Es cordobés, tiene 102 años y una activa vida social, con Paulo Dybala entre sus amigos: “Me siento bien, estoy en forma”
De Colonia Caroya, Oscar D’Olivo no usa lentes ni audífonos y disfruta bailar; su relación con el futbolista de la selección argentina
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CÓRDOBA.- “Me siento bien, normal; estoy en forma”. El cordobés Oscar D’Olivo tiene 102 años. No usa anteojos ni audífonos, se mueve sin problemas, tiene carnet de conducir –“cumpliendo con todas las exigencias que pone la Nación”–, baila en las fiestas y pasa por el bar para conversar con sus amigos. Entre las decenas que tiene, hay uno muy conocido a nivel nacional e internacional: Paulo Dybala, el futbolista cordobés que integra la selección argentina y ahora juega en la Roma.
Conversar con D’Olivo es un placer. Le gusta charlar y no cree que “todo tiempo pasado fue mejor”, aunque reconoce que hace décadas en la Argentina “la palabra tenía todo el valor”; está al tanto de la tecnología, “aunque mis hijos y mis nietos me ayudan”; lamenta que los jóvenes se vayan al exterior a vivir y enfatiza: “El país no tiene la culpa de los ‘calandracas’ de dirigentes que hay”.
“Cuando tenía 20 años estaba con el socialismo, con Lisandro de la Torre, con Alfredo Palacios, hombres de una capacidad intelectual fenomenal; uno tenía que hacerse bueno a la fuerza. Después, con un hermano me fui al radicalismo”, comenta. Más allá de los partidos, “siempre” colaboró con Colonia Caroya, donde nació. “Antes pueblo, ahora ciudad, siempre me gusta participar”, dice.
Siempre impecable, relata que le gusta “la simpleza, pero estar bien preparadito, aunque esté en mi casa, prolijo”. Hace siete años quedó viudo de una “mujer divina, de la ciudad de Córdoba, María Enriqueta Peschiutta, ‘Cuca’”. Tuvieron cuatro hijos (dos mujeres y dos varones), diez nietos y tres bisnietos.
“Siempre me ha gustado mucho el baile; juntos con Cuca hemos ganado concursos con la Orquesta Argentina”, recuerda, y menciona que conoció y se hizo amigo de Mariano Mores, a quien solía enviarle los famosos “salames de la Colonia”. Comerciante, siempre tuvo –y tiene– una vida social muy activa; ahora, por su casa, pasan a saludarlo muchos personajes conocidos.
Desde hace un tiempo, vive con su hija Adriana en la “casa de toda la vida, la que construí en 1948, cuando Colonia Caroya no era lo que ahora; después la fuimos ampliando”. Afirma que siempre está de “muy buen humor, me cuesta mucho enojarme” y señala que su madre solía decirle que estaba “hecho para que sirviera a la familia, a la comunidad. Y así fue, creo que el resultado fue bueno”.
Queda solo él de los 14 hermanos que eran. Su día comienza, de lunes a sábado, a las 6.30: “Lo más tarde que me levanto es a las 7; abro las ventanas y ventilo bien, Colonia Caroya tiene lindo aire, no como las ciudades más grandes. Al aire acondicionado lo prenderé cuatro veces al año... Temprano tomo un té bien agradable y el desayuno más tarde”. Los domingos, cerca de las 9, lo busca uno de sus hijos para pasear.
Antes de la charla con LA NACION, había estado mirando un programa de televisión en el que hablaban del ayuno intermitente. “La verdad que me reía –confiesa–. Yo a la mañana hago lo que me enseñaron mis padres y mis abuelos: pelo un diente de ajo, le saco el centro y lo como picado con una cucharada de aceite oliva”.
Revela que es “muy prudente” para comer; le gusta “todo” y disfruta de un puchero de verduras que le cocina su hija y que define como “espléndido; el organismo lo recibe con alegría”. Con el vino es “controlado; tomo un vasito cada tanto, no dos ni tres”.
Su salud es de hierro. De chico tuvo tifus, como una de sus hermanas, que murió a los ocho meses por esa enfermedad. Y “nunca más ni una fiebre, alguna vez una gripecita que pasé parado, lo más bien”. Lamenta su única cirugía: “Me sacaron las amígdalas y me quedó esta pequeña ronquera; muchos años después un médico admitió que fue un error, pero en aquellos años era común”.
D’Olivo, que festejó sus 102 años el 18 de enero pasado, tiene muchos amigos, de todas las edades. De joven jugó al fútbol y sigue gustándole; es hincha de Talleres de Córdoba y de Boca Juniors, del boxeo y del tenis.
A Dybala lo conoció por un nieto suyo: “Un gran muchacho, educado, amoroso. Me mandó sus camisetas para los 99, los 100 y los 101. Para los 102 recibí la nueva de la Roma y una gorra muy linda con el 21, que es el número que usa ahora. Yo le di una mía que dice ‘Oscar 1921′ y la tiene en su casa, donde hay un pequeño museo, en Laguna Larga”.
Épocas “de palabra”
D’Olivo estudió hasta tercer grado en la escuela San Martín de Colonia Caroya y continuó la primaria en Jesús María, hasta donde iba a caballo. “Un ‘petiso’ que me regaló un tío; los más ricos iban en bicicleta”, se ríe.
Aunque sus hermanos más grandes viajaron a la ciudad de Córdoba para hacer la secundaria, cuando llegó su turno coincidió con la crisis del ‘32. “Dos años sin lluvias; fracasó la cosecha y mi papá vendía maquinaria, empezaron a devolverle los equipos –repasa–. Se fundió, llamó a convocatoria y la propia firma inglesa le dio cinco años para que pagara sin interés. ¿Sabe de cuánto era el interés entonces? Del 3% anual. Por un peso argentino daban US$1,25 y ahora son casi $400, pero ‘en contra’. Deberíamos estar mejor que Australia y acá estamos”.
Se sumó al negocio familiar y empezó a llevarle los libros de contabilidad “a los colonos”. En el ‘39 los tiempos mejoraron, “asomaba la guerra de Europa, los precios de los cereales subían, había buenas lluvias, pero mi padre no tenía dinero para volver con las máquinas”. Entonces, un inmigrante italiano le prestó 40.000 pesos fuertes.
“Mi papá fue a verlo con cuatro documentos firmados y él los rompió. ‘Yo lo sé, mi señora y mi hijo también, vos lo sabés. No me hace falta un documento’, le dijo. La palabra era sagrada entonces y eso me enseñó mi papá”, narra.
Con los años, D’Olivo transformó el almacén de ramos generales en un mayorista; vendía a su zona, a Catamarca, La Rioja y Santiago del Estero: “Me atreví a competir con los cordobeses grandes y en tiempos de la máquina de calcular Monroe 100 teclas, compré tres suecas de 10 teclas”. Todavía tiene una en su casa y funciona.
“Me gustó siempre el comercio fuerte; trabajé hasta los 65 años, que me jubilé. Seguí unos años más hasta que tomaron las riendas mis hijos con mis sobrinos y modernizaron, hicieron un supermercado. Fue para mejor”, concluye.
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