Enigmático circuito: describen los presuntos primeros casos de transmisión del Alzheimer a través de inyecciones
Cinco personas menores de 55 años sufren demencia tras haber recibido tratamiento con hormonas del crecimiento obtenidas de cadáveres; advertencia a neurocirujanos
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MADRID.– Fue un experimento involuntario con resultados trágicos. Miles de personas de baja estatura recibieron en todo el mundo hormonas del crecimiento extraídas de la glándula pituitaria de cadáveres. El tratamiento dejó de aplicarse alrededor de 1985, al descubrirse que esas inyecciones intramusculares podían transmitir los priones causantes de la letal enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, similar al mal de la vaca loca. Un nuevo estudio revela ahora otro efecto indeseado de aquellas terapias. Un equipo del University College de Londres cree que aquellos tratamientos con hormonas de pituitaria, una glándula del tamaño de un guisante en la base del cerebro, transmitieron el Alzheimer a cinco personas en Reino Unido. Serían los primeros casos conocidos de transmisión de la enfermedad.
Unos 55 millones de personas en el mundo sufren demencia, vinculada al Alzheimer en la mayor parte de los casos. El funesto experimento involuntario podría iluminar los enigmáticos mecanismos de la enfermedad, que todavía carece de un tratamiento eficaz. En los cerebros de los pacientes fallecidos es habitual encontrar acumulaciones anómalas de dos proteínas: beta amiloide y tau. Los mismos investigadores, encabezados por el neurólogo John Collinge, ya alertaron en 2015 de que habían detectado sospechosas placas de beta amiloide en el cerebro de seis personas que murieron por la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob tras recibir hormonas de crecimiento. En 2018, detectaron beta amiloide en lotes de la hormona almacenados durante décadas y comprobaron que esas proteínas provocaban demencia en ratones de laboratorio.
El equipo de Collinge está convencido de que encontró los cinco primeros casos conocidos de transmisión accidental del Alzheimer. Todos los afectados recibieron hormonas del crecimiento de cadáveres, a menudo durante años, y comenzaron a mostrar síntomas de demencia cuando tenían entre 38 y 55 años, pese a carecer de las variantes genéticas presentes en otros casos tempranos. El hallazgo se anuncia este lunes en la revista especializada Nature Medicine.
Los primeros indicios de 2015 desataron la alarma mundial, por culpa de algunos titulares erróneos, sobre todo en la prensa amarillista. El tabloide británico Daily Mirror proclamó en su portada: “Te pueden contagiar el Alzheimer”. El equipo de Collinge recalca ahora que los tratamientos con hormonas de cadáveres se eliminaron hace décadas y que “no hay ninguna prueba de que las beta amiloides se puedan transmitir en otros contextos, por ejemplo, durante las actividades de la vida diaria o al proporcionar cuidados rutinarios”.
Los autores, no obstante, invitan a revisar las medidas en vigor para evitar la transmisión accidental de la enfermedad en procedimientos quirúrgicos invasivos. “La principal preocupación son los instrumentos empleados en neurocirugía, hay que asegurarse de que están descontaminados”, explica Collinge a EL PAÍS.
Un estudio internacional realizado hace poco más de una década constató 226 casos de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob provocados por tratamientos con hormonas de crecimiento procedentes de cadáveres. El epidemiólogo Fernando García López explica que en España no se notificó ningún caso, pese a que en la vecina Francia ya se detectaron más de un centenar. García López, del Centro Nacional de Epidemiología, detalla que en España sí se registraron ocho casos de enfermedad de Creutzfeldt-Jakob provocados por implantes de duramadre –una de las membranas que protegen el cerebro– tras operaciones de tumores cerebrales. Desde 1987, explica el epidemiólogo, la duramadre obtenida de cadáveres se empezó a tratar con soda cáustica y el problema desapareció.
Casi 2000 personas en Reino Unido recibieron hormonas del crecimiento obtenidas de cadáveres entre 1959 y 1985. Hasta la fecha, se observaron unos 80 casos de enfermedad de Creutzfeldt-Jakob provocados por estos tratamientos. Lo esperable, argumentan los investigadores, sería encontrar más casos de Alzheimer en este grupo de pacientes. García López recuerda que en España hay un sistema de vigilancia implementado desde 1995, que analiza si los pacientes de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob recibieron hace décadas hormonas del crecimiento. “Los tendríamos que haber detectado. ¿Por qué Francia ha tenido 119 casos y nosotros ninguno? Es un misterio”, señala.
El laboratorio de Collinge ya demostró en 1996 que la nueva variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob estaba causada por la misma cepa de priones, proteínas anómalas transmisibles, que provocaba el mal de la vaca loca. El neurólogo británico cree que hay lecciones, aprendidas con esta enfermedad priónica, que se pueden aplicar al Alzheimer. Con sus colegas, hipotetizan que las beta amiloides no responden a un perfil único, sino que son “una nube de especies diversas”, como ocurre con los priones. Ignorar esa heterogeneidad podría facilitar la aparición de resistencias a los primeros fármacos contra el Alzheimer.
El neurólogo Pascual Sánchez Juan es tajante. “El Alzheimer no es contagioso. Tratar con pacientes en sus casas o en las residencias no implica ningún riesgo”, tranquiliza. Sánchez Juan es el director científico de la Fundación Centro de Investigación de Enfermedades Neurológicas, en Madrid. “Si somos capaces de conocer la cepa específica, podremos dirigir mejor el tratamiento de cada paciente, pero todavía no hemos podido correlacionar esa diversidad de las placas de beta amiloide con los distintos subtipos clínicos de la enfermedad de Alzheimer”, lamenta. El experto, de la Sociedad Española de Neurología, es optimista: “Probablemente el Alzheimer surge por muchas causas, pero hay muchos mecanismos que desconocemos. Este nuevo estudio es un experimento científico irrepetible. Sin querer, inyectaron la patología a los pacientes. Ahora van a poder aclarar cosas que de otro modo sería imposible”.
Por Manuel Ansede
©EL PAÍS, SL
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