes rusos disfrutaba de su calidez, así como de la posibilidad de poder hacer oír su reclamo. “Es muy inusual para nosotros estar acá protestando. En nuestro país vas preso inmediatamente, pero acá se puede”, comentó Natalia, de 43 años, quien precisó que de las 8.000 personas integrantes del grupo de WhatsApp en el que se organizó la manifestación, solo llegaron alrededor de 15. “No tenemos cultura democrática”, explicó. Junto a su hijo de 13 años, llegó al país para hacer turismo, pero planea quedarse. “Tienen buena educación, buen clima, buena comida y democracia”, sentenció.
La guerra con Ucrania
Alex no habla español y casi nada de inglés. La comunicación es difícil, pero como puede se hace entender: es un refugiado político. De su camisa pende una insignia, un pin con la bandera de Ucrania, que contiene un corazón con el símbolo de la paz. “Soy militante. No quiero la guerra”, plantea. En su mochila, otro símbolo: una bandera con dos colores, azul y blanco. Según explicó, el rojo que falta para conformar la bandera rusa se lo removieron. No quieren más rojo, no quieren más sangre, no quieren más guerra.
“Estamos probando lo que es la democracia”, explicó Andrey a LA NACION. Tiene 41 años, es de Moscú y se instaló en la Argentina hace 9 meses. Se fue por la guerra con Ucrania. A través de Youtube, junto a otros compatriotas rusos, hablan de cómo es vivir en el país y tratan de explicar las costumbres criollas para que los nuevos inmigrantes tengan más información.
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