“Era un infierno”: escapó de los maltratos, vivió en la calle, y el teatro lo rescató de elegir el camino equivocado
A los 8 años, Emanuel Mercado debió dormir en la Plaza Miserere hasta que en un centro cultural le ofrecieron un rol en una producción; hoy, a los 36, ratifica que esa propuesta le salvó la vida
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“La calle te da la opción de elegir: podés robar, podés sobrevivir pidiendo dinero o podés caer en la droga. Está en vos mismo qué camino agarrar”. Emanuel Mercado tenía ocho años cuando comenzó a vivir en situación de calle. A esa edad, la Plaza Miserere, en el barrio de Balvanera, se convirtió en su hogar.
Los constantes abusos y maltratos por parte de su padrastro a él y a sus hermanas le hicieron una mañana levantarse y tomar el colectivo 32, que pasaba por la puerta de su casa, en Lomas de Zamora, hasta la estación de Once, donde un niño de su misma edad se le acercó y le incluyó en el grupo que se refugiaba ahí. “La ranchada, lo llamamos. Son chicos que se cuidan entre ellos y viven juntos. Comíamos en comedores comunitarios y nos bañábamos en la laguna del Parque Centenario. Eran nuestros lugares de sobrevivencia”, agregó.
Emanuel nació en 1985 en Villa Fiorito, pero por cuestiones económicas, su madre, sus seis hermanos y él se fueron a vivir con su padrastro a otro barrio en Lomas de Zamora. Una humilde casita de madera era su hogar. “Los días de tormenta o de mucho viento, mi mamá nos mandaba a mis hermanos y a mí a sujetar el techo para hacer contrapeso y que la casita no se desarmara”, contó. Acudían a comedores comunitarios del barrio.
Mientras su madre trabajaba como empleada doméstica, los siete hermanos se quedaban a cargo de su padrastro. A las 7, comenzaba su infierno. “Él nos maltrataba, nos pegaba, nos amenazaba con un arma. Violaba a mis hermanas”, confesó. Sus dos hermanas pequeñas, víctimas de los abusos, tenían 9 y 11 años.
“Ir a la escuela era para nosotros un refugio. Nos alejábamos de él. Aunque no era todos los días, porque, si no tenía ganas de levantarse temprano, no podíamos ir. Era otro día más de infierno”, agregó. Angustiado y desesperado, con tan solo siete años decidió contar en el colegio lo que estaba pasando. Luis de Andrea, miembro del gabinete psicopedagógico, luchó por que el chico pudiera llevarlo a la Justicia.
“Mi mamá nunca nos creyó, ni a mí ni a mis hermanas. Incluso cuando su marido cayó preso, nos dijo que le habíamos arruinado la vida. Yo no quería vivir en la calle. Hubiera preferido que mi mamá me creyera”, contó Emanuel.
Reparar
El grupo de “la ranchada’ acudía todos los domingos a el Caina, un espacio en el barrio de la Boca donde había talleres de teatro. Allí, Franco Ghiglino dirigía la obra Amanecer bajo los puentes, en la que participaban los chicos. De ser un mero espectador con pánico escénico, Emanuel pasó a convertirse en el protagonista de la pieza, inspirada en la obra del poeta Armando Tejada Gómez. “Pero terminaban los aplausos, las cámaras se apagaban, el público vaciaba la sala y nosotros volvíamos de nuevo a la estación, nuestra casa”, indicó.
“Un día, Franco nos dijo: ‘Si pudieran hacer realidad un sueño, ¿cuál sería?’. Nosotros respondimos que vivir todos juntos en una casa”, relató.. Así, el director de la obra movilizó a todo el elenco y alquilaron una casa en Del Viso, en Pilar, para dar hogar a 15 chicos de apenas nueve años. Fue entonces cuando su familia dejó de buscar a Emanuel.
Ghiglino los inscribió en la escuela. Muchos de ellos querían terminar o comenzar sus estudios. Cuando la obra fue logrando reconocimiento y recibían donaciones de distintas provincias para la casa-hogar, varios de los integrantes pensaron que podrían ayudar a otros chicos que estuvieran en la misma situación que habían atravesado ellos.
Cuando cumplieron 18 años, se movilizaron y crearon una comisión de líderes juveniles. “Estábamos Isma, Chaca, el Polaco y yo. También una mujer que decidió amadrinar el hogar. Hacíamos talleres y armamos capacitaciones a través del juego. Llevábamos libros a los chicos, construíamos y arreglábamos casas. Juntábamos fondos para poder viajar a distintas provincias y recolectar mercadería para los chicos. Así nació la asociación Amanecer”, afirmó Emanuel, que hoy forma parte de la comisión directiva. Hoy la agrupación tiene 22 años.
“En Amanecer no creemos ni en los éxitos ni en los fracasos, son procesos”, afirmó Franco. “Respetamos la vida en la calle, pero sin que tengamos que tener una mirada de funcionalidad. Nadie elige la calle para vivir. Los une el espanto más que el amor. Todos los chicos me enseñaron mucho. Fue algo bidireccional. Yo era muy ansioso y aprendí a ser paciente. Me dieron amor, cariño, confianza”, agregó.
De la calle a las pantallas
El Teatro del Galpón, en La Plata, era el centro cultural de Amanecer, donde enseñaban teatro a niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad. En 2000, en un casting al que Emanuel llevó a los chicos, él terminó siendo contratado y entró en una base de datos de actores. A partir de ahí le ofrecieron otros papeles y comenzó su carrera como actor profesional. Apareció en la película Nueve reinas, con Ricardo Darín; en la serie El puntero, con Rodrigo de la Serna y Julio Chávez y en la telenovela Farsantes, con Facundo Arana, entre otras producciones. “Todos estos proyectos me motivaron para seguir hacia adelante y me dieron el impulso”, dijo.
“El arte funciona como un reparador del daño social, encauzador del autoestima y del fortalecimiento de valores en niños y adolescentes. Con la pandemia, tuvimos que dejar de hacer funciones, pero nos centramos más en la asistencia desde el marco comunitario. No podíamos mirar para un costado ante esta nueva realidad. El centro cultural de día continúa, desplegamos talleres y acompañamientos”, explicó Ghiglino, que detalló que el 75% de los niños y adolescentes que acudieron a la asociación regresaron al sistema educativo.
Resiliencia
Ahora, con 36 años, Emanuel tiene un hijo de 12, una escuela para enseñar a manejar en Lomas de Zamora y una larga trayectoria ayudando a personas en situación de calle como miembro de la comisión directiva de Amanecer.
“Cuando Amanecer necesita ayuda, todos estamos. Somos parte. No le dedicamos el 100% del tiempo porque cada uno hizo su vida. Yo tengo a mi hijo, el trabajo. Amanecer me dio todo. Franco es mi padre: me dio herramientas, me abrazó cuando lo necesitaba, me acompañó en el hospital cuando estaba enfermo. Cada vez que sucede algo, sea bueno o malo, lo llamo a él”, confesó Mercado.
Volvió a tener contacto con su familia después de muchos años. “Cuando me separé de la mamá de mi hijo, necesité ayuda y fui a la casa de mi mamá. Me quedé a vivir un tiempo hasta que me recuperé y mi mamá y mis hermanas me ayudaron mucho con mi hijo. Así pude perdonarla internamente, porque ella fue con mi hijo todo lo que no fue conmigo. Ese cuidado con él fue el remedio para curarme todas las heridas y preguntas que yo tenía hacia mi madre, que se fueron sanando con actitudes de ella”, confesó.
“Yo no tengo nietos biológicos todavía, pero soy abuelo de la vida de 25 niños”, añadió Ghiglino, cuya familia recibe todos los 31 de diciembre a los chicos que quieran festejar con ellos. Y completó: “Emanuel era muy curioso e inquieto, ya de chico. Tenía la cara iluminada, con unos ojos que miraban al mundo desde un universo amplio que nos sacude. Esas miradas que te intimidan, pero al mismo tiempo te potencian. Se convirtió rápido en un hijo más de la familia teatral que habíamos armado. Después desplegó las alas, como el resto que voló alto y se sostiene; no volvieron a caer en la calle. Pudieron armar proyectos y familia, sueños. El teatro deja huellas imborrables”.
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