“Parecen hámsters”: es argentino, quedó varado en África y ahora es testigo de la invasión de langostas
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La historia de cada argentino varado en el exterior por la pandemia de coronavirus incluye algún tipo de casualidad más o menos extraordinaria. El confinamiento coincidió con miles de planes vacacionales, lunas de miel e intercambios estudiantiles. En los casos más curiosos, los turistas estaban en alta mar cuando se cerraron los puertos, o cruzando un puente que unía a dos países y los dejaba excluídos de ambas fronteras. En otro nivel de exotismo está la historia del antropólogo argentino Juan Olsen, que el día que comenzaron a cerrarse las fronteras estaba en Kenia, y al comienzo de la cuarentena obligatoria se encontraba a punto de ingresar a la reserva Masái Mara, donde vive la única tribu armada del Este de África. Ahora, Olsen es también testigo de la segunda crisis que azota al continente por estos días: la plaga de langostas del desierto.
Olsen llegó al continente hace más de un mes, con la idea de conocer algunas ciudades de Etiopía, Ruanda y Kenia. Cuando comenzaron a registrarse los primeros casos positivos de covid-19 en Europa, moverse entre países se volvió cada vez más complicado, por lo que adelantó su visita a Nairobi, donde tenía amigos que iban a hospedarlo. "En primer lugar, Ethiopian Airlines discontinuó todos sus vuelos a América", explicó el argentino a LA NACIÓN. Sin vuelos directos, Olsen necesita que Kenia, Etiopía, Brasil y Argentina levanten sus restricciones para poder hacer los trasbordos correspondientes y llegar hasta Buenos Aires. Pero además, el consulado argentino en Kenia, que es una modesta oficina que cubre las relaciones con varios países de África oriental, apenas tiene un mínimo vínculo comercial con la Argentina por la venta de vinos. "La única forma en la que podría volver es en un vuelo especial, pero como soy el único varado en esta región, es muy difícil que eso ocurra. No me preocupa esperar, pero sí ver que no hay ninguna gestión en proceso para mi regreso".
Cuarentena con una tribu africana
El día que finalmente Kenia decretó la cuarentena obligatoria, Olsen se encontraba en las puertas de la reserva Masái Mara. "Pasamos dos controles. El primero oficial, con médicos y personal militar, donde registraron nuestro ingreso. Pero al ver en mi pasaporte que no era residente, quisieron dejarme en cuarentena obligada ahí mismo. Logramos pasar, pero bajo condición de que me tomaran las temperatura cada 8 horas. Si levantaba, todo el parque quedaba en cuarentena", relató. "El segundo control fue directamente con los Masai, quienes estaban realmente poco felices de recibir extranjeros, ya que el terror a exponerse al contagio los tenía histéricos. Negociamos que nos dejaran pasar la noche, pero a primeras horas de la madrugada teníamos que volver a Nairobi".
En su regreso a la capital keniata, el antropólogo comenzó a hacerse la idea de que hasta que los cuatro países que involucran la ruta para volver a Buenos Aires levanten sus restricciones, pueden pasar varias semanas e incluso meses. Fuertemente militarizada, la capital keniata hoy vive bajo el toque de queda: se puede circular, guardando el distanciamiento social hasta las siete de la tarde, aunque como la mayoría de las personas que trabajan en el centro urbano viven en las afueras, desde las tres la ciudad empieza a apagarse.
Plaga de langostas "de proporciones bíblicas"
A ese escenario, en los últimos días, se le sumó el de la plaga de langostas del desierto ("de proporciones bíblicas", tal cual lo anunció Naciones Unidas) que Olsen vio de cerca esta semana. "Se mueven en enjambres, ves las nubes que van de acá para allá, más que nada cerca de las zonas rurales", describió. Lejos de los insectos que pueden verse en áreas urbanas, son animales realmente grandes: "Miden 15 centímetros, pisás una y es como aplastar un hámster".
Esa plaga, que surge por las sequías registradas este año en la zona, ya destruyó 200.000 hectáreas de cultivos de sorgo y maíz, y se suma a otros factores de inseguridad alimentaria en el África oriental. La lista de dificultades incluye la falta de lluvias, los conflictos armados, los problemas económicos, y, claro, desde hace un mes, el confinamiento por la pandemia de coronavirus.
El coronavirus en el Este de África
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), al día de hoy, Kenia tiene 234 casos confirmados de coronavirus y 11 decesos. Cuando se registraron los primeros contagios en Europa, la noticia causó terror entre los keniatas: si el virus podía colapsar el sistema sanitario del primer mundo, ¿qué tipo de estragos podía hacer en países donde incluso el agua potable es un bien escaso?. "El temor y la histeria que se empezó a percibir tenía todo que ver con lo desconocido del virus", explicó Olsen sobre el aire que empezó a respirarse en Nairobi a principios de marzo.
Sin embargo, varios factores determinaron las diferencias en la evolución del contagio en los dos continentes. En África, la experiencia de epidemias como la del ébola dejaron marcadas conductas de higiene y prevención que apenas debieron ser reforzadas en las últimas semanas. "El hábito de sacarse los zapatos al entrar a casa o de lavarse las manos todo el tiempo hoy es parte de la vida cotidiana de los keniatas, al punto en que en la vía pública podés encontrar dispensers de agua con jabón", explicó Olsen.
También la circulación de turistas hizo una gran diferencia. De hecho, el primer caso local registrado fue un cura keniata que había estado en Roma, y durante varios días, ya infectado, ofreció servicios religiosos en Kenia y participó de eventos en los que había grandes grupos de personas, lo que produjo una buena cantidad de casos positivos en muy poco tiempo. Quizás el dato más difícil de asimilar, que determinó no la evolución del contagio pero sí el bajo número de muertos por el covid en el país tiene que ver con el volumen de su población de riesgo: en Kenia, la expectativa de vida no supera los 65 años.
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