La enfermería ambulante de la isla Maciel
Un grupo de médicos decidió dejar la salita de emergencia para vacunar por los pasillos angostos; un relevamiento casa por casa reveló que alcanzaron al 95% de los vecinos
Alba Mareco es mamá de 10 chicos. Tiene 37 años y hace seis que se vino desde Paraguay a probar mejor suerte. Vive en una casa precaria que consiguió en isla Maciel, un barrio de Dock Sud en Avellaneda donde la mayoría de las 7000 personas que reside allí es carente de recursos. Cuenta que trabaja todo el día y corre mucho para cumplir con todas sus obligaciones. Se hace una escapada a la hora de la siesta para vacunar a sus dos hijos más pequeños: Carlos, de 9 y Hugo, de 6. "Yo los había dejado al cuidado de alguien que no se ocupó de llevarlos al médico, ni vacunarlos", dice. Entrega la libreta de vacunación a Gladys Hernández, la enfermera de la isla. "Muy bien, cumpliste. Volviste como te pedí. En poquito tiempo recuperamos todo lo que se perdió", le confirma. A Alba se la nota orgullosa.
La escena trascurre en una calle angosta de isla Maciel bajo el sol de las dos de la tarde en pleno enero. En la unidad sanitaria de la isla, desde hace 17 años a cargo del doctor Luis Ferrero, la modalidad es salir a vacunar por los pasillos de la villa. Hace un largo tiempo que Ferrero y su equipo se dieron cuenta de que, pese a que la salita del barrio estaba siempre llena de gente enferma, faltaban muchas de las caras que ellos conocían de recorrer la zona. También decidieron adelantarse a buena parte de los problemas de salud: lo hicieron con la certeza de que la prevención es clave.
"Al principio trabajábamos intramuros, pero en un lugar con tantas carencias no es lo óptimo", dice Ferrero. "Muchos no se iban a acercar nunca a un consultorio, menos para prevenir enfermedades, entonces decidimos ir nosotros a las puertas de los ranchos", cuenta. Sabe de qué habla cuando dice "pobreza": desde que se recibió trabaja en centros públicos de salud en villas.
Detrás suyo, la hilera de madres con sus hijos en brazos, de padres empujando cochecitos, de jóvenes solos –todos con la libreta de vacunación en mano- testimonian lo obvio: el plan resultó. Hace ocho años que Ferrero, junto a Gladys Hernández, la enfermera todo terreno, y una promotora de salud –ahora, colabora con ellos Yanina Aguirre- practican este sistema de vacunación en "postas": una familia les cede el frente de su casa, saca una mesa que se cubre con un mantel blanco y así surge, durante un par de horas, una sucursal de la salita. El procedimiento se repite en distintos puntos estratégicos.
La importancia para el barrio
Alexis Peralta, de 14 años, está solo en la fila. Le quedan dos personas para llegar a las manos de Gladys. Ella, guardapolvo celeste impecable, manipula jeringas, agujas y frascos que saca de la conservadora de telgopor que trajo de la salita. El, sin remera, espera en silencio, como estudiando los movimientos de esos guantes. "Los ví, me vine por si me faltaba alguna vacuna", dice cuando todo pasó y Gladys ya le dio el pinchazo y le dijo lo de siempre: "Listo, ahora unos masajitos con limón". En su libreta quedó anotada Triple bacteriana, Sabin y Hepatitis B. Firma y sello.
"Es importante por mi bien, para no enfermarme", dice Alexis, y parece más que un discurso que repite de memoria. Agrega que sus ocho hermanos no vinieron hoy porque ya tienen todo. "Ponen carteles por todos lados y venís, te queda piola", dice. Se ríe, acepta que le tomen una foto y se va con su paso bamboleante por el medio de la calle.
Gladys se mantiene concentrada en lo suyo. Lleva más de una hora vacunando y sigue llegando más gente. "Si me descuido un segundo después no sé ni lo que hice. Y esto es la salud de las personas", apunta, seria. Ni levanta la vista.
Cuando, más temprano, preparaba las dosis en la salita, entonces sí calculó que de lunes a sábados vacuna a unas 25 personas por día. No sólo niños. Contó que allí están atentos a todo el calendario de vacunación infantil, más cuestiones estacionales que puedan surgir [como la antigripal], más las dosis para embarazadas, más las antitetánicas, por nombrar algunas de las vacunas. "Por un relevamiento reciente casa por casa, pudimos ver que el 95% de la gente está vacunada con lo que necesita", completó en ese momento el doctor Ferraro, clave en esta dupla. "Llegamos a lugares impensados", afirma.
Son mucho más que médicos. En la isla se les abre la puerta como a dos vecinos más. Gladys López trae a su hija Nicole, de 5 años, para que le pongan "lo que le haga falta", dice. "Yo confío en los doctores. Trato de prevenir las enfermedades, más donde vivimos, a dos pasos del Riachuelo". Brotes en la piel, problemas para respirar, además de tuberculosis, hepatitis, desnutrición; lo mismo de siempre. "Ellos se acercan a nosotros, nosotros también. Trabajan tranquilos en nuestro barrio, adonde van les abrimos las puertas. Hasta a los cumpleaños los invitamos", cuenta la vecina.
Justo hoy, más que un cumpleaños, el médico cuenta que hay un velorio "de un pibe de 20 años al que la policía mató a tiros". Dice: "Vamos ir con Gladys a saludar a la familia. Nos sentimos parte del barrio". Desde ese "ser parte" es que celebran la reducción de enfermedades inmuno prevenibles que constatan año tras año en las estadísticas. Ellos ya no se quedan más quietos. Visitan a su gente y están para lo que necesiten. Dicen que eso funciona.
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