Es lindo sentir que uno no está soñando solo
En estas últimas semanas me han ido ganando dos sensaciones muy extrañas: una inesperada camaradería y una caprichosa serenidad. Los que somos futboleros estamos acostumbrados a guardar un mínimo de compostura frente al resto de los mortales. Sabemos que le asignamos al fútbol, en la marcha general de nuestra vida, un sitio a veces excesivo. Cuando nuestro equipo anda bien afrontamos los días con un brío sostenido y saludable. Pero claro: lo normal es que nuestro club no ande bien. Y entonces nos sucede lo contrario. La vida es una suma de dolores y de derrotas. Por pudor, por cortesía, por no aparecer como idiotas, atribuimos nuestra expresión adusta y nuestro aire melancólico a tristezas más sublimes que preferimos callar. Si nos estamos haciendo mala sangre por algo tan prosaico, al menos que no se note.
Y sin embargo durante el Mundial no hace falta tener tanto cuidado, porque casi toda la gente que nos rodea es arrastrada por las mismas mareas que nosotros. Las ansiedades se comparten, los temores se comentan, las anécdotas siempre tienen oídos dispuestos. Súbitamente están todos en la misma sintonía de padecer insomnio preocupados por la calidad del 10 de Bélgica, o encaramados en la misma ilusión atónita de pasar octavos y cuartos y semis. Nada de salir de casa con pasos sigilosos, para evitar las burlas del diariero por el último clásico que perdimos. Nada de eso. Si sigue la buena disfrutamos en conjunto. Y si toca la mala, nos toca a todos.
Es verdad que esta repentina sístole y diástole social tiene sus costos: la señora mayor que nos antecede en la cola puede lanzar una sentencia infalible, al estilo de "Sabella tiene que ponerlo a Augusto Fernández porque me pareció verlo triste en el banco de suplentes". Y nosotros, por no despreciar su ahínco, seremos pacientes: nuestra soledad ha dejado de serlo, y bien vale la pena ejercer nuestra pedagogía con esa buena señora con tal de disfrutarla, a ella y a todos los demás, viviendo lo mismo que nosotros.
Pero hay otra sensación, en estos días de compromisos sucesivos y crecientes. Esto de afrontar la final de la Copa del Mundo sintiendo que puede ser, que en una de esas sí, que se puede dar, que no sería nada raro que estos muchachos se traigan la Copa. La marcha irregular de nuestros clubes nos vuelve, a los futboleros cotidianos, gente propensa al escepticismo. Tengo para mí que esta selección, en cambio, ha logrado que confiemos en ella. Que los futboleros, aun los más reacios, terminemos por admitir que este equipo está cada vez más seguro, más sólido, más entero, más dispuesto.
Claro que esas cualidades no son garantía. En el fútbol nada garantiza nada. Pero si la Argentina le gana a Alemania no será un milagro ni la materialización de un imposible. Es lindo, y al mismo tiempo es raro, sentarte a ver un partido sintiendo que el sueño que venís soñando, además de no soñarlo a solas, lo soñás porque te lo merecés.
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