Equilibrio en altura: el highline ya tiene su torneo nacional y se profesionaliza
LA PLATA.- Es como ver a la selección argentina entrando a un estadio, pero en el aire. Los atletas que compiten este fin de semana son considerados los mejores del país, unos ilusionistas rebeldes del highline, que hicieron de este deporte de equilibrio en altura un espectáculo salido de una película de ciencia ficción.
Viajan por el planeta para capacitarse, tienen una escuela en una fábrica abandonada, organizan un encuentro internacional en Córdoba desde hace cinco años y, ahora, su nuevo escenario es una red de cintas montadas en el Estadio Único de La Plata, en el contexto del Festival Provincia Emergente, para participar del primer campeonato de velocidad de highline.
El torneo finaliza hoy, pero ninguno habla de querer ganar. Los 16 participantes de Córdoba, Mendoza, Neuquén y la ciudad de Buenos Aires dicen que el mayor premio no es ese, sino lo que no se ve: el respeto y la admiración, la honra y el prestigio de ser capaces de caminar sin caerse en esas cintas inestables, de 2,5 centímetros de ancho, ancladas entre dos extremos del estadio.
El más rápido, el ganador del torneo, viajará a China a participar del Campeonato Mundial de Highline.
"Nunca se instalaron tantas cintas, ni se hizo una competencia de velocidad en un estadio. Acá hay buenos puntos de anclaje, así que fue un montaje simple, pero nos tomó una semana", dice Ezequiel Ruete, de 29 años, uno de los organizadores, a cargo de la productora Vuelos Aires y Club de Slack.
Él está a punto de subirse a una columna de hierro para estar cerca de los competidores y ayudarlos a silenciar la amenaza del miedo. El miedo a pensar.
"¿Qué es eso?", le pregunta un chico a su padre, y extiende un brazo por encima de su cabeza. "Deben ser malabaristas". Sobre un extremo del techo del campo de juego se ve que un grupo de jóvenes de entre 18 y 35 años se prepara para hacer "eso" que, a primera vista, es pararse y dar pasos en las cintas, con el cuerpo sujetado por un arnés.
Son las seis de la tarde. Desde abajo, se ve el estadio imponente y, más arriba, se alcanza a ver un pedazo del cielo platense. Las líneas que lo cruzan de lado a lado completan el paisaje. Hay 14, de entre 50 y 90 metros de largo, colocadas a 35 metros del suelo, y cuatro de ellas convergen en una red central.
Es el turno de Rodrigo Flores Lenzano, 31 años, neuquino, y fotógrafo cuando no hace highline. Se acuesta sobre la línea boca arriba, con sus anteojos puestos. Descalzo, se pone de pie. La boca seca, el cuerpo rígido. Sus pensamientos van, vienen. Quiere disociar la altura de su cuerpo. No puede. Mira para abajo y se dice: "Mi piso es mi cinta, dale, arriba". Entonces, empieza a caminar y sus ojos parecen extraviados: ya no miran nada.
Mientras los demás esperan, surgen algunas historias: cuentan que muchos abandonaron minutos antes de subirse; que a veces sueñan que se caen; que si el miedo los ataca pueden despertar los peores fantasmas. Pero, también, que aquel que logra pararse experimenta un trance en el cuerpo. Que hacer highline les da vida, que es adictivo.
Fuera de la competencia, hay tres visitas extranjeras: el francés Antony Newton, representante de la International Slackline Association; el estadounidense Dakota Collins, organizador del festival Breathe, y el brasileño Rafael Bridi, récord sudamericano de highline. Dicen que al entrenamiento artístico de un trapecista se le suma la preparación física y psicológica de un atleta. Que hacen yoga, meditación y ejercitan la autoestima. Y que son, en su mayoría, vegetarianos.
"Preparate, brother, te toca", le dice uno de los organizadores a Nazareno Salvatori, jardinero, de 29 años. Inmediatamente, él se revisa el ocho -el nudo que va en el arnés y del que depende su vida- y, después, dice: "Esto no tiene que ver con lo físico. Lo puede hacer cualquiera. Cualquiera que se lo crea. Los límites no existen. Con manija y disciplina, el límite es uno".
Pero mantener el equilibrio en altura no es una propuesta que tiente a muchos. "Estos pibes están locos. Nunca podría hacer una cosa así -dice Fabián Baiza, de 22 años, a cargo de la seguridad del predio-. Pero los respeto como deportistas. Hago boxeo y muchos piensan lo mismo de mí".
Experiencia virtual
A pocos metros, en el denominado Parque Urbano del festival, hay ocho cintas de tres metros de largo (slackracks), montadas a 20 centímetros del suelo, para quien quiera subirse a una línea, sin vértigo ni riesgo de caerse. Hay también otra alternativa para los que quieren saber de qué se trata este deporte extremo: la experiencia Vértigo Realidad Virtual, desarrollada por la productora Épica. "Grabamos un video en 360 grados que simula el recorrido que hacen los highliners en la cinta y, a través de unos lentes, se ve lo que ellos ven", dice Guido León, de 31 años, uno de sus creadores.
Un grupo de personas hace fila para ver y sentir lo mismo que los atletas. O al menos intentarlo. Durante el día, dice León, pasó de todo. Algunos chicos gritaron y se sacaron los anteojos llorando. Los más grandes caminaron con los brazos extendidos. Y también estuvieron esos que, cuando finalizó el video, corrieron a hacer la fila otra vez.
"Fue demasiado real. Sabía que no me iba a pasar nada, pero igual me asusté. Perdí el control de mi cuerpo, me temblaban las piernas", dice Santiago Farías, platense, de 23 años, y estudiante de informática.
En el video, lo primero que se ve es una línea recta y, más atrás, la inmensidad del Estadio Único. "Estás a 35 metros de altura", dice un cartel. Entonces, la imagen empieza a avanzar, como en una caminata, y aparece otro mensaje: "Tu línea mide 85 metros".
Justo cuando se hace difícil controlar la mente, se ven dos highliners, uno en cada costado. El video termina con una propuesta: "¿Te animás a practicarlo en la vida real?".
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