Entre desolada y solidaria, la ciudad intenta dejar atrás la noche trágica
"Yo te dije", sonaba casi como una letanía entre los vecinos, que ayer seguían en estado de shock; inquietud por los heridos
OLAVARRÍA.- Quedó temblando Olavarría. La ciudad entera es una criatura recién asaltada. De la terminal ya salieron los micros con los últimos rezagados, es decir, ya está: ya pasó. Pero no, porque ahora a la ciudad le toca enfrentar el después, la estela del shock. Y esto que quedó no es Olavarría, es Olavarría después de un show del Indio: son dos ciudades distintas.
En los negocios de la calle Necochea los vecinos cruzan sensaciones, sólo porque son amables y no quieren cruzar reproches. Vivió su propia grieta, la ciudad, durante estas últimas semanas. De un lado, los que siempre estuvieron en contra del show; del otro, los que siempre estuvieron a favor. En medio la memoria del concierto que no fue, en 1997, ahora revisitada por todos, puesta a prueba otra vez.
Se discutió en las plazas y en los bares. En los clubes y en los colegios. En esta tarde, en la ferretería Víctor, de la calle Necochea, un hombre le vende a otro una caja de herramientas y de paso le dice: "Viste, Carlos, yo te dije".
"Yo te dije" es la frase del momento, la línea que vino a cerrar la grieta de esta ciudad y se volvió viral en el mundo de carne y hueso de los vecinos y el habla de la calle. Se escucha en boca de los que caminan por la plaza central a las siete de la tarde; en las farmacias de la avenida Vicente López; una mujer se lo dice a otra mientras miran televisores en la vidriera de Naldo Electrodomésticos. "Yo te dije." "Yo te avisé."
Carlos pregunta al hombre de la ferretería si no le gustó ver su ciudad siendo mencionada en las pantallas de todo el país y después dice que con el diario del lunes, así cualquiera. Esta charla se repite en toda la trama de la ciudad. Los dos hombres se ponen de acuerdo y terminan pidiendo que, por favor, no suceda nunca más.
Olavarría es un pueblo determinado por dos grandes acontecimientos: un penal, Sierra Chica, y una cementera, Loma Negra. Son sus famas, sus postales involuntarias.
De Sierra Chica quedó la leyenda macabra de las empanadas hechas con carne de preso. Para ningún pueblo es fácil volver de esa identificación, que con los años se fija, se enquista y un día se vuelve imborrable.
De Loma Negra quedó la memoria de Amalita Lacroze de Fortabat, su estelarísima dueña, que entre 1981 y 1983 financió un equipo de fútbol para llegar a primera división y sacarle un empate a River Plate.
Ahora bien, el espíritu que proviene del cruce entre una unidad penitenciaria y una fábrica de cemento es altamente probable que no sea un espíritu festivo.
Por otro lado, Olavarría tampoco es Tandil, acostumbrada a recibir crónicamente contingentes de turistas, a tener en sus calles gente que claramente no vive allí.
Acá llega poco la visita y Olavarría está más acostumbrada a dialogar consigo misma. Finalmente, la geografía, el determinante mayor de cualquier sociedad.
"Vivimos en el centro exacto de la provincia de Buenos Aires, en medio de la llanura. Esa llanura también la llevamos encima", dice el hombre que atiende la librería de Lamadrid y Dorrego. El vecino olavarriense es sobrio, introspectivo.
Vecinos, al rescate
"Más del campo", se definen. "Para adentro", se vuelven a definir. Y sin embargo fue el vecino, antes que el Estado, el que salió al rescate.
En Lola, el local de ropitas de la calle España, Mariana, la chica que lo atiende, cuenta que en su barrio salieron todos con viandas, con cargadores, con agua. Vive a doce cuadras del predio y, aunque podría haber estado enojada con la marabunta que le trastornó su lugar en el mundo, dice, sintió que cualquiera de esos chicos podía ser su hijo, su hermano menor.
Mercedes, que está acá comprando unas remeras, afirma que todavía siente la conmoción en el cuerpo. Que nunca le pasó, en los 35 años que vive en Olavarría, de tener que hacer cola en los minimercados. Que acá eso no existe. Las dos conocen a una mujer que sintió miedo de trabajar en una ventanilla de la terminal de micros.
Empezar a recuperar la calma está muy lejos de haberla recuperado. Ahora se trata de lo que queda. Para empezar, quedarán para siempre dos personas muertas. Y quedará determinar los responsables, tanto en el sector público como en el privado.
Queda Antonella Falcón en la terapia intensiva del hospital municipal, que ya fue desentubada y de a poco se recupera. Y queda Daniel Robles, que también ya despertó y puede hablar.
Queda un contenedor que fue una boletería y ahora es una lata carbonizada junto a la terminal y queda un quiosco saqueado justo enfrente.
Queda que vuelva el TC, la fiesta del automovilismo que desborda la ciudad para que todos se olviden un poco de esta otra fiesta. Y después, sí, quedará volver a ser Olavarría, la de siempre.