Enfrentó olas y temporales: en plena pandemia, cruzó el Atlántico en un velero para ver a sus padres y ahora emprenderá una nueva aventura
Juan Manuel Ballestero llegó a Mar del Plata desde Portugal en su barco en junio de 2020, cuando la crisis sanitaria obligó a cerrar las fronteras; hoy, alentado por sus familiares, zarpará de nuevo para dar la vuelta al mundo
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MAR DEL PLATA.- Carlos, su padre que está a punto de cumplir 92 años y que también hizo del océano su hogar durante décadas, le dio el espaldarazo final. “Tomatelás, disfrutá la vida, andá a navegar”, le recomendó con tono de orden. Y Juan Manuel Ballestero, que hace casi dos años subió a su velero y en un viaje de más de 70 días cruzó el océano porque temía que por la pandemia nunca más podría ver a sus padres, acató con gusto. Este fin de semana inflará las velas de su fiel Skua para iniciar la travesía de sus sueños: dar la vuelta al mundo.
Escalas en Uruguay, Brasil, el Caribe, cruce hacia el Océano Pacífico y mucho más figuran en la carta náutica que, por ahora a mano alzada y sin apuros, pero con enorme entusiasmo, empieza a dibujar para los próximos meses y años.
La embarcación de casi nueve metros de eslora y menos de tres de manga permanece amarrada en el mismo Club Náutico Mar del Plata al que arribó aquel 17 de junio de 2020, destino final de un viaje que resolvió en cuestión de horas y que había emprendido el 24 de marzo de ese año, con zarpada desde Portugal.
“El camino es llegar a viejo con un lindo cuento de vida”, dice a LA NACION este navegante de 49 años que reconoce su especial gusto por soltar cabos desde una costa y al cabo del recorrido echar amarras en otra distinta. “Es la vida que me gusta y es el momento de continuarla”, insiste, convencido de estar frente a la hora indicada de reencontrarse con estos largos viajes en soledad.
La odisea
Su épica aventura del cruce del Océano Atlántico en plena inicio de la pandemia, según relató entonces a LA NACION cuando aquí todavía no había pisado tierra firme, surgió porque las muertes se multiplicaban en Europa y todas las fronteras estaban cerradas. “Temí no ver nunca más a mi familia”, afirmó entonces sobre aquella decisión de no atender a los pocos navegantes que lo acompañaban en la isla portuguesa desde la que se lanzó con rumbo a Mar del Plata. “Me decían que estaba loco y capaz que tenían razón, pero hoy puedo decir que no me equivoqué”, apunta.
Esa historia tuvo enorme repercusión internacional. En tiempos en que el mundo estaba sin transporte y los aeropuertos estaban atestados de pasajeros varados, Ballesteros enfrentó olas y temporales para abrazar a sus padres, Carlos y Nilda, a quienes ahora reparte últimos gestos de cariño antes de volver a zarpar.
“Cuando se trata de ver a los viejos, a nuestros padres, te aplauden todos, desde católicos hasta musulmanes”, destaca sobre la enorme variedad de mensajes y felicitaciones que recibió desde que su aventura de más de 8000 kilómetros en el mar recorrió el mundo.
En el muelle del Club Náutico Mar del Plata lo esperó su padre, con larga tradición en la marina mercante e incluso, desde el pesquero “Invierno”, con participación en el teatro de operaciones durante el conflicto bélico de Islas Malvinas, en 1982.
La partida
El 15 de mayo próximo Carlos cumplirá 92 años. De ninguna manera quiso que su hijo pierda más tiempo. “Mi viejo me alentó”, insiste el navegante marplatense en vísperas de su pretendida y ambiciosa vuelta al mundo, que iniciará este domingo, apenas amanezca. Su padre le recordó que él, en la década del 70, se había ido con un marino alemán en un velero que se llamaba “Mañana” a pescar centolla, frente a Ushuaia, casi con la misma fragilidad de herramientas que los vikingos. “A tu edad yo hacía esta vida, ahora es tu tiempo”, le dijo Carlos.
Y en eso anda Juan Manuel Ballestero, que sobre piso firme se siente incómodo. “En tierra estoy pintado”, admite. Mientras tanto, puso una vela mayor nueva, cambió la chubasquera que protege su cabina y le dio un mantenimiento integral a su Skua, con el que no volvió a salir de este puerto en estos casi dos años. Ya cargó sus tablas de surf y bodyboard, pasiones para disfrutar de las olas en cada escala, lo mismo que con el buceo.
“Tengo el mejor buque que mi dinero pudo haber comprado”, repite para valorar este casco plástico que superó una enorme prueba durante aquellos 71 días en aguas abiertas. Con momentos de zozobra, claro, como cuando se abrió un rumbo en plena tormenta. Lo obligó a una mínima escala en Brasil para completar la reparación y llegar días después a Mar del Plata.
Concientización
Su primer objetivo en el camino por iniciar es el Caribe, donde espera permanecer un tiempo para recuperar aire y también para realizar su profesión de capitán. Allí hay mucho velero y esos servicios son muy requeridos. Afirma que son escalas para hacerse de ingresos, pero también está decidido a que este viaje tenga también un rédito social y no solo personal.
Quiere que con esta travesía por mares del mundo pueda contribuir a visibilizar y multiplicar un mensaje de concientización ambiental, con cuidado del mar. Aquí, durante los últimos meses, tuvo una participación activa en el movimiento que advierte y resiste sobre la proyectada instalación de plataformas petroleras frente a las costas marplatenses.
También entiende esta navegación de largo aliento como una señal de regreso a una relativa normalidad. Indicio de que lo peor del coronavirus y todas sus variantes ya pasó. Y que se abre para todos una oportunidad de olvidarse de tantas restricciones y abrir puertas de par en par a los gustos y sueños que habían quedado postergados. “Hay que animarse”, arenga a todos.
En su velero ya pintó su cuenta de Instagram @Skuanavega desde la que aspira a realizar publicaciones periódicas, una bitácora que incluya sus días de navegación pero también lo que advierte del medio ambiente. “Quiero dar cuenta de cómo cuidamos nuestro mundo”, dice. Por estas horas termina de alistar el aprovisionamiento que, con navegación más próxima a la costa y puertos abiertos, será más holgada que aquella repleta de latas de conservas que improvisó para zarpar desde Portugal.
“Es el momento de zarpar”, destaca, convencido que la vida “siempre pone algo para que no cumplas el sueño”. Se sacó los “peros” del medio y se decidió, dice, a “encarar lo nuevo que viene”. “Hay que cortar, soltar y hacer”, recomienda.
Nueva despedida
Y siente que otra vez es hora de desafiar los límites. Los del mar y los propios. “En el barco si no pesco capaz que no como; es vivir el momento y no saber qué pasará en los próximos cinco minutos”, relata de una vida que le gusta y entiende que “ya es momento de continuarla”.
“Es otra moneda al aire”, reconoce, pero con algunas seguridades y garantías mayores que subirse al Skua y fijar rumbo al Cono Sur con unas pocas cebollas, una botella de whisky y la ansiedad por volver a ver a sus padres. En próximas horas los abrazará, pero para una nueva despedida, pero con la casi certeza que –a diferencia de hace dos años- siempre habrá un avión a mano para algún reencuentro más.
Relata lo hermoso que se siente ver que desaparece la tierra a medida que suma millas de navegación aguas adentro. “Uno es espectador del mundo desde el océano”, describe de esa primera fila con vista privilegiada que elige una y otra vez. Y también resalta lo emocionante que es ver en el horizonte que asoma un nuevo destino donde recalar y conocer nueva gente y cultura.
Para fin de año, estima, podría cruzar el Canal de Panamá. El salto del océano Atlántico al Pacífico que lo pondrá a un difícil, pero bellísimo tramo totalmente nuevo para él. Proyecta ir desde Islas Galápagos hasta la Polinesia. Insiste que no le asusta, porque es bastante similar en distancia a lo que ya hizo cuando vino desde Portugal. “Sé cómo se comporta el Skua, confío en él”, dice y palmea varias veces la cubierta de su velero. Otra vez, su compañero de ruta y de vida.