“Es lo que haría Diego”. Compró la casa de Maradona y la abrió para ver la final: así se vivió desde adentro
Ariel García, de 47 años, evitó que la histórica casa de Villa Devoto sea demolida; sándwiches de carne a la parrilla y mucha emoción
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Un ambiente familiar se percibe al ingresar a la casa de tres pisos y ladrillo a la vista en José Luis Cantilo al 4500, en el barrio porteño de Devoto. El aroma a fuego recién prendido, el carbón que empieza a crepitar, el mate y las medialunas son elementos que podrían encontrarse en cualquier hogar argentino previo al partido definitorio de la Copa Mundial de Qatar, entre la selección nacional y Francia.
“Esta de acá era la habitación de Diego”. El que habla es Ariel Fernando García, de 47, quien compró en noviembre la casa que perteneció a Diego Armando Maradona en la década del 80. Y que decidió hacer una cosa insólita, solo propia de un país donde se vive el fútbol como en la Argentina: abrirla al público, que cualquiera que quiera pueda ver los partidos de la selección ahí.
Globos con helio albicelestes decoraban los techos de los diferentes ambientes. Con paciencia y amabilidad, García recorrió el hogar y detalló cómo se dio la compra, las ideas que tiene para el futuro y como encontró el lugar luego de que le dieran las llaves.
Por una nota publicada en LA NACION, García se enteró que iban a demoler la propiedad. “Le pedí a un amigo el teléfono de Adrián Mercado [empresario inmobiliario] y le dije que no podían tirarla abajo. En esa charla le expliqué que si me aguantaba le llevaba una seña para comprarla. Le pedí plata a un amigo y lo hice”, precisó el actual dueño de la casa.
Junto a sus hermanos Diego y Damián, García pudo concretar la operación por USD 900.000. “Nos entregaron las llaves en el segundo partido [contra México] y empezamos a ganar”, señaló.
Adrian González, de 44, es la primera vez que viene a la casa. “No lo podía creer cuando entré”, confesó el hincha, que disfrutaba sentado un sándwich de vacío.
Con la condición expresa de no ingresar alcohol, García compró agua y gaseosas, así como 200 kilos de carne para todos sus invitados. Además, se encargó de la seguridad y la limpieza, que contrató para que las instalaciones estén en condiciones durante el evento deportivo.
“Vine con un amigo que conoce al dueño. Tiene plata y lo quiere compartir. Hay otros que también tienen y no son tan generosos”, opinó González a LA NACIÓN.
“Es lo que haría Diego. Tiene que ser un lugar para todo el que quiera venir”, sentenció el propietario, que junto a su familia fueron los anfitriones de una tarde difícil de olvidar.
El partido
Con el himno, los hinchas se pararon de sus asientos y entonaron a los gritos el canto nacional. “Vamos, vamos selección, hoy te vinimos a alentar, para ser campeón, hoy hay que ganar”, continuaron.
Una batucada eufórica se apostó al costado de la pileta, de casi 10 metros de largo, y no paró de alentar durante todo el partido. El repertorio musical repasó desde los clásicos históricos, así como el último hit mundialista, la reversión de La Mosca, que habla de Diego, sus padres, y Lionel Messi.
Minuto 21 del primer tiempo. Un penal y la alegría. Espuma, humo albiceleste, chapuzones en la pileta y mucho baile fueron parte de los festejos de la victoria inicial.
“Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones, como en el 86″, cantaron los presentes, hipnotizados por los pases de Messi en el segundo gol, que llegó poco tiempo después del primer tanto.
“¡Qué golazo! Impecable. Fue magia pura”, se escuchó entre la hinchada, ya afónica de alentar al equipo dirigido por Lionel Scaloni.
“Fue hermoso entrar a este lugar. Es distinto a verlo en tu casa. Es una emoción muy grande estar acompañada por todas estas personas”, dijo Mara, de 32, y embarazada de cinco meses, que vino con su familia: su marido Darío, y su hija Mia, de 5.
“¡Cuánta felicidad! Nunca pensé que iba ver el partido de la casa de Diego Maradona. Es un momento increíble. No me voy a olvidar nunca más de este día”, sumó su pareja, quien precisó que viajaron desde Morón, al oeste del conurbano bonaerense.
El segundo tiempo
28 grados marcaba el termómetro poco después de las 13 y la percusión decidió trasladarse a los primeros escalones de la pileta. Desde allí, dirigieron la cortina musical del evento, en el que los sándwich no cesaban de salir desde la parrilla.
“Hay que gritar, señor hay que gritar, y vamos Argentina que tenemos que ganar”, entonaron los parrilleros con el avance de los minutos en la segunda parte de la final. La batucada, obediente, retomó su efusividad y la gente lo festejó con silbidos.
El primer penal que metió el jugador francés Mbappé fue el comienzo de una tensa letanía. Sin amargarse frente a la adversidad, el público presente fue fiel a su estilo festivo y continuó con una arenga permanente.
“Que sufrimiento”, se escuchó entre los hinchas, a poco más de 10 minutos del final de la copa del mundo.
Las caras largas aparecieron con la inminente capitulación del partido. El empate vaticinaba que vendría el alargue, y con ello la tensión, que se pensaba terminaría para este momento en el final del primer tiempo.
Los parlantes de la casa, no obstante, permanecieron encendidos con diferentes canciones mundialistas para que los ánimos no decayeran.
Mariana, una señora sentada en el borde del desnivel del living de la casa, extendió sus brazos y abrió las palmas de sus manos para transmitir buena energía a la selección argentina. “Gracias por no interrumpirme. Lo hago con disimulo para no parecer una loca”, dijo ante la posterior consulta de LA NACION.
Minutos después, una pelota que ingresa en el arco y rebota en el pie de un jugador siembra dudas en la hinchada. Algunos festejan y otros no. Con la confirmación del tercer gol, a pocos minutos del final, se escucha descorchar un espumante y los presentes enloquecen de alegría.
“Negro, ¿sabés cuantos explotaron del bobo para este momento?”, dijo un hombre tras anotar Mbappé el último penal. Sentado en una de las ventanas, se tomó la cabeza en soledad y se mantuvo allí hasta el final.
“Es para morirse”, repetía la hinchada antes del comienzo de los penales. “Se sufrió como en el 90, cuando el Goyco [por el arquero Sergio Goycochea] fue protagonista”, festejó García ante un público que lloraba, se abrazaba, se reía y se quitaba el estrés de encima. Porque esta vez, la Copa es nuestra.
En el patio del hogar, los músicos populares, enfervorizados, adornaron los festejos, que incluyeron: espuma, chapuzones, vuvuzelas, banderas y un baile sin fin.
El futuro
“Esta era la habitación de los padres. Acá salió Diego a festejar cuando ganamos en el 86″, precisó García.
Y sumó: “Hablé con Claudia Villafañe porque encontramos fotos. Le pegunté si las quería y me dijo que no”. Sobre el futuro de la casa, el empresario destacó que no piensa mudarse porque, según señaló, se sentiría “incómodo”.
“Esto es para que lo vean todos. Quiero hacer algo lindo para que la gente pueda entrar. Iba a ser una injusticia más en el mundo Maradona tirar esta casa abajo”, determinó.
En 1981, cuando obtuvo el pase de Argentinos Juniors a Boca, el chalet fue adquirido por Diego Armando Maradona. Si bien fue un regalo para sus padres, Diego y su familia vivieron un tiempo allí, previo a la mudanza definitiva al mítico piso en la intersección de las calles Segurola y Habana. El lugar tiene 700 metros cuadrados techados y 500 más de espacio alrededor.
En el jardín, una bandera dirigida a Diego Maradona le pedía: “Si ya encontraste la paz que nosotros te robamos por favor volvé que acá todos te extrañamos”.
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