Entre los 13 y los 17 años: aumentan las consultas de adolescentes en centros especializados en cirugía de la obesidad
Así lo sostienen referentes de las asociaciones médicas; con la intervención, se busca reducir la aparición de complicaciones como la diabetes, la hipertensión y los trastornos óseos y articulares; consideran que el sobrepeso infantil es una epidemia
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La cantidad de adolescentes que consultan en centros especializados en cirugías para la obesidad está creciendo desde hace dos años, según coinciden cirujanos y profesionales que participan de la evaluación y la preparación de esos pacientes y sus familias para la intervención. Hay equipos con más de una década de experiencia en cirugía bariátrica que, desde 2021, ya atendieron a un tercio o más de sus pacientes de entre 13 y 17 años con exceso de peso grave.
“Está aumentando el número de cirugías bariátricas porque es cada vez más la población con obesidad y su aparición es cada vez es más temprana. Y, en determinado momento, ya se transforma en un problema de salud con la aparición de complicaciones como la diabetes, la hipertensión, la apnea del sueño o los trastornos óseos y articulares que dificultan la movilidad. Esto, que estábamos acostumbrados a ver en los adultos, lo estamos viendo en adolescentes y chicos”, señala Jorge Harraca, presidente de la Sociedad Argentina de Cirugía de la Obesidad (SACO) y jefe del Servicio de Cirugía Bariátrica y Metabólica del Hospital Privado de Rosario, Santa Fe.
Es por eso, según agrega el profesional, que en el mundo se empezó a reducir la edad para la indicación de la cirugía bariátrica. “En los chicos, no es frecuente, pero sí lo es cada vez más en los adolescentes”, indica en diálogo con LA NACIÓN. “Más allá del grado de obesidad y las enfermedades asociadas, debe existir en el paciente madurez fisiológica y, también, emocional para comprender el compromiso con el cambio de hábitos y conductas que llevará al buen resultado –agrega Harraca–. La cirugía es solo un eslabón de una cadena del tratamiento de la obesidad, que es una enfermedad crónica.”
En un centro especializado de la ciudad de Buenos Aires, 155 de las 19.965 consultas totales atendidas en una década son adolescentes de entre 13 y 17 años. Solo 30 de esos menores finalmente fueron operados. Pero 57 de esos 155 adolescentes (37%) consultaron desde 2021, cuando se empezó a retomar la atención tras el primer año de la pandemia de Covid-19.
“Son cada vez más los menores de 18 con obesidad severa que nos llegan a la consulta porque no pueden adelgazar con todos los otros tratamientos disponibles. Lo hacen en algunos casos con derivación del endocrinólogo o el médico de cabecera, aunque aún hay reticencia en los padres y los pediatras de ir a la cirugía”, comenta Ezequiel Fernández, director del Centro de Rehabilitación Quirúrgica de la Obesidad y jefe del Servicio de Cirugía Bariátrica y Metabólica de la Fundación Favaloro. “Es una intervención mínimamente invasiva y, hoy, los pediatras están empezando a considerarla cuando ven los resultados”, agrega.
En un instituto especializado de Córdoba, con un volumen anual de alrededor de 500 pacientes, en 13 años (2005-2019) operaron a 18 chicos de entre 15 y 18 años: la mayoría de esas intervenciones (15) fueron entre 2010 y 2019. Pero en estos dos años y medio, a partir de 2021, ya trataron a 17 adolescentes. El 82% son mujeres. Ninguno se hizo por cobertura, sino que las familias asumieron el costo del procedimiento.
“Aún no podemos decir si el aumento que estamos viendo es un rebote pospandemia por las consultas contenidas o porque está impulsándose el uso de la cirugía en la adolescencia”, apunta Nicolás Sosa Gallardo, codirector del Centro de Tratamiento Quirúrgico de la Obesidad y Enfermedades Metabólicas (Cetom) y coordinador de la Sección de Cirugía Bariátrica del Hospital Córdoba en esa provincia.
Hace 10 años, según repasa, cuando era raro que un adolescente llegara a la consulta, era porque los padres o la referencia de algún familiar o conocido que hacía que los chicos quisieran intentar este tratamiento. “Ahora, hay una minoría derivada por pediatras y, en algunos casos, por médicos endocrinólogos pediátricos porque tienen síndrome metabólico, con resistencia a la insulina o diabetes tipo II además de la obesidad –continúa Sosa Gallardo–. Cuando ingresan al programa prequirúrgico, se suele pensar que, por ser menores de 18, son sanos, pero hay un alto porcentaje en el que ya vemos un impacto del cuadro general en lo cardíaco, respiratorio, lípidos, entre otros indicadores. En el largo plazo, se van a ir manifestando los síntomas. Por eso es importante estudiar bien a estos jóvenes y considerar si la cirugía puede prevenir ese daño.”
Indicación limitada
La indicación de estas intervenciones se limita a adolescentes con obesidad grave o mórbida, que se define como un índice de masa corporal (IMC, que es una relación entre el peso y la altura) mayor a 35 con otras enfermedades (diabetes tipo II, hipertensión, apnea del sueño, enfermedad del hígado graso no alcohólica o hipertensión intracraneal idiopática), o con un IMC de 40 en adelante, de acuerdo con el consenso sobre el tratamiento de la obesidad en la adolescencia que publicó la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) el año pasado.
La operación “debe realizarla un equipo especializado interdisciplinario pediátrico, ante la falta de respuesta a los tratamientos médicos realizados”, precisa el texto consensuado por un grupo de expertos convocado por la SAN, la Sociedad Argentina de Pediatría, la SACO, la Sociedad Argentina de Diabetes, la Asociación Argentina de Dietistas y Nutricionistas Dietistas, la Asociación de Psiquiatras Argentinos, la Sociedad Argentina de Ginecología y Obstetricia y la Sociedad Argentina de Endocrinología Ginecológica y Reproductiva.
Otro requisito es que el chico haya cumplido “al menos un año de tratamiento en un programa formal y convencional de descenso de peso” supervisado (plan alimentario, actividad física, terapias farmacológicas, entre otros). Argumentar el riesgo futuro para la salud y la calidad de vida es otra condición para solicitar la cobertura del tratamiento a una obra social o prepaga. Pero en la mayoría de los casos, de acuerdo con los especialistas consultados, la familia asume el costo de la cirugía.
Hay acuerdo entre los especialistas, según explican, que a partir de los 13 años se puede considerar como opción cuando fallan todos los demás intentos para bajar de peso. Las dos técnicas que se están utilizando en menores son la gastrectomía en manga (se elimina una porción del estómago para reducir su tamaño) o el bypass gástrico en Y de Roux (se usa una pequeña parte del estómago para formar un neoestómago de menor capacidad que se conecta al intestino delgado; esa derivación reduce la absorción de calorías durante la digestión).
El valor del procedimiento oscila entre los US$2100 y los US$6000, de acuerdo con la región del país y en centros acreditados ante la SACO y la Asociación Argentina de Cirugía. A la consulta, los adolescentes llegan por decisión de los padres, porque lo pidieron ellos o, en menor cantidad, con derivación del pediatra. En muchos casos, es una decisión que queda como un secreto de familia.
“Tenemos evidencia de que la cirugía [para la obesidad] es segura y efectiva tanto desde el punto de vista de las complicaciones como desde el punto de vista de los resultados, pero aún no tenemos resultados a muy largo plazo sobre este tipo de población”, explica Amador García Ruiz de Gordejuela, presidente de la Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad y Enfermedades Metabólicas. A través de una comunicación con la SACO, el profesional coincide con Harraca en la importancia del “soporte familiar para entender los cambios físicos y psicológicos que va a suponer la cirugía, el cambio de comportamiento y [de que el profesional tratante defina] que [el menor] sea capaz de entender lo que implica la cirugía no solo para los siguientes meses sino para el resto de su vida”.
Ante eso, los especialistas consultados insisten en que la indicación debe darse siempre y cuando el paciente esté bien preparado. “Lo más difícil –comenta Sosa Gallardo– es el proceso de preparación con un equipo multidisciplinario porque es lo que evita operar a un paciente que no sea candidato para la cirugía, como en los adultos. Lo principal, por ejemplo, es que no haya una contraindicación psiquiátrica y, si estuvo en tratamiento, debe tener el alta de profesional de cabecera. También debe estar el apoyo de círculo familiar más cercano porque el adolescente va a cambiar su forma de alimentarse, sobre todo, en los tres meses posteriores a la intervención y, después, sostener el cambio de hábitos.” Los primeros 15 días incluyen una dieta líquida, luego, semilíquida, para empezar a incorporar alimentos de acuerdo con un plan nutricional.
“La obesidad es una epidemia que crece y muy difícil de parar: como define la Organización Mundial de la Salud, la obesidad grave en chicos y adolescentes es una epidemia dentro de esa epidemia en la población mundial –dice Harraca–. Bien indicada, sabemos que la cirugía bariátrica es una inversión para el sistema sanitario en el largo plazo porque controla la diabetes, la hipertensión, reduce el uso de medicación y disminuye el riesgo de infarto y otras complicaciones cardiovasculares que pueden causar los factores de riesgo asociados con la obesidad.”
Según precisa, a partir del año y medio, estas intervenciones empiezan a producirle ahorros a las coberturas. “Y un cambio reciente que logramos es que se reconozca la cobertura a partir de los 18 años, cuando antes era de los 21 –señala el presidente de la SACO–. Pero es necesario avanzar más para reducir la carga de la obesidad porque es una enfermedad que depende del comportamiento individual y social, produce complicaciones de salud graves y reduce entre ocho y diez años la calidad y la expectativa de vida.”
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