Epidemia: una médica de EE.UU. que tuvo dengue alerta sobre un necesario cambio en los sistemas de salud del mundo
“Al tratar a pacientes que presentan síntomas, tenemos que preguntar sobre viajes recientes, especialmente si son síntomas que no se explican fácilmente por otros diagnósticos”, señala la especialista
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NUEVA YORK.- Odio tanto los mosquitos que llevo mi propio repelente hasta cuando voy a una fiesta. Pero a principios de mayo, durante un idílico viaje con mi pareja a la isla de Curaçao, frente a las costas de Venezuela, los mosquitos me pescaron con la guardia baja, y por haberles creído a los dueños de la posada donde nos hospedábamos cuando dijeron que estos insectos no suelen aparecer hasta fines del verano.
Cuando estaba por concluir nuestro viaje, me empezaron a doler las piernas, al punto que durante una excursión de snorkel no pude seguirle el ritmo a mi pareja y tuvo que sacarme del agua. La sensación era que tenía las costillas rotas, como si el mar me hubiese revolcado contra las rocas. A la mañana siguiente se manifestó la fiebre, intensa, alternada con chuchos de escalofrío.
De vuelta en Michigan, débil, nauseosa y deshidratada por la incontenible diarrea, terminé en la guardia de emergencias. El análisis de sangre mostraba niveles preocupantemente altos de glóbulos blancos y las cifras hepáticas daban mal. La médica que me atendió estaba desconcertada: me puso suero intravenoso, me medicó para los vómitos, y me mandó a casa.
A los pocos días empecé a tener una picazón tan fuerte que no me dejaba dormir, un sarpullido rojo brillante que se extendía por ambos muslos y la zona lumbar. Estaba abombada y confundida, y tenía tan poco equilibrio que no habría pasado una prueba de alcoholemia. Mi clínico de cabecera no tenía respuesta. Pero cuando mi cabeza se empezó a despejar, se me ocurrió pedir que me hicieran la prueba del dengue.
Dos días después tuve el resultado: positivo.
Y a pesar de que soy médica, me agarró desprevenida. El dengue es una enfermedad transmitida por la picadura de un mosquito, está arrasando América Latina y el Caribe, incluido Puerto Rico, donde la semana pasada tuvieron que declararse en emergencia sanitaria. Y este año muy probablemente sea el peor del que se tenga registro, en parte por los picos de temperatura que genera el fenómeno de El Niño, y en parte por el calor extremo vinculado al cambio climático. Y cuanto más aumenten las temperaturas y más erráticos se vuelva el patrón de precipitaciones, más se agravará el problema.
Fiebre rompehuesos
Pero ni la gente que viaja ni los trabajadores de la salud de la primera línea de fuego están preparados para esta enfermedad. Sin una reforma urgente de la información que reciben los viajeros, los médicos y las enfermeras, y sin cambios en los sistemas de alerta temprana en materia de salud pública, estaremos condenados a pasar por alto cuadros de dengue que son de manual, como el que sufrí en primera persona. Y eso implica que los infectados con dengue no recibirán tratamiento a tiempo, tal vez incluso llevando consigo el virus a lugares donde nunca había llegado…
El virus del dengue, transmitido por la especie de mosquito Aedes aegypti, infecta a unos 400 millones de personas al año y en casi todas las regiones del mundo, pero es más prevalente en América Latina, el sur y el sudeste de Asia, y en África oriental. La mayoría de los casos son asintomáticos o, como el mío, son considerados leves, aunque en el cuerpo no se sienta así: no por nada la apodaron acertadamente “la fiebre rompehuesos”. Alrededor del 5% de los casos evolucionan hacia alguna complicación grave y potencialmente mortal, incluida la fiebre hemorrágica.
Una característica traicionera de este virus es que cuando alguien se infecta por segunda vez con un tipo diferente, el riesgo de desarrollar un cuadro de dengue grave es mucho mayor. Existe una vacuna, pero los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) la recomiendan solo para niños de entre 9 y 16 años que hayan tenido dengue antes y vivan en lugares donde el virus es común. La razón, paradójicamente, es que a quienes no han tenido dengue, la vacuna los expone a mayor riesgo de enfermarse gravemente la primera vez que lo contraigan.
Los brotes de dengue, que en el continente americanos tienden a ocurrir cíclicamente cada tres a cinco años, ahora parecen estar expandiendo su alcance geográfico, debido al aumento de las temperaturas. Antes, en los climas templados el Aedes aegypti tenía problemas para sobrevivir y reproducirse durante el invierno. Pero en algunas partes de Brasil, que actualmente enfrenta una crisis de dengue, en invierno el termómetro ya no baja tanto como antes, y eso permite que el insecto se reproduzca durante todo el año. En general, América Latina y el Caribe este año han tenido el triple de casos que los reportados para el mismo período de 2023, que ya fue un año récord. Las temperaturas más altas también hacen que el virus se desarrolle más rápido dentro del mosquito, que por lo tanto tiene mayor carga viral y mayor probabilidad de transmitirlo. Y la proliferación del mosquito también responde al agua estancada de lluvias e inundaciones, cada vez más extremas y frecuentes en un mundo en proceso de calentamiento.
El virus se propaga por todo el mundo y los viajeros traen la infección de regreso a sus hogares: como solo se realizan análisis de una pequeña fracción de los casos, la mayor parte no figuran en los registros.
Para los profesionales médicos, esto debería ser una advertencia. Necesitamos empezar a pensar en el dengue como un posible diagnóstico, no simplemente como una trivialidad que aparece en los manuales de medicina. Al tratar a pacientes que presentan síntomas, tenemos que preguntar sobre viajes recientes, especialmente si son síntomas que no se explican fácilmente por otros diagnósticos.
Las facultades de medicina ya están integrando gradualmente los efectos del cambio climático a sus planes de estudio. Esto es esencial, ya que la malaria, la enfermedad de Lyme, del Nilo Occidental y otras enfermedades transmitidas por insectos están en aumento, al igual que otras afecciones exacerbadas por el cambio climático, como las provocadas por el calor, el asma y las alergias. Este trabajo debe acelerarse y la formación debe incluir a quienes ya estamos ejerciendo la profesión. Las juntas médicas locales deberían considerar exigir formación continua sobre enfermedades tropicales emergentes, como lo hacen con muchos otros temas pertinentes.
Por Deborah Heaney
(Traducción de Jaime Arrambide)
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