Ernestina Herrera de Noble: la mujer que consolidó un imperio
Como directora de Clarín, desde 1969, lideró la transformación del diario en un grupo de más de 90 empresas de comunicación
Ernestina Herrera recibió a la muerte de su esposo, Roberto Noble, en enero de 1969, un diario con raigambre popular –uno de los dos de mayor circulación en el país, junto al vespertino La Razón–, pero endeudado en forma tal que los riesgos acechaban por segunda vez su continuidad, como había sucedido a fines de los años 50. Al cabo de casi medio siglo de una dirección en cuyos años más activos se observó cómo la firmeza del mando se investía de una irrenunciable sobriedad en el estilo personal, Ernestina Herrera deja aquella herencia potenciada en un emporio de la información y las comunicaciones de relieve internacional.
Si no es de curso ordinario que empresas expuestas a los vaivenes de la vida institucional, como las que tienen el corazón de las actividades en la generación de contenidos periodísticos, sigan una trayectoria ascendente tan pronunciada después de que se producen relevos de la magnitud que afrontó Clarín en 1969, tampoco lo es que todo eso haya ocurrido en medio de una revolución tecnológica que ha trastocado hasta los cimientos la creación máxima de Roberto Noble, que primero fue político y luego periodista. Ahora es de grado menor la participación del diario de papel en los ingresos globales del conglomerado en el que Clarín navega todavía, por impulso de marca y tradiciones, como la nave insignia de una flota cada vez más vasta y compleja.
Roberto Noble había fundado Clarín en agosto de 1945, en medio de los últimos y pavorosos remezones de la Segunda Guerra Mundial. Tanto sus páginas como las de los otros diarios se poblaban con los ecos dramáticos de las bombas atómicas lanzadas días antes sobre Hiroshima y Nagasaki. La fundación de Clarín fue uno de esos arrestos a la vieja usanza del periodismo vernáculo, en el que se arriesgaba hasta el último centavo de un patrimonio personal. A todo o nada. Con las peripecias inevitables en una aventura con no poco de temeraria, pero con el tino de aprovechar el espacio vacío que la confiscación de La Prensa, en febrero de 1951, dejó para quien supiera conquistar el mercado de los avisos clasificados, en el que el periódico de los Paz había prevalecido durante décadas, Noble ganó en menos de diez años una batalla decisiva para la suerte de Clarín. La de los avisos clasificados, como piso de una fuerte identidad comercial que el diario preservaría por mucho tiempo más.
Noble había conocido el fracaso con emprendimientos periodísticos anteriores y capitalizó errores cometidos. Se conocía con Ernestina Herrera desde 1946. Decidieron casarse en 1962, a pocos meses de la caída del presidente Arturo Frondizi, cuyo desarrollismo económico había sostenido con denuedo, incluso con editoriales a doble página, con la firma propia al pie de los textos, algo nada habitual en periodismo, a fin de refirmar su involucramiento con las líneas centrales del gobierno de la Unión Cívica Radical Intransigente.
No sorprendió así que a su muerte la viuda convocara, para asesorarla en la gestión de Clarín, a Rogelio Frigerio. Noble y Frigerio habían sido amigos y confidentes personales, y resultaba harto difícil hallar en la constelación política y empresaria argentina un nombre más asociado que el de Frigerio con los postulados de una política económica desarrollista. En la nomenclatura lingüística de la época esto se traducía en una apuesta frontal por las inversiones en petróleo y petroquímica y por el establecimiento de un mercado local con protecciones rotundas para los emprendimientos fabriles que entraran en el rango de prioridades en relación con la inversión nacional o extranjera. Fue el caso paradigmático de la industria automotriz, beneficiada con una política arancelaria de la que podía decirse que tocaba el cielo.
La gravitación de Frigerio en la promoción de ese tipo de concepciones económicas y financieras había sido tal que los críticos categorizaban la influencia de sus ideas aun por encima de las del presidente derrocado en marzo de 1962. A éste los militares lo encerraron en Martín García; a Frigerio perdieron la oportunidad de apresarlo como se proponían por unos minutos apenas, cuando se escapó en un avión para refugiarse en Montevideo. Peligraban para él tanto la libertad como la vida.
Con aquel acompañamiento, que garantizaba hacia afuera la lealtad hacia el ideario desarrollista, la señora de Noble asumió la dirección de Clarín. Hacia adentro, Frigerio cumpliría un papel de no menor significación, procurando asistirla en el robustecimiento de la estructura empresarial y en la resolución, en un trámite azaroso que se prolongó por años, de los temas derivados de la sucesión de Roberto Noble, en los que intervinieron abogados de su confianza. Casi desde esos mismos tiempos del primer cambio en la conducción de Clarín, comenzó el ascenso, lento primero, seguro y eficaz siempre, de tres jóvenes veinteañeros, liderados por Héctor Magnetto. El trío se integraba con José Aranda y Lucio Pagliaro.Entre ellos, conferirían a Clarín, con el respaldo de la señora de Noble, de la que al fin fueron socios, los atributos por los que el Grupo ha trascendido en la contemporaneidad ante sucesivos gobiernos y la atención de la opinión pública. Pasaron algunos años más y la influencia directa de Frigerio al lado de la señora de Noble se difuminó, hasta perderse.
Aquellas tres figuras, vinculadas por afectos compartidos desde los años de estudiantes, han sido desde entonces, en particular en el caso de Magnetto, la cara visible, la encarnadura incuestionable de lo que es hoy el Grupo Clarín: un conjunto de no menos de 90 empresas de medios de comunicación y de servicios, con gravitación no sólo en la prensa gráfica, sino también en las de la más diversa índole nacidas bajo el irrefutable imperio digital.
Ninguna de las figuras actuantes en el primer plano de Clarín se ha caracterizado por una voluntad deliberada de sobreexponerse; por el contrario, ha sido la condición propia de los cargos ejercidos, y en particular la evolución de los hechos políticos e institucionales en que se han visto involucrados los protagonistas, lo que ha puesto sus nombres frente a la consideración pública. La directora nunca rehuyó en circunstancias especiales hacer oír su voz respecto de los acontecimientos que se abatían contra sus empresas o su persona, herida con brutalidad por las denuncias sin fundamento de que sus dos hijos, Marcela y Felipe Noble Herrera, eran en realidad hijos de desaparecidos bajo el terror del Estado, en los años 70.
En 2002 el juez Roberto Marquevich la detuvo sin haberle tomado siquiera una declaración, en decisión gravísima que LA NACION descalificó con reiteración. La Cámara Federal de San Isidro dejó sin efecto la medida, pero el juicio sobre la identidad cuestionada se prolongó hasta no hace mucho, con lentitud impropia de una justicia efectiva –es decir, que sea justicia– y con allanamiento de domicilios y pruebas genéticas a las que los hijos legítimamente adoptados por Ernestina Herrera fueron sometidos compulsivamente. Un nuevo terror del Estado, de complexión civil, no militar, y de grado político y moral, tomó por objetivo dilecto a la señora de Noble, hasta el punto de que desde las más altas instancias gubernamentales se amenazó con recurrir a tribunales internacionales si no prosperaba judicialmente la causa contra ella.
El asunto terminó como comenzó: como una fabulación persecutoria, pero con daños de una crueldad que no concedió por años sosiego a madre ni a hijos.
Comenzó en 2002, en circunstancias más oscuras que el origen de otros ataques a Clarín y su gente, pero fue explotado de la forma exacerbada que se ha expuesto por un régimen que no daba cuartel a quienes catalogaba como adversarios. Ernestina Herrera se limitó a agradecer en nombre propio y de su familia el apoyo, que había sentido conmovedor, en lo más duro de los ataques padecidos. Con igual dignidad se plantó en 2009, al celebrarse un aniversario de su diario, para advertir que “ningún apriete” torcería su compromiso de servir a la sociedad. “Sufrimos embates –dijo– por defender nuestra integridad periodística.”
El asedio resuelto del kirchnerismo contra Clarín se abrió, en efecto, en 2008. La reconstrucción objetiva de los hechos establece una coincidencia directa, casi simultánea, con el momento en que el campo se rebeló contra el impuesto confiscatorio a la soja dispuesto por la presidenta Kirchner y su ministro de Economía, Martín Lousteau, a través de la célebre resolución 125. No hubo intermitencias en el fuego graneado contra Clarín del oficialismo, en respuesta a la amplia cobertura realizada por sus medios televisivos, en particular TN, de la protesta agraria en pueblos, ciudades y al borde de caminos. Se enviaron una mañana más de un centenar de inspectores impositivos a una de sus sedes, en clara señal de amedrentamiento, y se procuró quebrantar Cablevisión y otras de sus empresas en el emporio televisivo con una ley amañada y, además, con una autoridad de aplicación dispuesta a ir más allá de lo que el legislador hubiera olvidado hacer con tal de conformar los objetivos oficialistas.
En 1995, al conmemorarse el cincuentenario de Clarín, Ernestina Noble había dicho: “Abogamos por el fortalecimiento y la independencia de los poderes, por el efectivo equilibrio del sistema y por el resguardo de los intereses de la sociedad”. Aún más valor práctico que el que entonces había otorgado a sus palabras, expuestas en aquella ocasión como manifestación de principios, ha de haberles conferido durante el suspenso que medió hasta que la Corte Suprema de Justicia de la Nación, a pesar del reconocimiento de constitucionalidad que hizo de la ley de servicios de comunicación audiovisual, terminó condicionando esa declaración al cumplimiento, en casos concretos que llegaran a conocimiento de la Justicia, de presupuestos de rango superior sin los cuales caerían la libertad de expresión, las de trabajo y comercio, el derecho propiedad...
La independencia última de la Justicia, con todas las reservas que todavía pueden hacerse a su debido funcionamiento, había sido el obstáculo institucional contra el que se estrellaría la obsesión hegemónica del régimen cerrado el 10 de diciembre de 2015. Fue tal la entereza con la cual los medios del Grupo Clarín afrontaron en todos los terrenos la ofensiva gubernamental ejercida contra ellos a partir de 2009 que lograron casi el milagro de que cesaran críticas que, por razones ajenas a las del kirchnerismo, desde otros sectores de la opinión pública podían formulársele como suelen formularse en cualquier parte, a raíz de lo que dicen, cómo lo dicen o dejan de decir, los periodistas o las empresas periodísticas. Con la larga mirada de casi un siglo y medio de existencia pudo pensarse en LA NACION que Clarín se había encontrado, al cabo de largo tiempo, ante su mejor hora.
Ernestina Herrera tuvo un claro sentido de que sin independencia económica peligra la independencia de opinión de los medios que aspiran a ser libres. Que esto no atañe a elevarlos a la estatura de un cuarto poder, sino a tener el poder suficiente para actuar como instrumento confiable de contralor de los organismos del Estado, o de otros, incluso privados, que por su desenvolvimiento puedan afectar la marcha regular de la sociedad. Apoyó así con entusiasmo la participación de Clarín en Papel Prensa, de modo de asegurar el flujo ordinario de un insumo que prácticamente se importaba en su totalidad y colocaba a la prensa nacional a merced de avatares, como guerras o crisis económicas internacionales, que inferían la secuela del desabastecimiento.
Sabía que la tensión entre los poderes políticos y los medios independientes va a existir siempre, inevitablemente, porque eso se corresponde con el orden natural de las cosas y que un medio que se precie no está sólo para informar: está también para opinar, entretener, educar y constituirse en expresión categórica de una cultura popular. “¿Qué es Clarín?”, se preguntó alguna vez. “Es Sabato, Borges, Troilo, Boca, River, el barrio, Goyeneche, Fito Páez, Piazzolla, trabajo, empresa, profesional, joven, mujer, viajes, cultura”, precisamente.
Había sido condecorada por Francia con la Legión de Honor, por España con la Orden a la Lealtad Isabel la Católica y por Italia con la orden al mérito civil en grado de comendador. Además de los hijos, Marcela y Felipe, tenía tres nietos: Mora, Olivia y León. Había nacido en Buenos Aires, el 7 de junio de 1925.
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